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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

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viernes, 30 de diciembre de 2016

La razón.

“El hombre es el animal más parecido al ser humano”. Jaume Perich.

“El impulso que conlleva la «voluntad» no surge de la razón, sino únicamente es dirigido por ella”. Esto significa que la razón no puede, por sí misma, producir ninguna acción, ni siquiera ser el origen a un acto voluntario; por lo tanto no puede evitar actos de la voluntad o disputar la preferencia con ninguna pasión o emoción.
La razón es, y sólo puede aspirar humildemente a ser esclava de las pasiones, y no puede pretender desempeñar otro oficio que servirlas y obedecerlas cabalmente.
La pasión como afectación, afección y emoción, no sólo tiene una encomienda por su carácter fundante, sino como única verdad de la existencia, como fuerza y aliento vital, frente al que algunos torpemente nos enfrentamos siempre para salir perdiendo.
Debemos ser un tanto indulgentes respecto de la ignorancia de la gran mayoría de los sujetos que sobrestiman el papel de la conciencia y la razón.
La razón realmente obedece a las pasiones, nos guste o no, ya que en realidad es su lacaya, aunque el “Yo” quiera construir una historia diferente desde la consciencia para mantener el engaño de su papel protagónico e independiente del resto de las instancias psíquicas (Ello y Superyó).
La idea de que la condición de la existencia humana es desde su origen patológica, nos conduce a preguntarnos sobre la «normalidad» entendida como un «estado natural» sin alteraciones. Lo patológico entonces resultar ser esa alteración, esa afectación al orden de las leyes que la naturaleza nos ha marcado. Lo humano por lo tanto es únicamente pensable a partir de ser patológico, lo «normal» no cabe como posibilidad en su existencia más que en el reino animal donde están excluidos hombres y mujeres. Somos en nuestros tropiezos, equívocos, actos fallidos, encuentros con la verdad, lo que impide cualquier interés ideal de estudio sobre lo humano normal o natural.
Pero si estamos hablando de destino, determinaciones, lazos sociales, sujeción y sujetamiento a lo simbólico y el habla, ¿no entraña todo esto una visión que conlleva una falta de libertad para el sujeto? Sin embargo, en su condición trágica, no la hay. No se trata de una búsqueda superficial sobre el sentido de la vida o de la libertad, ya que no se trata de un asunto de posibilidades o de opciones sociales, económicas o culturales. La carencia de la propia idea de libertad para el esclavo (Georg Wilhelm Friedrich Hegel) le impide aspirar a ella, simplemente es algo con lo que ni siquiera puede soñar, él no podrá nunca aspirar a ella, asumirá como destino inescrutable su condición de esclavitud, el “es” esclavo, no se trata de un sujeto libre privado de su libertad o esclavizado. No somos en realidad libres si queremos entender el concepto de libertad asido al de la voluntad o, de la razón; no nos es posible hacer cualquier cosa, existen algunas circunstancias que nos darán la «sensación» de que estamos haciendo algo voluntariamente y otras en las que descubriremos que somos profundamente torpes y nada creativos; tampoco podemos disfrutar lo que suponemos deberíamos disfrutar, al ver como lo hace otro; estamos sujetos a nuestro deseo, por la pasión; dejarnos atrapar y someternos a nuestro propio deseo, es aceptar el destino, no pelear con él, de encontrarnos en la transitiva existencia del siendo.

Ian a su madre.

Un grito se escucha en medio del silencio,
es el grito de un niño que se siente apresado por su primer duelo,
y se pregunta ¿por qué razón han amargado mi fuente de vida?,
¿por qué motivo han teñido de color el pezón del que me prendía?
Arranco en llanto esa tarde, esa noche, muchos días siguientes sin consuelo.
¿Qué has hecho del dulzor de tu pecho, má?
¿Para que me desagrade, tu seno has ensuciado, má?
Hoy me acerco a tu pecho, y me amarga.
Hoy sostengo tu seno, y su tono me espanta.
Con un dolor profundo te pregunto ¿qué has hecho, má? ¿qué has hecho?
¡Me siento perdido!
¡Un dolor dentro de mi, me despedaza!
¡Adiós a tus manos que tiernamente me abrazaban!
¡Nunca volveré a tener el calor del suave pecho donde me acurrucaba!
¡Que en contra de todo mal era el que me daba salud!
¡Que en contra de mi angustia era quien me daba calma!
¿Por qué ahora te me has hecho aborrecible, má?
¿Cómo se te ha ocurrido esto?
¿Acaso soy un niño malo?
¿Acaso me dejaste de querer?
¿Por qué ha ocurrido...?
Me remuevo desesperado,
sollozando...
Con ojos furiosos observó tu rostro de traidora, má.
Alza mis brazos para sujetar tu rostro,
pero se escabulle.
De pronto corto en seco mi llanto,
es el primer pétalo que se desprende de mi flor.
Duelo a duelo, durante el resto de mi vida será lo que me marcará...
Es el precio que debo pagar por crecer, por madurar.
El duelo me convertirá,
de niño a hombre...
Y hasta la sepultura el duelo siempre me acompañará.

Manual para padres Cómo hacer un hijo perverso o psicótico.

Sugerencias de las quejas o denuncias que debe escuchar el hijo de su madre respecto a su padre o viceversa.

Madre que denuncia o se queja del marido:
1.- Que es irresponsable.
2.- Que es alcohólico.
3.- Que es golpeador.
4.- Que se la pasa fastidiando todo el tiempo.
5.- Que abusa sexualmente de ella.
6.- Que es impotente sexualmente.
7.- Que no tiene carácter.
8.- Que aun no se independiza de las faldas de su progenitora.
9.- Que es mujeriego.
10.- Que es homosexual (puto).
11.- Que es estúpido.
12.- Que nunca le han importado los hijos.
13.- Que le gusta estar más tiempo con sus amigos o en su trabajo, que en casa.
14.- Que nunca la amo.
15.- Que continua el matrimonio por lástima.
16.- Que esta enano.
17.- Que es feo.

Padre que denuncia o se queja de su esposa:
1.- Que se arrepiente de haberse casado.
2.- Que vive un infierno en casa.
3.- Que es infeliz.
4.- Que es depresivo.
5.- Que desea morirse.
6.- Que es una prostituta.
7.- Que es mentirosa.
8.- Que es ignorante por no tener una profesión.
9.- Que atiende a sus amistades y descuida a sus hijos.
10.- Que únicamente quiere dinero.
11.- Que esta muy obesa.
12.- Que la detesta.
13.- Que se lamenta todo el tiempo.
14.- Que esta loca.
15.- Que ya esta vieja.
16.- Que se embarazo para atarlo.
17.- Que intento abortarlo.

Las quejas o denuncias que los padres confiesen a sus hijos deben pronunciarse el mayor tiempo posible, se recomienda cambiar un poco la historia para que no sea monótona cada vez que la repitan; además las peleas o discusiones entre los cónyuges deben ser en horario nocturno cuando los hijos duerman, con el propósito de despertarlos de forma abrupta, eso causa mayor impacto, entre más pequeños sean los vástagos, es mejor.
Las quejas o denuncias del cónyuge confesadas a hijo deben ser en un tono de voz firme y conciso, pueden dramatizar la escena con llantos o gritos pero con una dicción clara para su mejor entendimiento.
Es válido mostrar las huellas de los golpes a los hijos, incluso si son en partes íntimas del cuerpo, así como mostrar todo tipo de evidencias para atestiguar su dicho ante los vástagos. No importa la edad que tengan los hijos para que la madre o el padre se confiesen o lamenten ante ellos, pueden tener la certeza que si el hijo no lo comprende cabalmente por su tierna edad, de cualquier modo quedará perfectamente grabado en su inconsciente, mismo que irá construyendo poco a poco su estructura perversa o psicótica durante su infancia.
La edad recomendable para quejarse con los vástagos es desde que nacen hasta concluida la adolescencia —después ya no es necesario— entre más enfático sea el lamento o la queja, mayor será el trauma y en consecuencia quedará más profundamente reprimido el suceso en el inconsciente. “Recuérdese que a mayor represión del acontecimiento traumático, mayor manifestación psicopatológica... para el resto de la vida”. Pothos Himero.

jueves, 29 de diciembre de 2016

El vínculo madre-hijo.

Algunos psicoanalistas plantean que el sujeto padece un «vacío esencial» que es inherente a la condición humana, sin embargo, existen diferentes teorías para dar cuenta de ese «vacío».
Por un lado Michel Balint y Donald Woods Winnicott, proponen que esta falta es producto de los desajustes y dificultades en la relación temprana madre-hijo, teoría que presentaría a la falla esencial, como un efecto de la problemática vincular y de la equívoca función materna, lo que deja escapar la idea de cierta posibilidad de zanjar esa falla estructural con una despatologizada y sana acción parental, que “supuestamente” podría tener consecuencias menos graves para los niños.
Ahora bien, Jacques-Marie Émile Lacan es más radical ya que propone que esa falla, debe producirse, es una acción necesaria y fundante, producida por lo que él llama “Función Paterna”, que debe separar a la madre de su criatura. «Pero asimismo agrega que es una función paradójicamente sostenida por la madre y que es imposible que opere una función paterna si no existe un deseo de la madre de que ésta actúe en ella. Se trata de que la madre debe tener un «deseo otro», o digamos un «deseo ajeno», esto es un deseo que se dirija más allá de su hijo, de lo contrario, al sentirse completada por su vástago, él no podrá ser nada más que aquello que funge como la «otra mitad» para la madre; en ese “deseo otro” gravita la posibilidad de que opere una separación, de que una función paterna introduzca el significante del corte que Lacan llama “Nombre del Padre”.
Lacan como legítimo heredero de la tradición estructuralista sitúa este vacío en el centro mismo de la condición humana, en la materia ontologizable, o para ser más correctos la «sin materia» que es la causa del “ser”, y la manera de vincularnos con él, será ese vacío lo que determine las características de las estructuras clínicas: Psicosis, Neurosis o Perversión.
Para Lacan la separación de la madre de ese hijo, es fundamental ya que esta totalmente a su merced, debido a que la condición humana se encuentra al nacer en un estado de indefensión que requiere de una segunda matriz (simbólica y social) para seguir el desarrollo esencial que nos permita valernos por nosotros mismos. Este estado ha sido llamado de «prematuración», en consecuencia la dependencia es un asunto de vida y muerte, sin embargo, como en las metáforas naturalistas, es necesario que aparezca algo de la dimensión de un destete, «que el hijo no sea todo para su madre, que en la madre exista un deseo por otras cosas, ése otro deseo es esencial para que opere como función paterna, como un corte, claro que no se trata de cualquier otro deseo, tiene que tener el peso suficiente como para convertirse en un polo de gravedad, que atraiga al infante y lo separe de la madre, le inscriba un corte, una separación, una falta, un «vacío», una falla en el orden de la naturaleza que decíamos lleva el título de: Nombre del Padre».

La presencia del padre en la familia.

“El padre de verdad es aquel que tiene presencia física, concreta y real; pero desde el punto de vista de la «realidad psíquica» el padre de verdad es también el que está ausente, que deja ese vacío que niño llena con un papá fantaseado”.

La función paterna inicia en el momento que éste ingresa en la relación madre-hijo instalando la triangularidad; con su presencia provoca una «separación y una exclusión», en la escena aparece por lo tanto otro a quien la madre dirige su mirada, su atención pero sobre todo que desea. Con esto el padre introduce —con auxilio de la madre— la realidad externa en la díada madre-hijo, ayudando a dilucidar lo que el niño cree y desea respecto de la realidad tal cual es.
Culturalmente la presencia del padre en la vida familiar es dar protección, educación y contención a los hijos. Las buenas relaciones entre los padres son fundamentales en el desarrollo emocional del hijo, mismas que repercutirán durante toda su vida.
Francois Duparc en su trabajo “El padre en Winnicott” señala que la función del padre no aparece cuando se estudian las relaciones vinculares más primitivas madre-hijo, sin embargo están presentes como un telón de fondo, si bien, no entran en acción, permanecen latentes desde el inicio.
El padre protege la relación madre-bebé, aunque pueda ser ella «buena madre» únicamente sucede durante períodos limitados de tiempo por lo que el padre está al pendiente que nada interfiera en el vínculo madre-bebé.
También debemos subrayar las formas que el padre tiene valor dentro del hogar, ya que con su presencia en la casa hace sentir cómoda a la madre, física y emocionalmente; es un sostén moral y la encarnación de la ley y el orden que por medio de la madre introducirá ese mandato en el niño: ¡Te las verás con tu padre cuando regrese a casa! El padre pone límites al odio que siente el niño hacia la madre y ayuda a preservar el amor a la madre. El padre debe estar el tiempo suficiente para que el niño se percate que es real. El padre trasmite cualidades indispensables para el desarrollo del niño, esto significa que aporta su personalidad distinta a la de la madre para que exista un equilibrio y con ello atrae al niño, lo introduce en el mundo y aporta conocimientos sobre el mismo. También pone límites y dice no, aunque cada vez tiene que levantar barreras más firmes frente a las exigencias del niño, asumiendo así la defensa de su mujer. El padre es el primer objeto integrador, es a él al que le incumbe la ligazón, fusión o integración de la pulsión: amor-odio.
La existencia dentro de la madre, de una imagen paterna valorizada que transmite al hijo en todo el proceso de su crecimiento es de vital importancia, aun en ausencia del padre y tiene una primacía tal que le permite sostener a su hijo varón como varón señalándole el camino de su identidad de género, como su deseo de que sea «como su padre». La madre que no abre con su deseo el camino hacia el padre impide al hijo la continuación del desarrollo personal y deja al niño encerrado en un vínculo narcisista con ella del cual es después ya muy difícil escapar, aunado obviamente a las funestas enfermedades de la psique.
¿Cuál es la función del padre en la adolescencia? Es la de confrontación, actitud compleja que incluye el reconocimiento del derecho del hijo a tener sus propios puntos de vista y de su propio derecho a sostener y hacer valer los suyos. Además, encaminarlo a modular la impulsividad, ya que el joven no cuenta con experiencia ni fortaleza yoica suficiente. Existe una fuerte propensión a la agresión que se puede volver contra sí mismo o contra los demás, la presencia del padre puede cumplir una función continente que limita y protege.

Complejo de Castración en el niño varón.

Janine Chasseguet-Smirgel, en relación con las ideas de Karen Horney, ha postulado que las fantasías del niño varón sobre una «madre fálica» podrían servir no sólo como reaseguro contra la percepción de los genitales femeninos como productos del Complejo de Castración, o como renegación de la castración, sino también como defensa contra la percatación de que sus genitales son pequeños y por lo tanto sumamente inadecuados para la vagina adulta de la madre.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

El género es conformado principalmente por la madre.

Carl Mueller-Braunschweig y Michel Fain, exponen en su teoría respecto a la adquisición del género en el sujeto, que los cuidados de la madre (bañar, aseo corporal —cambio de pañales— amamantar, etcétera) y su expresión de placer en la estimulación física del infante son esenciales para alentar el erotismo de la superficie corporal de éste y, más tarde, el deseo erótico que tendrá en la adolescencia y edad adulta. Tanto en la niña como en el niño, la experiencia erótica temprana con la madre enciende el potencial para la excitación sexual, pero mientras que la relación erótica implícitamente “tentadora” de la madre con su niño varón constituye un aspecto constante de la sexualidad masculina y contribuye a la capacidad comúnmente continua del varón para la excitación genital, el sutil e inconsciente rechazo por la madre de esta excitación sexual cuando se trata de la hija inhibe gradualmente la conciencia que tiene la niña de su genitalidad vaginal inicial. Este diferente trato otorgado al niño y a la niña en el ámbito erótico consolida poderosamente sus respectivas «identidades genéricas nucleares», mientras contribuye a establecer su diferencia en la afirmación de la excitación genital a lo largo de la niñez, que es continua en el niño, e inhibida en la niña.
Por esta razón, los hombres —inconscientemente fijados a su objeto primario— tienen mayores dificultades con su ambivalencia respecto de las mujeres, y deben desarrollar la capacidad para integrar las necesidades genitales
y tiernas, mientras que las mujeres —inhibidas tempranamente en su conciencia genital— son más lentas para integrar una relación genital completa en el contexto de una relación de amorosa.
Siguiendo este orden de ideas, para el niño, la relación genital con la madre ya envuelve una orientación sexual especial de ella hacia él, que estimula su conciencia sexual y la investidura narcisista de su pene. El peligro es que la gratificación pregenital excesiva de las necesidades narcisistas del niño varón por la madre dé origen a la fantasía de que su «pequeño pene es plenamente satisfactorio para ella», y de este modo contribuya a que el niño reniegue su diferencia con respecto al «pene poderoso del padre». En tales circunstancias, en los hombres, esta fijación narcisista puede determinar posteriormente una especie de actitud sexual seductora infantil, juguetona, respecto de las mujeres, «sin una identificación plena con el poder de penetración del pene paterno». Esta fijación interfiere en la «identidad genital completa», con la internalización del padre en el Ideal del Yo, y alienta la represión de la angustia de castración excesiva.
En estos hombres, la competencia irresuelta con el padre y la renegación defensiva de la angustia de castración se expresan en el placer narcisista de relaciones dependientes infantiles con mujeres que representan imágenes maternas. Esta constelación, tanto para Braunschweig y Fain como para Janine Chasseguet-Smirgel, es una importante causa originaria de la fijación narcisista y una inadecuada resolución del Complejo de Edipo en los niños varones; que es alentada por los aspectos de la conducta de la madre con los que ella se rebela contra el “predominio” del pene paterno y la “Ley Paterna” en general. Esto implica que existe una colusión inconsciente entre los eternos niños —Donjuanes— y las mujeres maternales seductoras, que utilizan la rebelión del Donjuán contra “la ley y el orden” del padre para expresar su propia competitividad con el padre y la rebelión contra él.
Braunschweig y Fain dicen «que el alejamiento periódico normal de la madre respecto del niño varón para volver al padre frustra el narcisismo de la criatura y estimula en ella la identificación competitiva con el padre, iniciando o reforzando de tal modo la constelación edípica positiva en los varones» (esto se considera un desarrollo normal).
Una consecuencia es la sensación realzada de frustración del niño varón por ser rechazado sexualmente por la madre, de modo que la agresión hacia ella derivada —y proyectada— oralmente recibe el refuerzo de la agresión temprana de raíz edípica. Este desarrollo ejercerá una influencia crucial sobre la vida amorosa de los hombres que inconscientemente no cambian su primer objeto sexual: la madre.
Estos autores también ponen énfasis en la excitabilidad vaginal de la niña, y en su sexualidad femenina en general. En este sentido, sus observaciones son análogas a las de Alfred Ernest Jones, Melanie Klein y Karen Horney que indican actividades masturbatorias vaginales tempranas y la íntima conexión entre la responsividad erótica clitorídea y la vaginal (Marjorie Barnett, Eleanor Galeson y Herman Roiphe). Estos estudios sugieren que hay en la niña una conciencia vaginal muy temprana, y que esta conciencia vaginal es inhibida y más tarde reprimida.
Las actitudes de los progenitores, en particular de las madres, no son iguales respecto de los niños que de las niñas, ya que la inducción del rol que resulta de la interacción temprana entre madre y vástago tiene una influencia poderosa sobre la «identidad genérica» (Robert Jesse Stoller).
Según el punto de vista de los psicoanalistas franceses, la madre, en contraste con la estimulación temprana de la genitalidad del niño varón, no realiza una investidura particular de los genitales de la niña, porque mantiene su propia vida sexual, su «sexualidad vaginal», como parte de su dominio separado en tanto mujer relacionada con el padre; incluso cuando inviste de modo narcisista a su hija pequeña, este narcisismo tiene rasgos pregenitales, más bien que genitales (excepto en mujeres con fuertes tendencias homosexuales). El hecho de que la madre no inviste los genitales femeninos de la hija constituye también una respuesta a las presiones culturales y a las inhibiciones compartidas, que derivan de la angustia de castración masculina, acerca de los genitales femeninos.
«Ernst Blum subraya la importancia de la rivalidad y los conflictos edípicos en torno a la autoestima como mujer que la niña suscita en la madre: si la madre se ha desvalorizado como mujer, también desvalorizará a la hija, y la autoestima de la madre influirá fuertemente en la autoestima de la hija. Los conflictos no resueltos de la madre acerca de su propia genitalidad y la admiración al pene del niño varón llevarán a la hija a mezclar la envidia del pene con la rivalidad fraterna. Normalmente, la niña se vuelve hacia el padre, no sólo porque la madre la decepciona, sino también identificándose con ella».

La masturbación compulsiva y el vínculo afectivo de la pareja.

La masturbación como actividad compulsiva y prolongada, tanto en hombres como en mujeres, tiene como función primordial una defensa inconsciente contra las fantasías sexuales prohibidas (incesto) y contra otros conflictos inconscientes en el contexto de una disociación regresiva respecto de las relaciones objetales conflictivas ¿qué queremos decir con esto? La masturbación genera un deterioro de la excitación, del placer y de la satisfacción derivados de los impulsos instintivos pero “no en su gratificación autoerótica y compulsivamente repetitiva”, sino en la pérdida de la función crucial de cruce de los límites entre el Self y el objeto, asegurada por la investidura normal en el mundo de las relaciones objetales, derivando en un retraimiento narcisista del sujeto. Ahora bien, es el mundo de las relaciones objetales internalizadas y externas la que mantiene viva y actualizada la sexualidad hacia con el partenaire, generando el potencial para la gratificación duradera.
La integración de las representaciones del Self que ama y odia, las representaciones objetales y los afectos en la transformación de las relaciones objetales parciales en relaciones objetales totales (o constancia del objeto) es un requerimiento básico para la capacidad de establecer una relación de pareja estable, siendo necesaria para cruzar el límite de una identidad yoica estable e identificarse con el objeto amado.
Una implicación general que conlleva el erotismo es que constituye un rasgo permanente de las relaciones amorosas, y no una expresión inicial o temporaria de la idealización “romántica” de la adolescencia y la adultez temprana.
El erotismo tiene la función de proporcionar intensidad, consolidación y renovación a las relaciones amorosas a lo largo de toda la vida, y procura permanencia a la excitación sexual, al vincularla a la experiencia humana total de la pareja.
La excitación y el placer sexual están íntimamente vinculados a la calidad de la relación total de pareja. Aunque también es cierto que existe una declinación de la frecuencia del coito y el orgasmo con el transcurso de las décadas, pero aun con todo y eso, la experiencia sexual sigue siendo un aspecto constante y central de las relaciones amorosas y la vida marital. En condiciones óptimas, la intensidad del placer sexual tiene una calidad renovadora invariable que no depende de la técnica sexual sino de la capacidad intuitiva de la pareja para entretejer las necesidades y experiencias personales cambiantes en la compleja red de los aspectos afectuosos y agresivos, de la relación total, expresados en las fantasías inconscientes y conscientes y en su escenificación en las relaciones sexuales de la pareja.

El exhibicionismo de la mujer para provocar a su pareja o pretendiente. 

La mujer sabe que su cuerpo desnudo puede provocar y ser sexualmente estimulante, pero también conoce que su cuerpo parcialmente oculto lo es mucho más.
La experiencia que las mujeres tienen sobre el exhibicionismo y al mismo tiempo como negadoras (es decir, como tentadoras) es con la finalidad de provocar un estímulo poderoso del deseo erótico en los hombres (entiéndase hombres como partenaire o pretendiente). Pero la acción de ser tentado provoca una reacción agresiva* en el hombre, siendo un motivo para intentar invadir el cuerpo de la mujer, además que surge una fuente del aspecto voyeurista de la relación sexual que contiene la apetencia de dominar, exponer, encontrar y superar las barreras de vergüenza que habita en toda mujer, algunas de estas vergüenzas resultan ser verdaderas, mientras otras son fingidas con el propósito de entusiasmar más el deseo erótico en el hombre. Hay que mencionar que superar la vergüenza no equivale a humillar; el deseo de humillar por lo general incluye a un tercero —un testigo de la humillación— e implica un mayor grado de agresión, que amenaza la capacidad para una relación objetal sexual exclusiva, profunda y sobre todo amorosa.
¿Cuál es el origen del exhibicionismo de la mujer para provocar al hombre?
“Las interpretaciones psicoanalíticas del exhibicionismo femenino como formación reactiva a la «envidia del pene» deben corregirse para incorporar también el reconocimiento reciente del paso que da la niña pequeña al cambiar su elección de objeto de la madre al padre durante el Complejo de Edipo: el exhibicionismo puede ser un ruego de afirmación sexual a distancia. El amor del padre y la aceptación de la niñita y su genitalidad vaginal reconfirman su identidad y su autoaceptación femenina” (Paulina Kernberg).

*Significado de agresión consúltese: http://www.tuanalista.com/Donald-Winnicott/9406/La-agresion-(1939).htm

Psicopatología del narcisismo.

El sujeto que se encuentra en el punto de inflexión* hacia la posición depresiva (en el umbral de la posición depresiva, como le llama Donald Meltzer), por ejemplo, está situado entre la posición esquizoparanoide y la depresiva, pudiendo oscilar psicopatológicamente entre la organización defensiva esquizoide o narcisista y la depresiva, lo que correspondería a un cuadro clínico de tipo «fronterizo». En esta línea de desarrollo de la relación objetal los movimientos de regresión se realizan en un sentido evolutivo normal hacia posiciones u organizaciones defensivas evolutivas (como ocurre en el esquema freudiano con las fijaciones), lo que hace posible la reprogresión, al menos teóricamente. Pero, en situaciones graves de carencia afectiva y ansiedades catastróficas, la regresión pierde su capacidad evolutiva de reprogresión porque las ansiedades del supuesto refugio son tanto o más insoportables que las que han empujado hacia él. Por así decirlo, el individuo queda atrapado en su propia ansiedad; no puede ir hacia delante ni hacia atrás sin que se incrementen sus ansiedades y su sufrimiento y entonces se siente tentado de refugiarse en lo que Sigmund Freud llamaba la «atracción del narcisismo primario», en el poder seudotranquilizador del repliegue narcisista sobre sí mismo, en el espejismo de la independencia y de la autosuficiencia omnipotentes y en la sustitución del objeto externo necesitado por un objeto interno omnipotente y omnisciente, prototípico del narcisismo. En el curso del proceso psicótico, este objeto interno omnipotente llega a ser en algunos casos «Dios». Se crea así una nueva organización patológica de la personalidad, la organización patológica narcisista, que aparta al sujeto de la línea de desarrollo normal, de la dependencia y la necesidad de relación con los objetos, ofreciéndole un refugio omnipotente y psicótico. Se comprende que una de las características de esta organización patológica narcisista, que es el fundamento de la que hemos denominado «patología narcisista», sea precisamente su rigidez, su inflexibilidad y su falta de capacidad evolutiva, siendo de esta manera porque si no carecería para ofrecerse como refugio seguro de supervivencia al sujeto que se siente amenazado por ansiedades catastróficas psicóticas. Este ofrecimiento de refugio seguro e idealizado se observa frecuentemente en la clínica narcisista bajo la forma de lo que Herbert Alexander Rosenfeld llamó «publicidad» narcisista, una especie de canto de sirena adulador y seductor con el que la organización narcisista pretende «salvar» al sujeto de toda especie de dependencia y someterle exclusivamente a su dominio esclavizante, convenientemente disfrazado de «independencia», que se troca en amenazas de muerte y de enloquecimiento si él intenta zafarse de esta organización omnipotente a la que Rosenfeld calificaba de mafiosa. “Recuérdese al respecto la vehemencia exaltada con la que sujetos de estructura perversa o adicta suelen cantar las excelencias de su perversión o su adicción y despreciar como dependencia humillante, interferencia «intolerable» o vulgaridad deleznable cualquier relación que implique la aceptación de dependencia, incluida la ayuda de familiares o terapéutica”. La parte «mafiosa» de la personalidad suele desplegar con gran habilidad una serie de actitudes seductoras para mantener al sujeto bajo su dominio y es frecuente —en esta clase de patología— que el mismo sujeto, dominado por la mezcla de seducción y amenazas que utiliza la parte mafiosa, recurra también a intentos de seducción del psicoanalista movido por su miedo-terror a enfrentar la parte narcisista. Pero esa misma parte seductora, cuando se siente amenazada, se quita la máscara y muestra su agresividad y violencia. Verbigracia como los auténticos «proxenetas» que dominan a la mujer a quien explotan con una mezcla de seducción y terror, como tantas organizaciones mafiosas a las que se refería Rosenfeld.

*Cada uno de los «puntos de inflexión» está entre una posición y su correspondiente organización patológica evolutiva, por un lado, y la próxima posición y posible organización patológica, por el otro.

martes, 27 de diciembre de 2016

El crimen en la pareja.

​“Todos nuestros actos están total o parcialmente concebidos para llenar el vacío que sentimos en el fondo de nuestro ser. El vacío es sentido por el Yo como su autodestrucción misma”.

En cualquier relación amorosa siempre esta acechando la pasión* como un «odio exacerbado» cuando existe agresión en grado intenso y prolongado, con escisión de las relaciones objetales idealizadas y las persecutorias.
La falta de integración adecuada de las relaciones objetales internalizadas "totalmente buenas" y "totalmente malas" promueve cambios dramáticos y súbitos en la relación de pareja. La experiencia prototípica del amante desdeñado que mata a su rival y/o al objeto amoroso que lo traiciona y después se suicida, son signos de esta precaria estructuración del amor, que conllevan mecanismos de escisión e idealización y odio primitivos.
Ahora bien, en toda relación afectiva madura surge el sentimiento amoroso como una revelación de la libertad del partenaire, asimismo por medio del amor que se descubre su alteridad. La naturaleza contradictoria del amor y la pasión reside en que esta última aspira a realizarse mediante la destrucción del objeto deseado, y el amor descubre que este objeto es indestructible y no puede sustituirse.
*Entiéndase pasión como un aspecto que se destaca en su forma patológica, en las que el sujeto atormentado por el vacío se consume en la destructividad. Este vacío se encuentra perimetrado por la angustia y existe una propensión, una especie de búsqueda de llenarlo, lo cual es profundamente angustioso ya que nos conduce a ese estado de «no-ser», pero que encuentra cierto alivio —aunque pasajero— en la confusión con el Otro (fusión con el Otro), con la madre, permanecer como eso que le falta a ella, colmarla, ofrendarse como se hacía en las religiones antiguas, como tributo a los dioses voraces (Goce).
En este caso, el vacío es experimentado como humillación narcisista, y se intenta anular la pérdida. Se impone entonces como necesario un lazo fusional, aunque se huya de él o se lo ataque cada vez que interviene la angustia persecutoria. Entonces la pasión se sustenta en la rivalidad celosa, intenta fijarse en el ideal pero finalmente sólo se sostiene en el odio. En efecto, si la alteridad es insoportable y la confusión peligrosa, el otro sólo puede ser alcanzado en la violencia. En el límite, el desconocimiento de la interdicción incestuosa o agresivas de una pasión puede así transformarse en una certidumbre en la que la prueba se relaciona con el hecho de que alguien debe ser sacrificado. No obstante, la pasión llega a ser mortífera porque procede de una fascinación en la que el sujeto se remite a una figura del destino que lo condena a lo trágico.

lunes, 26 de diciembre de 2016

La pasión puede terminar en tragedia.

¿Qué prosigue más allá del amor? La pasión. El sujeto elige un objeto y se liga a él de una forma exclusiva y excluyente, reorganizando su percepción del mundo alrededor de ese objeto. Lo rodea de un aura que lo hace único e irremplazable, convirtiéndolo en su única razón de existir. La obstinación y el encarnizamiento que caracteriza a los actos pasionales son efectos de un empuje «pulsional» constante que no se detiene ante nadie ni ante nada, causando estragos; el sujeto se convierte en objeto de la pasión y él y su mundo terminan siendo devastados tarde o temprano.
La pasión es un fenómeno que se desborda del marco de la mesura y subvierte al amor mismo, de manera que lo erótico se vuelve indiscernible de lo destructivo.
Generalmente la pasión suele terminar mal y muchas veces de manera trágica (homicidio o suicidio). La muerte siempre acecha muy cerca de la pasión. Aunque todos albergamos en mayor o menor medida esa fuerza destructiva en nuestro inconsciente, fuerza que subyace en todas las relaciones amorosas.
Casi la mayoría de los sujetos han transitado por ese «amor loco y desenfrenado» que los transporta a un estado de exaltación y desenfreno. Si algunos otros sujetos no lo han llevado a la práctica es porque están defendidos de ese Goce por haber incorporado límites, barreras, la primera de las cuales ha sido la interdicción del incesto (Complejo de Edipo).
Cuando hablamos de pasión no nos referimos a un deseo o a un amor muy intensos; es otra cosa, pues la pasión convierte al objeto del deseo en un objeto de absoluta necesidad y al amor en locura pasional. Tampoco se trata de un placer muy intenso; es Goce, que tiende a borrar todo rastro de insatisfacción y que hace que la autoconservación y los demás intereses del Yo sean inoperantes. La descarga total de la tensión supone la abolición de todo límite, de toda medida, y la disolución del sujeto y del objeto en una vorágine que arrasa con todos los obstáculos morales y sociales.

La imposibilidad para amar.

Lo más próximo a la organización psicopatológica narcisista (no evolutiva) es la que en la terminología clínica se conoce como «personalidad esquizoide». En este tipo de organización —que suele observarse en la base de muchas patologías— nos encontramos con un sujeto que ha tenido mantenidas experiencias frustrantes, del orden de la privación afectiva, en las relaciones tempranas con sus primeros objetos de amor.
Independientemente de las causas o circunstancias en que se haya producido la privación, el sujeto esquizoide no se ha sentido en relación con un objeto amoroso suficientemente contenedor y protector, con una madre que tuviera aquellas capacidades funcionales que se le suponen a la madre «suficientemente buena» (Donald Woods Winnicott) en los primeros tiempos de la vida (contención de las ansiedades, «rêverie», dosificación de las frustraciones, etcétera, según la terminología propia de cada autor que se ha ocupado del tema); no ha tenido, en fin, una buena experiencia con las funciones maternales que, de alguna forma, favorecen y fomentan el crecimiento mental del niño y que consisten básicamente en protegerle de situaciones excesivamente ansiógenas y en irle ayudando o entrenando a la vez para que las vaya asimilando progresivamente. Según William Ronald Dodds Fairbairn, lo que la madre transmite en estos primeros momentos de la vida es un sentimiento de amor, pero ¿qué significa exactamente eso? «La capacidad de aceptar y recibir el amor del hijo», de modo que éste, sintiéndose capaz de amar y digno de ser amado, pueda ir desarrollando un sentimiento de seguridad de sí mismo y de identidad como sujeto. «La madre da amor y acepta y valora el amor que recibe» sería una fórmula que incluye todas las funciones maternales (contención, «rêverie», dosificación, etcétera.). Si el niño no recibe amor tenderá a sentir que la «madre es mala» y, si no siente que su amor sea aceptado por la madre, sentirá que «su amor es malo para la madre», o sea, que «él es malo». En tal caso lo único que puede hacer con su amor es ocultarlo dentro de él para preservarlo y conservarlo y, por otra parte, por muy hondamente que lo desee, no podrá mostrar su amor —en la edad adulta— hacia nadie porque es sentido como malo o peligroso. Éste sería el origen (simplificando las complejidades de la cuestión) del sujeto esquizoide, caracterizado por este conflicto que impide dar muestras de amor y aceptar el amor de otros, no obstante tan anhelado. Para el esquizoide expresar emociones, vincularse emocionalmente, sentir afecto hacia otro, es equivalente a algo peligroso para el objeto de amor y para él mismo también. Por eso se va encerrando en sí mismo, conteniendo sus emociones y reprimiendo sus afectos, ensimismándose paradójicamente para no hacer daño a su objeto de amor, al ser amada o al que querría amar. Su temor inconsciente, e incluso frecuentemente consciente, es que, si expresa sus sentimientos amorosos, hará daño al otro y se romperá la relación, con lo que también se hará daño a sí mismo.
Es frecuente que la expresión de emociones y de afecto se acompañe de síntomas de vergüenza que son, por una parte, expresión de un sentimiento de humillación y de exposición pública y, por otra, una defensa contra cualquier manifestación de emoción o afecto. Este conflicto trágico, que se nutre a sí mismo en un círculo vicioso, lleva al esquizoide a encerrarse más y más en sí mismo y a rehuir los contactos afectivos y sociales, pero con mucho sufrimiento por sentirse incapaz de la relación amorosa que anhela, a diferencia del narcisista que la desprecia. Un sujeto esquizoide que asistía a psicoanálisis, al expresar al psicoanalista sus sentimientos respecto a su novia con la que había terminado, decía: «al final tendrán que encerrarme», porque sentía que el dolor le enloquecía, pero era evidente que era él quien se estaba encerrando en sí mismo en un estado de retraimiento y aislamiento narcisista. «Tendrán que encerrarme» venía a ser una metáfora expresiva de la única solución que veía a su trágica paradoja: la de irse encerrando él mismo. A la vez, con su conducta hacía sentir al psicoanalista que era necesario ingresarle, o sea, «encerrarle». Este conflicto empuja al esquizoide a aislarse de las relaciones intersubjetivas, de los objetos, en un aislamiento que a veces parece formalmente agorafóbico, aunque el contenido mental no es el típico de una agorafobia. Mientras que el agorafóbico, se encierra entre cuatro paredes, el esquizoide se encierra en sí mismo y eso puede hacerlo aunque esté en medio de la calle o en un paraje desértico. No hay fobia en el sentido clínico; no hay ningún síntoma fóbico concreto, organizado. Aquí la fobia se expresa solamente en una actitud evitativa y la actitud evitativa es propia de todos los esquizoides.
Sería una expresión de eso que se ha llamado fobia social, en el sentido de evitación de la relación, pero psicopatológicamente no parece justificado hablar de fobia si no hay una organización y una sintomatología fóbicas. El fóbico, una vez organizado fóbicamente, ya puede funcionar en las áreas que queden fuera del objeto fóbico: consigue más o menos limitar el conflicto al área o al objeto fóbicos; en cambio, el esquizoide funciona precariamente en todas las áreas, especialmente en las relacionales. No obstante, para sobrevivir emocionalmente en estas condiciones, el esquizoide, que en el fondo anhela como nadie amar y ser amado, ha de seguir relacionándose, lo que le lleva a desarrollar un tipo de relación compensatoria e inauténtica, siempre conflictiva y con un fondo de sufrimiento. Deja encerrada dentro de sí mismo su capacidad de amor y con ella deja encerrada su verdadera capacidad evolutiva y establece unos tipos de relación más o menos falseados con algunos mecanismos gracias a los cuales sigue creciendo aparentemente, aunque a costa de desarrollar lo que Winnicott llama un «Falso Self» (posiciones compensatorias patológicas). No obstante, cuando prosigue la evolución con esos mecanismos compensatorios e inauténticos, su capacidad genuina de amar queda oculta en su mundo interior, impedida de manifestación externa, y su Yo queda dividido en diversas partes escindidas y en relación con objetos distintos, auténticos en cierto sentido los unos (los internos) e inauténticos los otros (los externos). Si lo auténtico está encerrado y oculto en el mundo interno y protegido por las defensas esquizoides, la vida más auténtica del esquizoide será aquella de relación con su propio interior, mientras que la relación con los objetos externos tendrá un carácter de inautenticidad o estará inhibida.
Dado que el problema básico es que, en estos niveles estructurales, ha habido un desdoblamiento y se sobrevive inauténticamente hacia afuera mientras los valores auténticos se mantienen encerrados en uno mismo, cualquier movimiento regresivo lleva hacia esta situación, refuerza las defensas esquizoides narcisistas y disociativas y, en todo caso, si permite reemprender un movimiento progresivo de reorganización en la línea de relación con los objetos, vuelve a ser un progreso débil, inauténtico, etcétera. En cada regresión se reproduce esta situación, se refuerzan las defensas de aislamiento esquizoide y narcisista y, por lo tanto, en vez de fomentarse las capacidades de evolución y de desarrollo, lo que se refuerza es una tendencia creciente a quedarse cada vez más encerrado en una posición esquizoide y narcisista, dando lugar a un cuadro clínico que a veces se confunde diagnósticamente con la psicosis por el aparente predominio de la vida interior convertida en refugio. La organización patológica narcisista se diferencia de la esquizoide en que el esquizoide, aunque se repliega en su interior y rehúye la relación con el objeto, no lo hace con la actitud de hostilidad y desprecio o esclavización del objeto típica de la organización narcisista patológica. El esquizoide se repliega en sí mismo simplemente para protegerse de lo que llamamos heridas narcisistas, a las que es sumamente susceptible porque le confirman una y otra vez su sentimiento de no poder amar ni ser amado sin verse expuesto a un gran sufrimiento, pero su drama íntimo es que desea fervientemente poder amar y ser amado, sentirse persona como los demás. Su repetido fracaso en este empeño le lleva a una hostilidad secundaria, de matices paranoides, que no debe confundirse con la hostilidad despreciativa del narcisista, de cariz omnipotente y mucho más destructivo, ni con los elementos paranoides de la psicosis esquizofrénica.
Con frecuencia, los síntomas esquizoides se corresponden clínicamente con sentimientos de aspecto depresivo, como los sentimientos de vacío, de inutilidad o futilidad, de falta de sentido de la vida, etcétera. No es raro que en esta situación se hable clínicamente de depresión, pero se trata de depresiones narcisistas, vacías, esquizoides, sin sentimientos de culpa en relación al objeto interiorizado. A esta depresión que acompaña a ese sentimiento esquizoide de vacío, de futilidad, se la ha llamado depresión seca (sin autoinculpación, ni tristeza, ni llanto).

El orgasmo femenino.

La psicosis y el trauma en la infancia.

El psicoanálisis de los sucesos presentados en los sueños revela fantasías-teorías sobre la relación sexual y en especial sobre la llamada escena primaria (relación sexual entre los padres real, imaginada o escuchada) que corresponden a un nivel infantil primitivo.
Estas fantasías durante los sueños corresponden a las interpretaciones inconscientes que el infante formuló respecto de lo que es la relación sexual distorsionadas generalmente con características orales y sádicas, que son representadas por escenas de violencia y crueldad, en las que el coito está simbólicamente equiparado a experiencias, fantasías y ansiedades más arcaicas y primitivas (generalmente estas fantasías se presentan de forma directa y concreta en la estructura psicótica, mientras que en la neurosis se encuentran encubiertas) de intenso éxtasis sexual entre los padres, de los que el niño se siente excluido, al lado de fantasías de abusos sádicos, sufrimientos, muerte, troceamientos, despedazamientos, etcétera.
Algunos psicoanalistas creen que estas fantasías inconscientes tan arcaicas son universales e implican una especie de «conocimiento» inconsciente constitucional (o una preconcepción, como lo expresó Wilfred Ruprecht Bion) de la sexualidad, frecuentemente, de contenido sádico. Para explicarse este conocimiento previo a la experiencia se puede recurrir a dos posibilidades: Por un lado a la existencia de una especie de conocimiento filogenético «hereditariamente transmitido»; y por el otro lado, que el infante echa mano de sus propias experiencias arcaicas para explicarse actos relacionales o situaciones desconocidas acerca de los cuales tiene curiosidad pero no experiencia propia.
Cuando el niño empieza a pensar cómo debe ser la relación sexual de los padres, por ejemplo, aplica el modelo de su propia experiencia oral con el pecho, lo que le lleva a imaginarse la experiencia sexual en función de la experiencia de incorporación oral. Téngase en cuenta que, al hablar de experiencia oral, no nos referimos a que sea exclusivamente oral, sino a las experiencias primeras, que están centradas en la relación oral pero que también incluyen todo tipo de actividades sensoriales, especialmente las táctiles, olorosas y las interoceptivas, principalmente las excretorias (uretrales y anales). Si las experiencias orales previas han sido ya conflictivas, traumáticas y han estimulado rabia y violencia, todas las imágenes posteriores de nuevos tipos de vínculo afectivo, sobre todo la sexual, tenderán a teñirse de rabia, violencia y sadismo. Es una observación, desde el psicoanálisis, que cuanto más profunda y sostenida sea la experiencia de carencia afectiva durante la infancia, generalmente será mayor el componente agresivo en las conductas adultas. Entroncamos aquí con un concepto básico para la comprensión de la psicopatología en general y de la psicosis en particular: el de la privada afectiva (la privación biológica tiene siempre, inevitablemente, un fuerte y grave componente de privación afectiva).
La privación afectiva —sobre todo si es demasiado prolongada— estimula impulsos de sufrimiento, dolor, rabia y agresión. Si el niño está en una situación de privación mantenida o muy repetida, sus experiencias estarán cada vez más dominadas mentalmente por el sufrimiento, el dolor, la rabia, y tenderá a trasladar el contenido emocional de estas experiencias a cualquier otro tipo de experiencia desconocida sobre el que él se esté preguntando cómo debe ser, es decir, que le estimule curiosidad y deseo de conocer. Por ejemplo, las fantasías que haga el niño sobre cómo debe ser la unión sexual entre los padres (y los adultos en general) estarán influidas y distorsionadas por la proyección de aquellas experiencias que él sí sabe cómo son y que, en los casos de privación afectiva, han sido preponderantemente de sufrimiento, dolor, rabia, crueldad, etcétera. En estas condiciones, la estructura mental que cree el niño con su fantasía inconsciente de la relación sexual entre los padres será una estructura mental que proviene de su experiencia anterior de sufrimiento y que va a condicionar el tipo de relación sexual o de relación en general (la sexual vendría a ser un prototipo) que ese niño vaya a tener en el futuro como adulto. Entendido así, estaríamos ante un ejemplo de lo que es una formación patológica compensatoria, no sólo en el terreno de lo sexual sino en el de lo relacional en general.
En la medida en que estas posiciones compensatorias sirvan para compensar estados de mucho sufrimiento y ansiedades arcaicas tenderán a estar constituidas por un conjunto de ansiedades, defensas y relaciones de tipo primitivo, arcaico, rígido, omnipotente e inamovible y muy poco influenciables por la experiencia, o sea que tendrán un carácter psicótico. Una conclusión que podría deducirse de esta observación es que, desde el punto de vista de la explicación dinámica y genético-evolutiva, cuanto hasta ahora nos ha servido para caracterizar desde la clínica lo psicótico tendría que ver siempre o casi siempre con situaciones de privación afectiva sostenida o de carencia.
Las privaciones físicas inevitables (abandono, separaciones, enfermedad de la madre o del propio niño, etcétera, con independencia de que sean o no intencionales) influyen directamente en lo afectivo. Una privación física siempre conlleva una privación afectiva, mientras que una privación afectiva no es necesariamente proveniente de una privación física. La clínica parecería confirmarlo en el doble sentido de la frecuencia con que los sujetos psicóticos tienen antecedentes de una infancia con carencias afectivas importantes y en el de cómo los delirios psicóticos tienen casi siempre, al menos simbólicamente, una función narcisista compensatoria del sentimiento carencial.
Debemos hacer el señalamiento que la formación de una de una patología compensatoria se pone en marcha no únicamente con un sólo evento traumático sino que la frustración y el sufrimiento tiene que ser prolongado, reiterado e intenso para que se alcance el nivel que llamamos «privación» o «carencia». En la génesis de la estructuración psicótica preponderaría la privación afectiva, entendida como un estado sostenido y duradero de frustración (carencia).
Habitualmente, las formaciones patológicas de este tipo están muy disociadas y no impiden que, paralelamente, se desarrolle más o menos normalmente —más bien menos que más— otra parte de la personalidad, una psicótica y otra no. Que todo sujeto tenga en lo profundo de su inconsciente unas imágenes primitivas de la sexualidad (o de la relación en general) crueles, sádicas y destructivas no impide, «si están convenientemente disociadas», que en otra parte de su personalidad se desarrolle una concepción más normal de la realidad que le permita establecer una relación sexual y de pareja más o menos madura, creativa y satisfactoria, aunque su personalidad albergue esa otra parte disociada en la que se conservan las formaciones patológicas. Pero también cabe agregar que el sujeto que ha podido realizar una disociación relativamente sana desactivando los posibles núcleos psicóticos estará latente a recurrir regresivamente a la activación de las estructuras patológicas y, por lo tanto, a sufrir un episodio psicótico, si se llegara a encontrar en circunstancias de sufrimiento sostenido y de privación en la edad adulta, especialmente si se establece una equivalencia simbólica con las ansiedades vividas en etapas más arcaicas de la vida.
Situaciones de frustración o de privación afectiva en la infancia en las que ha habido mucho sufrimiento producirían —volviendo a la terminología clásica psicoanalítica— «puntos de fijación» y estos puntos de fijación son los que actúan como un foco de atracción favoreciendo la regresión del adulto en situación de sufrimiento a funcionamientos mentales propios de aquellas situaciones infantiles en las que se produjo dicha fijación. Cuanto más arcaicos sean estos puntos de fijación (las experiencias traumáticas lo son) y los consiguientes funcionamientos mentales regresivos, mayor será el carácter psicótico de la situación clínica. Así ocurriría, por ejemplo, cuando el sufrimiento actual en reacciones psicológicas de duelo tenga un especial significado simbólico que ponga en marcha el mismo tipo de ansiedad, el mismo tipo de alarma, que se produjo en situaciones infantiles en las que el duelo o la pérdida tuvieron consecuencias mucho más graves. La alarma y la reacción de aquellas situaciones se actualizarán, como si para el sujeto la situación actual de duelo, que a nosotros puede no parecemos tan grave desde nuestra posición de observadores, tuviera toda la gravedad de la situación infantil. Sin ir más lejos, verbigracia, la muerte del partenaire puede tener consecuencias mucho más psicopatológicas para un cónyuge que ya hubiera perdido a la madre en la primera infancia y tuviera a la esposa como figura sustitutiva y emocionalmente compensatoria de aquella pérdida precoz.
Es un ejemplo de que, a poco que podamos conocer las características de la historia individual del sujeto, nos encontraremos generalmente con que aquellas situaciones que calificamos a menudo de intolerancia a la frustración, como si con ello diéramos ya una explicación al fenómeno patológico, son situaciones de intolerancia a determinado tipo de frustraciones que, por su significado mental, real o simbólico, retrotraen al sujeto a experiencias en las que hubo mucha privación, mucho sufrimiento y en las que, por tanto, se produjo una fijación potencialmente psicopatógena. No basta comprender que se regresa a la fijación: “Hay que comprender la relación simbólica de significado que existe entre aquellas situaciones de sufrimiento infantil y las situaciones actuales de frustración que provocan la regresión”.

domingo, 25 de diciembre de 2016

No existe nadie que sea absolutamente patológico.

Sería muy iluso para el psicoanálisis pensar que pueda haber estructuras total o absolutamente patológicas. En el fondo, la diferencia entre psicopatología y normalidad es siempre una diferencia más «cuantitativa» que «cualitativa». A cualquier tipo de posición patológica —la organización narcisista, por ejemplo— le corresponde una posición similar en la experiencia normal del sujeto, por lo tanto a la posición narcisista patológica le correspondería la organización narcisista no patológica, al menos la indispensable para el mantenimiento necesario de autoestima. Son diferencias como la intensidad, la forma de utilización, la perduración extemporánea y la disposición a imponerse al resto de la personalidad, las que dan a una estructura su carácter patológico.
La presentación de situaciones clínicas en las que vemos actuar este tipo de posiciones patológicas tiene que ver sobre todo con la forma de utilizar defensivamente estas en situaciones de conflicto y de sufrimiento del sujeto. Siempre que se recurra en situaciones de sufrimiento a la recuperación o activación de organizaciones primitivas para resolver o anular el sufrimiento, se producirá una situación clínica patológica, tanto más grave cuanto mayor carácter omnipotente tenga la patología.

La privación y la sobregratificación en la estructura psicótica.

En la estructura psicótica existe una oposición entre lo que tiene el sujeto y lo que le falta, entre lo que le caracteriza positivamente y lo que le caracteriza negativamente (conflicto dinámico y defecto estructural, respectivamente), estos desarrollos que la personalidad psicótica se han efectuado en forma anómala con el fin de compensar o sustituir el defecto inicial.
Ahora bien, en la psicosis no solamente hay una estructura defectuosa, sino que, cuando existen estructuras patológicas por defecto, se produce siempre en el curso del desarrollo un intento de compensación del defecto mediante la formación de nuevas estructuras que intentan compensar o sustituir la función de la estructura defectuosa. Junto a una estructura defectuosa habrá siempre una
estructura compensatoria.
En la clásica teoría freudiana se postulaba que en todo proceso de regresión —que implica la reaparición o el recurso a mecanismos y formas de relación primitivos o arcaicos— el movimiento regresivo se produce hacia un punto de fijación. Las fijaciones serían momentos del desarrollo psicosexual a los que se tiende a volver en situaciones de conflicto porque en aquellos momentos del pasado hubo ya algún conflicto de tipo similar al conflicto actual que desencadena la regresión. Desde este punto de vista, la fijación se puede entender, sin más complicaciones teóricas, como la capacidad de volver al punto del desarrollo en el que se produjeron conflictos similares a los actuales.
El conflicto que produjo la fijación puede ser un conflicto por privación (falta de satisfacción de las necesidades psicológica y biológicamente propias de aquel momento del desarrollo) o bien, al contrario, un conflicto por exceso de gratificación. Desde el punto de vista motivacional, la situación sería totalmente diferente en un caso u otro, porque la falta de gratificación (que llamamos privación o carencia cuando es intensa y duradera) crea forzosamente una nueva motivación, como puede ser la motivación de encontrar relaciones que satisfagan aquellas necesidades no satisfechas en su momento o bien, si esto resulta imposible, relaciones que sustituyan la experiencia de satisfacción ausente y que, de alguna forma, la compensen. En cambio, la fijación por sobregratificación tendería a producir una falta de motivación, pues la persona que está totalmente satisfecha, excesivamente mimada y sobreprotegida no encuentra motivación suficiente para buscar otro tipo de relaciones diferente al que tiene. Aunque parezca exagerado, podríamos decir que su motivación sería exclusivamente la de continuar prolongando aquella situación de satisfacción en que se hallaba.

sábado, 24 de diciembre de 2016

El enamoramiento.

​Encontramos a menudo sujetos que pretenden no haber estado jamás enamorados, puede suceder que durante el acto sexual llegan incluso al orgasmo, pero nunca han conocido el sentimiento del amor. En esos casos se trata de ilusiones, de disposiciones patológicas o de fijaciones de la vida sentimental en un «ideal» surgido en su infancia.
También existen sujetos que nunca se confiesan su estado de enamorados y lo disimulan a sí mismos.
El miedo a enamorarse es por las consecuencias que trae aparejado el amor, debido a un temor neurótico por el dominio excesivo que pudiera presentar el partenaire o bien la predisposición a la ruptura sentimental, etcétera; esto puede sofocar el crecimiento de toda emoción amorosa, algunos neuróticos permanecen fieles a su primer «ideal», a los padres, hermanos... únicos ejemplos que han conocido de una fidelidad inquebrantable. En esos casos se trata de deseos insatisfechos que, justamente porque no dan esperanzas, provocan la fijación. “¡Porque todo lo que queda irrealizado es eterno en el sujeto!”.
A pesar de todos los esfuerzos de los poetas, filósofos, psicoanalistas... el hecho de prendarse de alguien es, y ha seguido siendo un enigma para todos, sabemos que se trata de una embriaguez afectiva, de un éxtasis, de un aumento interior de la afectividad, de una fijación en torno a una sola idea del deseo, el que está enamorado sobreestima el objeto del amor, que no ve sus defectos, que es sordo a todos los consejos de la prudencia.
Habría también que suponer que todos los sujetos se encuentran predispuestos para el amor, en un estado latente de espera amorosa, unos más, otros menos. Esta disposición para el amor, que se manifiesta como una especie de languidez, no desaparece más que en el momento que se ha encontrado precisamente a ese «ideal».
La sensación de la felicidad que se experimenta cuando se está enamorado corresponde a la compensación del desagrado, de la “espera inquieta”. Amar significa haber reencontrado al primer objeto de amor: la madre. Pero también sucede que se ama siempre a uno mismo en el otro, amar quiere decir: “Elevarse a lo divino a través del otro”. Por eso mismo exageramos nuestro ideal; la sombra de ese ideal nos muestra los contornos de nuestro Yo a nivel superficial, a nuestro Ello en un nivel profundo. Así podríamos llegar a la fórmula que todos los sujetos se buscan a sí mismos eternamente y que no se encuentran más que de cuando en cuando en el ser amado.
La frase: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, quiere decir simplemente: “Encuéntrate en tu prójimo y te veras obligado a amarlo”.
Toda felicidad en la vida está fundada en el amor, los individuos que no se aman no pueden ser felices, enferman. Todos los estados depresivos están ligados a sensaciones de odio que pueden elevarse hasta el odio destructivo contra el “Yo”. El suicidio es la culminación de ese odio dirigido hacia adentro.
La embriaguez del enamorado es la consecuencia de su éxtasis amoroso. «Seres que no han creído en mucho tiempo en su posibilidad de amar, se convierten en esclavos humildes y rendidos de un partenaire que casi siempre los ha forzado a amar». Ese sufrimiento se convierte en una tragedia si un deseo psíquico, a menudo ardiente, no corresponde a una reacción física. Pero lo contrario se produce también a menudo, una actividad sexual a la que le faltan los componentes psíquicos.
Está es la naturaleza misma de las primeras impresiones eróticas de la infancia, que éstas tengan una resonancia eterna. Quieren ser repetidas y forman la base misma del gusto erótico individual; nuestro “ideal” está, pues, por la suma del Ideal del Yo, más los seres amados de la infancia, los que nos han procurado las primeras impresiones sexuales, todas esas formas elevadas a la potencia de la divinidad.
Pero las disposiciones infantiles persisten a pesar de las represiones, son dejados de lado, pero jamás vencidas, esto produce graves conflictos que se manifiestan en las psicopatologías del amor y la sexualidad.
Para comprender estas enfermedades hay que examinar la sexualidad infantil y medir el abismo que se extiende entre las necesidades del niño y las del adulto.
Ahora bien, el compañero sexual no sólo se convierte en sujeto de placer, sino también que se vuelve objeto de dominio. El odio quiere dominar y vencer, el amor desea obedecer y someterse; en el éxtasis amoroso, el amor triunfa sobre todas las emociones, es lo que brinda la vida sensitiva al sujeto.
El que ama es feliz, es generoso, sin envidias, está contento del mundo y con la vida, siente el suave soplido de lo divino con que adorna su ideal. Como sólo el amor es inmortal, sólo son eternas sus obras. Todo el progreso de la humanidad está basado en la capacidad de amar, cuando se está enamorado, se produce una profunda confirmación de la vida, una afirmación de la procreación, una victoria sobre el narcisismo por la fuerza del egoísmo mismo.
Es la desgracia de tantos individuos que no saben amar, que han perdido o no han conocido nunca el éxtasis amoroso. Pero siempre hay una predisposición para el amor, a decir verdad, todos los sujetos se encuentran en ese estado latente, cada cual busca constantemente el amor. El estar enamorado es abandonar ese estado de predisposición para el amor e ir hacia el ser que corresponde a ese ideal.
El flechazo en el amor, siempre es una fascinación. La fascinación es la sumisión perfecta por amor. En el amor subyace el deseo de sumisión.
El que es fascinado cae repentinamente enamorado del que le fascina, porque eso corresponde a su ideal, la cristalización del ideal comienza en la primera infancia, nuestro ideal es, por decirlo de ésta manera, un pasado proyectado en el porvenir. El ideal desconcierta, es lo incomprensible y, sin embargo, lo ardientemente deseado, es el milagro que suprime toda realidad, ante el inmenso valor pasional de ese amor, no hay crítica posible porque aquí la realidad ha sido elevada a la altura de un milagro.
En el fondo no hay que hablar solamente de amor “a la primera mirada”, sino del amor “al primer sonido de voz” y del amor “olfativo”. La vida amorosa presenta períodos comparables al celo de los animales, durante esas fases, el flechazo, lo mismo que en el amor que sigue a una impresión profunda, se produce mucho más fácilmente que durante las fases intermedias.
Cada cual tiene su curva individual, las mujeres y los hombres están sometidos a la ley de la periodicidad, en la cima de la curva la predisposición aumenta. Ha alcanzado su punto culminante. Si el sujeto se encuentran en ese estado de predisposición amorosa intensa, ciertas asociaciones y ciertas impresiones pueden conducir a esa predisposición amorosa, al enamoramiento. Ese desarrollo puede verificarse en pocos minutos, incluso en segundos, de tal modo que se puede hablar en efecto, del flechazo; entonces el rayo cae en el barril de pólvora y la explosión se produce.
Los caminos de la fascinación pueden ser psíquicos y físicos, ya que el “ideal” muestra que está formado por dos componentes: Las primeras impresiones infantiles, que tienen una gran importancia y el descubrimiento de la identidad con la personalidad propia.
El flechazo, al menos en parte, se produce porque se reconoce uno mismo o su “Ideal del Yo” en el otro y éste hecho se debe tanto a causas psíquicas y físicas. Ya que cuanto mas diferenciados son los partenaires dentro de la pareja, más dificultades existen opuestas al amor.

El espejismo del amor.

Por medio del psicoanálisis, el inconsciente se volvió una parte aun más extraña para el conocimiento del proceso mental, algo tan completamente impersonal que se encuentra fuera del alcance del Yo. Si el inconsciente que nos plantea Sigmund Freud en su obra “La interpretación de los sueños” era la «otra escena», poblada de huellas mnémicas y de representantes pulsionales articulados entre sí, cuando describe el proceso del Ello y lo define como "eso otro", como lo más extraño y alejado de nosotros mismos. Pero gracias a eso existe el amor, por esa imposibilidad de alcanzar una integración completa, que sostiene la falta, la insuficiencia del sujeto, y da consistencia al objeto en el que lo faltante puede adquirir una figuración exterior. Las personas suelen decir que buscamos el amor en un alma gemela. ¿Esto significa que amamos a una parte nuestra encarnada en el partenaire? La verdad es que únicamente amamos un fracción minúscula de nosotros en el otro, mientras que el resto es una parte que no es tan nuestra, puesto que es algo desconocido e inalcanzable y por eso mismo corremos toda la vida detrás de ella.
El amor como la relación sexual parece cumplir por un momento el sueño de unificación con el ser amado, de eso nos percatamos, mientras que con la parte no disponible de nuestro ser (Ello) únicamente lo suponemos, pero aunque todo parece indicar que únicamente se trata de un espejismo, es un espejismo obviamente muy bonito, por el cual merece la pena vivir.

viernes, 23 de diciembre de 2016

El límite al Goce.

​El erotismo que manifiestan hombres y mujeres está condicionado por el horror y la atracción del incesto, obviamente de manera inconsciente (Complejo de Edipo). El sujeto neurótico tiene restringida su capacidad de sexual debido a sus fijaciones infantiles y a su dificultad para renunciar a los objetos incestuosos (madre, padre, hermanos), además lo quiera o no, sus parejas que tenga en la vida adulta reproducen con indeseada fidelidad a sus amores de la infancia. La «interdicción del incesto» sirve como una barrera protectora, esto significa que al sujeto únicamente se le permite el «placer» pero si se excede, ya no estamos hablando de placer sino de Goce*; pero en el neurótico no se encuentra establecida de forma objetiva y puntual esa barrera protectora por lo tanto el sujeto debe compensar ese déficit produciendo una serie de síntomas acompañados de una cantidad considerable de angustia que actúan como barreras entre el sujeto y el cuerpo del partenaire (que representa a nivel inconsciente a su madre) con esto evita por todos los medios posibles dar satisfacción a sus anhelos incestuosos —aunque sin renunciar a ellos— pues jamás se resigna y sueña con transgredir el límite algún día.
*La formula del Goce para el psicoanálisis se enuncia como: “No quiero saber nada de eso” ¿Qué significa esto? El descubrimiento del inconsciente por el psicoanálisis habla con precisión de «un saber» que está por fuera del campo de comprensión de la consciencia del sujeto. Es decir, es «un saber» que se ordena por fuera del campo de comprensión del sujeto, pero aun así lo determina. Se está poseído por el «saber» del inconsciente y, en tanto poseído, el sujeto es gozado por éste, fuera de su voluntad, valga la redundancia. Por ejemplo, el sujeto toxicómano, que comprende cabalmente que la cocaína le causa estragos a su salud, pero que el «saber» del inconsciente le ordena seguir consumiendo; o bien el sujeto promiscuo, que tiene la certeza que algún día puede contagiarse del “virus de inmunodeficiencia adquirida” pero aun así el «saber» del inconsciente lo obliga a seguir teniendo infinidad de parejas sexuales.
En términos clínicos, el inconsciente «Goza» y la cosa que lo hace gozar es el cuerpo mismo que el sujeto que lo pone a su disposición. Tenemos entonces el cuerpo como bien del cual el inconsciente usufructúa.

Un apunte sobre el narcisismo del Don Juan.

En la estructura psicótica se pueden distinguir dos tipos de posición significativos: la esquizoide y la narcisista. Desde el concepto amplio de narcisismo resulta muy difícil diferenciarlos, puesto que la posición esquizoide es también narcisista, por lo menos en el sentido de sobrevaloración de los objetos internalizados y en la tendencia a la confusión por el uso excesivo de la identificación proyectiva, pero una observación más detenida puede aportar la pauta para dilucidarlas desde el punto de vista caracterológico y relacional.
Ahora bien, el sujeto esquizoide vive replegado en su mundo interno y establece una barrera defensiva encaminada a desconectarle del mundo externo, el contacto con el cual es sentido siempre como frustrante y doloroso, aunque secretamente anhelado. Aparece como un ser introvertido, de aspecto emocionalmente frío y desconectado. Si alguien intenta forzar ese contacto emocional del que se protege, reacciona con reticencia, suspicacia y desconfianza en un estilo relacional francamente paranoide, de tal modo que, a partir de la posición esquizoide, son muy frecuentes los desarrollos paranoides e incluso las descompensaciones psicóticas con un fondo de retraimiento narcisista. En cambio, la estructura propiamente narcisista, construida a través de la identificación con un objeto interno idealizado y apoyada en el desprecio —de ahí la soberbia por un lado y la altanería por el otro—, da lugar a actitudes y conductas de autosuficiencia y desprecio preponderantemente, así como utilizar al otro al servicio de la propia grandiosidad, esto pueden expresarse clínicamente en trastornos de la personalidad de tipo perverso o psicopático. En ciertas formas de desarrollo psicopatológico de la organización narcisista la soberbia de la idealización del Yo y la altanería del desprecio hacia los demás, con su cortejo de hostilidad y agresión, tienden a quedar disimuladas bajo el manto de la «seducción». El narcisista se muestra hábilmente seductor con sus objetos de relación, recurre a la lisonja y a la adulación y se hace atractivo y necesario para el otro, pero siempre con la finalidad, consciente o inconsciente, de someterlo y utilizarlo para sus intereses y a mayor gloria de su Yo hipertrofiado e idealizado, esto lo podemos denotar en el sujeto que se personifica como “Don Juan”.
Generalmente, recurre para ello a estimular sus expectativas narcisistas, haciéndole creer que someterse a él le hará digno de los privilegios narcisistas de los que él mismo aparenta o cree disfrutar o haciéndole sentir como un elegido de los dioses; pero, en cuanto se muestra reacio a ser utilizado como objeto de satisfacción narcisista, el otro es abandonado e incluso cruelmente despreciado y degradado, merecidamente castigado, desde el punto de vista del narcisista, por su ignorancia e incredulidad. Algo así es lo que puede observarse en el tipo de relaciones que se mantienen desde la patología perversa y también desde la psicopática, ambas presididas por la utilización y la degradación del otro.
Dado su carácter defensivo arcaico, en ambas estructuras domina el uso masivo de la identificación proyectiva, y puesto que lo proyectado por el narcisista está constituido básicamente por los aspectos débiles, desvalidos y despreciados de su propio Yo, tampoco es raro que aparezcan tintes paranoides en la relación del narcisista con el mundo que le rodea, pero en general se caracterizarán más por el desprecio hostil y hasta agresivo que por la suspicacia dolorosa y desesperada propia del esquizoide. Puede decirse que, mientras que el esquizoide tiende a aislarse y recluirse, el narcisista tiende a imponerse de forma activa y beligerante, como corresponde más al fanático que al atemorizado e inhibido.

jueves, 22 de diciembre de 2016

La fascinación del ser amado.

¿Por qué nos fascina tanto el ser amado? Sigmund Freud postulo algo que denominó el complejo del semejante, afirmando que cuando percibimos a ese ser del cual nos enamoramos, éste se separa en dos partes: una parte semejante (a nosotros) y una parte extraña, que se nos escapa, que nos es ajena.
La presencia de lo extraño en el corazón mismo de lo semejante crea un ser doble en el que asoma la dimensión de la alteridad o del otro, no solo distinto sino también raro. A ese otro no lo podemos conocer, pues se resiste a ser alcanzado. Esa parte desconocida del otro, que por un lado es la menos fiable, pero también resulta ser la más atrayente, nos provoca curiosidad; esto se debe a que es el objeto "perdido" de la infancia que ha quedado sepultado en el inconsciente pero que toda la vida anhelamos reencontrar.
Ahora bien, nos identificamos con la parte semejante, que puede confundirse con la imagen del Yo y que pasa a ser la vertiente narcisista del amor, mientras que la parte extraña es un centro de atracción que sitúa lo deseable. Duplicamos al ser amado al internalizarlo, transformando al otro exterior en otro "interno". Hay que precisar que no se trata de un doble imaginativo de la persona real, sino que únicamente se trata de una representación inconciente, que es diferente del sujeto concreto. Es aquello que queda inscripto en los sistemas mnémicos, que es una parte inconsciente e ignorada de nosotros mismos, que influye decisivamente en las expectativas relacionadas con nuestros más íntimos deseos y nuestra vida amorosa en general. En esas circunstancias, lo extraño, que nos resulta inquietante, se introduce en lo más íntimo de lo familiar. Si el partenaire puede ser también alguien ajeno a nosotros y el odio es la reacción narcisista ante el extraño, debemos concluir que la ambivalencia afectiva «amor-odio» es universal e ineludible en todas las relaciones amorosas.

La confusión del deseo con el amor.

​Generalmente el sujeto tiende a confundir el «deseo» con el sentimiento del «amor»; pero el primero está inclinado más una aspiración mientras el segundo a una permanencia.
El amor y el deseo tienen fines diferentes, el deseo procura la satisfacción y el amor privilegia la unión, esto significa el vínculo con el otro. El deseo, en cambio, tiene una marcada preferencia por objetos parciales: una parte del cuerpo que es sobrestimada, rostro, senos, etcétera.
El deseo esta conformado de elementos pulsionales, que fragmentan y parcializan el objeto (partenaire), que toma el carácter de un fetiche cuando es el único que puede despertar el deseo sexual, razón por la cual la seducción tiene un poder hechizante: “Vale más el sujeto que pretendemos por lo que vela que por lo que muestra”.
Cuando el amor y el deseo van juntos, el sujeto amado es también el objeto de nuestro deseo, aunque raramente esto suceda por tiempos muy prolongados de vida en común. Cuando son antagónicos, pueden perturbar la vida en pareja (impotencia, frigidez, etcétera) y crear malestares que se observan sobre todo en neuróticos.
Dentro de la estructura neurótica, surge la mujer histérica, ella se caracteriza por la búsqueda permanente e insistente, su finalidad: «la confirmación de sentirse amada, es decir, una reivindicación narcisista». El amor que ofrece la histérica a su partenaire es para usarlo a él de espejo, donde únicamente pueda verse ella en todo su esplendor. El placer sexual es para ella relativamente secundario, cuando no inexistente, ella seduce con su cuerpo pero con su frigidez rechaza desdeñozamente a su pareja. Si es deseada pero no amada, se siente desvalorizada y experimenta un resentimiento que día con día se acrecienta.
La histérica pasa casi toda su vida buscando la confirmación de ser amada ¿qué la motiva a eso? Posiblemente por haberse visto decepcionada en ese sentido principalmente por su madre, amenazada casi todo el tiempo por la pérdida del amor: ¡Sí te portas mal, ya no te voy a querer! Aunado posteriormente a un padre distante afectivamente. El rencor y el odio por las injurias sufridas son notorios en estos casos: !Ahora de adulta —dice ella— tengo la sensación que mi madre nunca me quiso desde que nací! La separación satisfactoria con la madre no ha podido llevarse a cabo, porque siempre quedan cuentas por arreglar.
Pero en última instancia la histérica tiene aun una forma de confirmar que es amada, por medio de la mirada del otro, que tiene sobre ella los mismos efectos del licor para el alcohólico, por lo cual no resulta sencillo prescindir de esas miradas. Recurre para conseguirlo al conocido exhibicionismo histérico para producir un impacto en el otro: una forma provocativa de vestirse, de maquillarse, de platicar... Como se siente interiormente fragmentada, es en esa mirada que puede experimentarse momentáneamente como "una" finalmente reunida. Aquí cabe subrayar las características entre la mujer «normal» y la «histérica», si bien es cierto que ambas desean seducir al hombre con sus encantos físicos, la histérica los sobrecompensa, no escatima en mostrarse para obtener esa mirada que aliviana su angustia porque la aparición del deseo la lleva a la angustia, ya que quiere sostenerse como «objeto del amor y no del deseo». Defiende a capa y espada la causa del amor como un fin y no como un medio, tratando de consumir el deseo en el amor, confundiéndolos a ambos.
Desde el psicoanálisis, la disociación más notoria entre el amor y el deseo sexual se observa claramente en aquellos hombres con neurosis obsesiva que se les dificulta desear a la mujer que aman o amar a la que desean. Cuando aman, se les complica el acto sexual con su partenaire (impotencia, eyaculación precoz) muchos de ellos ni siquiera se atreven a pronunciar una “palabra obscena” durante el coito. Estos hombres suelen pensar que todas las mujeres son unas putas y que por eso gozan de la sexualidad, mientras que a su cónyuge la estigmatizan de “decente”, ni siquiera se atreven a imaginar que ella esta muy dispuesta a esa pasión carnal. La mujer amada, idealizada y excluida del campo de todo deseo posible, es la heredera de toda la carga de prohibición que pesa sobre el primer objeto de amor: la madre (Complejo de Edipo). Por lo tanto es común que este tipo de hombres estén más propensos a la infidelidad, ya que la práctica sexual satisfactoria sólo es posible si es mantenido alejado el componente sentimental (amor) de ellos para un buen desempeño erótico-pasional con la amante.