¿Qué prosigue más allá del amor? La pasión. El sujeto elige un objeto y se liga a él de una forma exclusiva y excluyente, reorganizando su percepción del mundo alrededor de ese objeto. Lo rodea de un aura que lo hace único e irremplazable, convirtiéndolo en su única razón de existir. La obstinación y el encarnizamiento que caracteriza a los actos pasionales son efectos de un empuje «pulsional» constante que no se detiene ante nadie ni ante nada, causando estragos; el sujeto se convierte en objeto de la pasión y él y su mundo terminan siendo devastados tarde o temprano.
La pasión es un fenómeno que se desborda del marco de la mesura y subvierte al amor mismo, de manera que lo erótico se vuelve indiscernible de lo destructivo.
Generalmente la pasión suele terminar mal y muchas veces de manera trágica (homicidio o suicidio). La muerte siempre acecha muy cerca de la pasión. Aunque todos albergamos en mayor o menor medida esa fuerza destructiva en nuestro inconsciente, fuerza que subyace en todas las relaciones amorosas.
Casi la mayoría de los sujetos han transitado por ese «amor loco y desenfrenado» que los transporta a un estado de exaltación y desenfreno. Si algunos otros sujetos no lo han llevado a la práctica es porque están defendidos de ese Goce por haber incorporado límites, barreras, la primera de las cuales ha sido la interdicción del incesto (Complejo de Edipo).
Cuando hablamos de pasión no nos referimos a un deseo o a un amor muy intensos; es otra cosa, pues la pasión convierte al objeto del deseo en un objeto de absoluta necesidad y al amor en locura pasional. Tampoco se trata de un placer muy intenso; es Goce, que tiende a borrar todo rastro de insatisfacción y que hace que la autoconservación y los demás intereses del Yo sean inoperantes. La descarga total de la tensión supone la abolición de todo límite, de toda medida, y la disolución del sujeto y del objeto en una vorágine que arrasa con todos los obstáculos morales y sociales.
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