Carl Mueller-Braunschweig y Michel Fain, exponen en su teoría respecto a la adquisición del género en el sujeto, que los cuidados de la madre (bañar, aseo corporal —cambio de pañales— amamantar, etcétera) y su expresión de placer en la estimulación física del infante son esenciales para alentar el erotismo de la superficie corporal de éste y, más tarde, el deseo erótico que tendrá en la adolescencia y edad adulta. Tanto en la niña como en el niño, la experiencia erótica temprana con la madre enciende el potencial para la excitación sexual, pero mientras que la relación erótica implícitamente “tentadora” de la madre con su niño varón constituye un aspecto constante de la sexualidad masculina y contribuye a la capacidad comúnmente
continua del varón para la excitación genital, el sutil e inconsciente rechazo por la madre de esta excitación sexual
cuando se trata de la hija inhibe gradualmente la conciencia que tiene la niña de su genitalidad vaginal inicial. Este diferente trato otorgado al niño y a la niña en el ámbito erótico consolida poderosamente sus respectivas «identidades genéricas nucleares», mientras contribuye a establecer
su diferencia en la afirmación de la excitación genital a lo largo de la niñez, que es continua en el niño, e inhibida en la niña.
Por esta razón, los hombres —inconscientemente fijados a su objeto primario— tienen mayores dificultades con
su ambivalencia respecto de las mujeres, y deben desarrollar la capacidad para integrar las necesidades genitales
y tiernas, mientras que las mujeres —inhibidas tempranamente en su conciencia genital— son más lentas para integrar una relación genital completa en el contexto de una relación de amorosa.
Siguiendo este orden de ideas, para el niño, la relación genital con la madre ya envuelve una orientación sexual especial de ella hacia él, que estimula su conciencia sexual y la investidura narcisista de su pene. El peligro es que la gratificación pregenital excesiva de las necesidades narcisistas del niño varón por la madre dé origen a la fantasía de que su «pequeño pene es plenamente satisfactorio para ella», y de este modo contribuya a que el niño reniegue su diferencia con respecto al «pene poderoso del padre». En tales circunstancias, en los hombres, esta fijación narcisista puede determinar posteriormente una especie de actitud sexual seductora infantil, juguetona, respecto de las mujeres, «sin una identificación plena con el poder de penetración del pene paterno». Esta fijación interfiere en la «identidad genital completa», con la internalización del padre en el Ideal del Yo, y alienta la represión de la angustia de castración excesiva.
En estos hombres, la competencia irresuelta con el padre y la renegación defensiva de la angustia de castración se expresan en el placer narcisista de relaciones dependientes infantiles con mujeres que representan imágenes maternas. Esta constelación, tanto para Braunschweig y Fain como para Janine Chasseguet-Smirgel, es una importante causa originaria de la fijación narcisista y una inadecuada resolución del Complejo de Edipo en los niños varones; que es alentada por los aspectos de la conducta de la madre con los que ella se rebela contra el “predominio” del pene paterno y la “Ley Paterna” en general. Esto implica que existe una colusión inconsciente entre los eternos niños —Donjuanes— y las mujeres maternales seductoras, que utilizan la rebelión del Donjuán contra “la ley y el orden” del padre para expresar su propia competitividad con el padre y la rebelión contra él.
Braunschweig y Fain dicen «que el alejamiento periódico normal de la madre respecto del niño varón para volver al padre frustra el narcisismo de la criatura y estimula en ella la identificación competitiva con el padre, iniciando o reforzando de tal modo la constelación edípica positiva en los varones» (esto se considera un desarrollo normal).
Una consecuencia es la sensación realzada de frustración del niño varón por ser rechazado sexualmente por la madre, de modo que la agresión hacia ella derivada —y proyectada— oralmente recibe el refuerzo de la agresión temprana de raíz edípica. Este desarrollo ejercerá una influencia crucial sobre la vida amorosa de los hombres que inconscientemente no cambian su primer objeto sexual: la madre.
Estos autores también ponen énfasis en la excitabilidad vaginal de la niña, y en su sexualidad femenina en general. En este sentido, sus observaciones son análogas a las de Alfred Ernest Jones, Melanie Klein y Karen Horney que indican actividades masturbatorias vaginales tempranas y la íntima conexión entre la responsividad erótica clitorídea y la vaginal (Marjorie Barnett, Eleanor Galeson y Herman Roiphe). Estos estudios sugieren que hay en la niña una conciencia vaginal muy temprana, y que esta conciencia vaginal es inhibida y más tarde reprimida.
Las actitudes de los progenitores, en particular de las madres, no son iguales respecto de los niños que de las niñas, ya que la inducción del rol que resulta de la interacción temprana entre madre y vástago tiene una influencia poderosa sobre la «identidad genérica» (Robert Jesse Stoller).
Según el punto de vista de los psicoanalistas franceses, la madre, en contraste con la estimulación temprana de la genitalidad del niño varón, no realiza una investidura particular de los genitales de la niña, porque mantiene su propia vida sexual, su «sexualidad vaginal», como parte de su dominio separado en tanto mujer relacionada con el padre; incluso cuando inviste de modo narcisista a su hija pequeña, este narcisismo tiene rasgos pregenitales, más bien que genitales (excepto en mujeres con fuertes tendencias homosexuales). El hecho de que la madre no inviste los genitales femeninos de la hija constituye también una respuesta a las presiones culturales y a las inhibiciones compartidas, que derivan de la angustia de castración masculina, acerca de los genitales femeninos.
«Ernst Blum subraya la importancia de la rivalidad y los conflictos edípicos en torno a la autoestima como mujer que la niña suscita en la madre: si la madre se ha desvalorizado como mujer, también desvalorizará a la hija, y la autoestima de la madre influirá fuertemente en la autoestima de la hija. Los conflictos no resueltos de la madre acerca de su propia genitalidad y la admiración al pene del niño varón llevarán a la hija a mezclar la envidia del pene con la rivalidad fraterna. Normalmente, la niña se vuelve hacia el padre, no sólo porque la madre la decepciona, sino también identificándose con ella».
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