En los períodos de aislamiento e introversión de la mujer, el amor subyace casi exclusivamente en la fantasía, que se muestra con frecuencia en constante movimiento a causa de su carácter compensatorio. En la adolescencia y en la menopausia, periodos de sensualidad acentuada, las fantasías sobre el hombre y el amor son frecuentes, y las imágenes interiores suelen ser de una evidencia y una veracidad extraordinaria, aunque no sean vividas en la vida exterior, son vividas a través de una proyección inconsciente.
El amor es vivido preferentemente en el sueño. Los amores “imaginarios” tienen a veces un carácter real, y a veces de cuento de Hadas; la figura del hombre puede tener elementos de la realidad, o elementos de la más pura fantasía, los sueños de amor son sentimentales y voluptuosos. La fantasía crea ilusiones peligrosas, que alejan a la mujer del mundo real, de las exigencias concretas de la vida y de las relaciones humanas.
La costumbre de vivir en los sueños puede tornarse en vicio morboso y compulsivo, creador de conflictos con la vida real, disminuyendo la capacidad de adaptación y de vivir sentimientos reales.
Estos espejismos interiores de carácter compensatorio conceden a la soñadora todo cuanto no puede ella vivir en la realidad, transformándola a ella misma en heroína idealizada, que unida a un héroe, vive todo romance hecho de encuentros y escenas del carácter más exquisito y delicioso que pueda imaginar, tanto en el aspecto romántico como voluptuoso.
La fantasía introvertida crea a veces incluso un héroe de rasgos puramente imaginarios, cuya figura puede estar sugerida por sencillamente sólo un sueño. En los estados nerviosos, en los períodos de aislamiento, en los conflictos dolorosos, en el rompimiento de una relación amorosa, la mujer acude de buen grado a la compensación que le ofrecen los amores imaginarios, hasta perderse en un mundo irreal, vuelve la espalda al mundo que la ha desencantado, replegándose completamente sobre un mundo lleno de rica y exuberante fantasía.
En los períodos de cansancio y de excesiva actividad, en cambio, los sentimientos son fríos, la fantasía apagada, el mundo pierde sus atractivos, la vida interior se vuelve un desierto árido y estéril, y, en consecuencia, los sueños desaparecen. En una evolución normal de los sentimientos, el interés por la vida y el amor retornan con el tiempo, después de la fase de desilusión y voluntario aislamiento.
Las imágenes de las capas profundas de la personalidad no surgen en cada relación amorosa entre hombre y mujer, tampoco son vividas en todos los romances; a menudo el hombre, considerando suya una mujer sólo porque la posee físicamente, no advierte que tiene en ella una potente rival en una pura imagen de la fantasía; solamente el hombre que responde a las exigencias y a los ideales más íntimos de la mujer ejerce en ella una fuerte atracción, que la lleva a la dedicación y a los impulsos sexuales, generosos y sublimes.
En el enamoramiento, en efecto, los deseos más íntimos y lejanos son proyectados todos en la persona amada, y si bien la mujer enamorada proyecta una imagen interna sobre el hombre que ama, también ella representa un personaje ideal del hombre amado.
El amor se torna para la mujer en experiencia feliz solamente con el hombre que tenga el poder de despertar en ella estas imágenes de las profundidades del inconsciente, esto es, sólo en una situación amorosa en la cual la mujer pueda expresarse cabalmente e íntegramente tal cual es al exteriorizar tales imágenes. Este mundo atrayente puede, empero, ser ilusorio, el hombre sobre el cual se proyecta la imagen puede desencantar, y el desencanto lanzará una vez más a la mujer en pos de nuevas ilusiones, a través de otros aspectos del amor, en su ininterrumpida búsqueda de amor y experiencias nuevas.
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