El destino que le depara a la mujer ante el encuentro sexual con el hombre lo percibe primeramente como peligroso, su propio deseo le causa gran desconfianza, contrariamente a lo que le sucede a él.
Si la fémina aun se encuentra en edad fértil (independientemente que tenga hijos o no) no puede concebir ese encuentro ante el hombre sin proyectar consciente o inconscientemente en él su posible fertilidad.
Gracias al lenguaje, a la mujer se le ha concedido la noción de su feminidad, de nuevo es el intercambio verbal, con una mujer de su confianza, amiga, hermana, madre..., la que en un momento dado, si llega a suceder, podrá orientarla para liberarla del peligro que corre de ceder a las reclamos del hombre, o bien del temor a ser frígida, cuando no experimenta ni deseo ni amor.
Para Françoise Dolto, el peligro reside en el hecho de que, en estas condiciones que crean la insensibilidad sexual, estas mujeres, creyéndose frígidas, se atreven a interrumpir el método anticonceptivo que usan con cualquier pretexto para asegurarse de que son mujeres al menos para la concepción. Aquí, el aborto se puede convertir en la experiencia mutiladora de un ritual para asegurarse de esa feminidad.
Ahora bien, «La realización de su deseo en el orgasmo completo exige de la mujer una total participación en el encuentro emocional y sexual con su partenaire, lo que constituye un problema para lo que hay de «fálico» (masculinidad inconsciente) en su narcisismo, pues la entrega íntima de ella al hombre, su narcisismo lo ignora». Este encuentro no se hace en la dimensión narcisista de la ensoñación, que no haría más que entorpecerlo o llevarlo al fracaso. «El coito es el acto surrealista en el sentido pleno del término, “una desrealizacíón” que marca la pérdida para el hombre y la mujer de su referencia común y complementaria al falo»* Esta pérdida común es la que permite la apertura del campo poético del encuentro entre un hombre y una mujer. Ella se entrega en ese momento, rozando siempre el peligro que constituye el riesgo femenino por excelencia en el encuentro amoroso: el de sentir «convertirse en nada» (el orgasmo representa una pequeña muerta en la mujer). Esto es lo que, más que el hombre, la hace sensible a la valorización narcisista que recibe de él después del orgasmo, la que le reconoce el valor de su entrega íntima que hace de su sexo que se asocia, inconscientemente para ella, a la pérdida de su valor; por eso espués del coito la mujer suele preguntar: ¿Me amas?
Para Dolto en toda su obra mantiene la idea, según la cual, para la mujer, «lo que no es nombrado no es nada». Así, el hombre tiene que aprender que con ella «no funciona sin decirlo», sin la apreciación ética y estética que él le brinda en palabras a fin de exorcizar la «nada» deshumanizadora que la amenaza en cada encuentro sexual: Te amo y te deseo son las palabras que anhela escuchar ella; pues, para Dolto, «una mujer, en cuanto a su sexo, no se conoce nunca». «La mujer se arriesga a esta desrealización, sentida como una amenaza, por el abandono total de su narcisismo, que se convierte en la condición de su placer sexual». Precisamente —nos dice Dolto— en este umbral de las «pulsiones de muerte», en un abandono de ella misma hace al entregarse, es lo que puede atraer al hombre de manera narcisista pero también puede despertar en él la “angustia de castración primaria” y devolverlo al sadismo remanente de las pulsiones arcaicas, razón por la cual el hombre abandona a la mujer después de poseerla carnalmente. Así, en la singularidad que ella le refleja, el deseo femenino de ser tomada y penetrada puede ser inimaginable por el hombre, presionado como está a menudo para interpretarlo como un acto masoquista, y le hace refugiarse en este temor que le sobrecoge desde el momento en que ella le desea y se decide amarlo firmemente. «El hombre puede retroceder ante este vértigo que ella le hace presente como todo niño pequeño ante el sexo desnudo de la madre» . Ésta es la versión de Dolto del desfase amoroso del hombre y de la mujer: Mientras que ella era ante el coito, ante lo que tenía tendencia a huir, pero en el primer orgasmo sintió producirse en ella una mutación, ahora es el turno de huir del hombre, ante ese amor y el deseo de esa mujer que le debe su serena madurez y la fidelidad de su deseo por él”.
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