Generalmente los logros intelectuales, profesionales y artísticos de los hombres son considerados como algo adherente a su género, pero en el caso de las mujeres, en situaciones paralelas, a veces entran en zonas de conflicto, no sólo con la provechosa utilización de su intelecto o talento (a menudo considerada como prerrogativa del mundo del hombre), sino también con su propia feminidad, que frecuentemente está interconectada con la utilización de sus cuerpos. Es en estos momentos cuando las mujeres experimentan un proceso de escisión entre su intelecto y su feminidad. Esto atañe especialmente a las mujeres cuyas madres no han utilizado sus propias capacidades intelectuales, ya sea por falta de oportunidad en su infancia o adolescencia por cuestiones socioeconómicas; o desaprovechamiento, o bien por presión de su cónyuge.
Ahora bien, éste tipo de mujer suele sentir un temor ante el éxito en su esfera laboral, en la creencia que no sólo los hombres sino también su «madre interiorizada» tomarán represalias contra ella ante sus logros. Todo ello puede desembocar en una exageración extrema que emerge de la infravaloración de la inteligencia o talento a la vez que se equipara una supervaloración del cuerpo de la mujer con la feminidad.
Suelen presentarse a psicoanálisis mujeres profesionistas con un alto desempeño laboral y con un desahogado nivel económico, que comparándose con los hombres en las mismas condiciones, les resulta muy difícil alardear a ellas de sus logros y más difícil aun aceptarlos; y las que llegan a reconocerlo lo hacen con vergüenza o incredulidad, incluso pueden hasta manifestar que fue la «suerte» quien las llevó hasta el éxito.
Cabe destacar que estas mujeres tienen la sensación de estar rebelándose abiertamente contra los criterios tradicionales. En el transcurso de sus vidas profesionales y sociales experimentan, a pesar de ellas mismas, una reacción ambivalente cuando se les aproximan sexualmente hombres poco atractivos y poco interesantes. Por un lado se sienten humilladas y enfadadas pero, por otra parte, se sienten íntimamente tranquilas y halagadas ante tales aproximaciones que no representan una seducción comprometedora, en tanto que el hombre que posea una masculinidad atrayente podrían considerarlo potencialmente peligroso para su integridad.
De todo esto resulta el amargo poderío que se le ha asignado al cuerpo de la mujer y a su feminidad en oposición a la falta de poder asignado a la capacidad intelectual de la misma.
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