Los fantasmas que acarrea el Complejo de Edipo en la niña entre los seis a nueve años de edad aproximadamente, se caracterizan por el deseo real de tener un hijo, depositado en ella por la penetración del pene paterno que ella desea obtener, acompañado de la rivalidad acérrima respecto de su madre.
Estos fantasmas son totalmente espontáneos y, surgen de manera inesperada, sin que exista necesariamente una verbalización o la observación de relaciones sexuales entre sus padres o de otros adultos, la niña llegará por sus fantasías edípicas a esta conclusión; asimismo deducirá que su vagina es pequeña para el pene de su padre que resulta volumétricamente desproporcionado. Se sigue de ello la «angustia de violación» por todos los penes a los que se puede conceder valor.
“La angustia de violación por el padre, en la edad edípica, es al desarrollo de la niña lo que la angustia de castración al desarrollo del varón”.
Se puede decir incluso que todo deseo sexual provoca una representación de reclamo de un «pene centrípeto»*, cuyo valor libidinal será igual al valor de la falta: cuanto mayor sea el reclamo, cuanto más formidable sea el pene fantaseado, tanto más fantástica será la fuerza de su portador humano; su audacia y su desprecio de los límites de lo conveniente deben ser tanto más espectaculares porque la joven enamorada reprime la representación de la imagen de determinada persona real. Si se representa a su padre, entonces su potencia mágica penetrante no tiene límites, pues él es, por la opción estructurante que ella le ha destinado desde su vida fetal, el eje que la verticaliza, que estimula sus emociones y regula su naturaleza, que estabiliza sus pulsiones en sus expresiones polimorfas perversas de su sexualidad, sirviéndoles de representación de falo simbólico, deseado pero difícil de conquistar, tanto más porque, a los ojos de la hija, pertenece en forma exclusiva a su «madre castradora».
Al identificarse y proyectarse en su madre, la niña espera en sus fantasmas, a menudo verbalizados, que un día, quizá por error, equivocándose de mujer, el padre la tomará por esposa y ambos se casarán y tendrán muchos hijos. Esta esperanza se denota visiblemente cuando la niña porta los zapatos, ropa, maquillaje, alhajas, etcétera de su madre y deambula por toda la casa, o juega con sus muñecas y las pasea en su carriola, todo esto representa para ella —dentro de su fantasía— ser la esposa de su padre o, mejor aun, está convencida de que él es posesión suya. Sólo la existencia del padre como tal permite toda esta estructuración sin que sea necesario, sin embargo, que él se ocupe activa o directamente de la educación o cuidado de su hija. Su papel fálico de dueño innegable del universo emocional de su hija es absoluto —siempre y cuando su madre brinde la pauta para que así sea— cualquiera que sea el afán que tenga la niña de conocer realmente a su padre como persona.
* Pene centrípeto simboliza la penetración en el lugar de su deseo, focalizado en la vagina. Françoise Dolto.
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