“Después de asistir a terapia durante varios meses —declara Mónica— y revelar al terapeuta sobre mi estado emocional y sobre los conflictos sexuales que mantenía con mi pareja, un día, terminando la sesión se acercó el terapeuta y me tomo de la mano, al mismo tiempo que con la otra acariciaba mi cabello, y con su vista puesta en mis ojos me dijo que me desvistiera, asegurando que eso era parte de la terapia. Además me dijo que podría tener en ese momento pensamientos contradictorios, pero que no me preocupara, que no me resistiera, que dejara que todo eso fluyera. No niego que en ese momento sentí un gran deseo por entregarme a él. Después de mantener relaciones sexuales por casi dos meses con mi terapeuta, empecé a sentir más deprimida de cómo lo había estado antes de conocerlo”.
Desde los primeros días del psicoanálisis, Sigmund Freud prohibió las relaciones sexuales entre psicoanalista y psicoanalizado como una regla primordial, no por cuestiones morales, sino como algo indispensable y necesario para la “cura” del paciente. En este punto la visión del psicoanalista debe ser siempre clara, y con ello brindarle al psicoanalizado la confianza suficiente para que pueda abordar la palabra para explorar su inconsciente y sus fantasías.
Por desgracia, algunos psicoanalistas, psiquiatras y terapeutas en general confunden el diván o lugar de trabajo con la cama. Algunos pacientes llegan a sentir una marcada intromisión del terapeuta en su vida sexual, más que hablar se sienten interrogados.
Posiblemente existen muchos abusos de este tipo que no platica el psicoanalizado con los familiares y no se denuncien ante las autoridades correspondientes, muchas veces por miedo o vergüenza.
Estos seudoprofesionales abusan de su posición con prácticas de contacto físico. Este tipo de abuso se da con mayor frecuencia en médicos, sexólogos y profesionales de terapias centradas en el cuerpo, qué bajo el pretexto de buscar un padecimiento de algún órgano o extremidad, un trastorno hormonal, energético, etcétera les resulta más fácil el acercamiento físico al paciente para acariciar diversas partes de su cuerpo, haciéndole creer que es un procedimiento rutinario de auscultación, ejercicio de relajación mental, nivelar su energía, etcétera. Aunque esto no excluye que existan psicoanalistas o psiquiatras que también “pasen al acto”. Este tipo de relaciones terapeuta-paciente indica que las manipulaciones táctiles, o las “verdades” que se dicen en el diván activan el «Goce» del primero, que desea culminar en un estallido sexual.
Si bien es cierto observar acciones frecuentes del paciente encaminadas a seducir al terapeuta —sobre todo en el trabajo psicoanalítico o psiquiátrico— por cuestiones de la “transferencia”, la verdadera demanda de psicoanalizado no es de connotación sexual sino más bien aspiran a un cambio, algo que los libre de sus conflictos o de las dependencias que lo aprisionan. Cabe recordar que si el psicoanalista o el psiquiatra sienten o se percatan que el psicoanalizado se empieza a enamorar frenéticamente de ellos (siempre que no rebase el idilio o sentimiento romántico) eso imposibilita la continuación con el trabajo analítico y en consecuencia no avanza. El paciente por estar obsesionado con el terapeuta deja de interrogarse por sus propios conflictos, y se enquista en forma permanente con su pasión.
Es importante señalar que existen profesionales de la salud mental que actúan de buena fe, convencidos de ayudar al paciente; también se encuentran por otro lado los terapeutas mal preparados —como en cualquier otra profesión— que no saben en qué momento deben parar el tratamiento; y por ultimo están los seudoprofesionales que durante la terapia intentan seducir a sus pacientes, o incluso pueden esperar a que concluya el tratamiento para posteriormente cortejarla, y con esto sentirse de alguna manera exculpados por su posición. Casi siempre, el paciente es mucho más joven que ellos, con lo cual los lleva a idealizar la relación.
Un limite muy borroso, muy equívoco y, por lo mismo, la preparación y la intuición del terapeuta deben ser de la máxima excelencia.
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