En el psicoanálisis se parte del concepto de privilegiar el discurso del toxicómano —todo lo que pueda decir— aunque para muchos les resulta difícil poner en práctica el discurso (he aquí la predisposición de los psicoanalistas a tratar toxicómanos por esa dificultad primordial que se presenta, que anula desde el inicio el análisis) por lo cual se debe abordar sutilmente la puesta en marcha del discurso por parte del paciente, y que con esta operación se percate el sujeto de la validez en el sentido de tener la capacidad de producir una modificación de su posición subjetiva, siendo estos puntos los ejes de articulación de un sistema de tratamiento capaz de proponer, a quien padece, una alternativa diferente a las prácticas de la anulación del dolor de existir, que el efecto de la substancia tóxica atenúa.
El objetivo principal de este sistema es alcanzar la "conciencia de su malestar" como modo de reconocimiento de la implicación del sujeto en el desarrollo de su padecimiento, posibilitando el surgimiento del interés de continuar el tiempo necesario para lograr una profundización de la interrogación subjetiva hasta lograr una modificación de su posición ante el “Otro”, teniendo como resultado una disminución significativa de su displacer.
¿Qué significa esta conciencia del malestar? Si el origen del "ruido psíquico" productor del malestar se encuentra dentro del toxicómano, y se revela por sus manifestaciones, «en algún punto de su discurso se percata que tiene la posibilidad de desplegar otros dispositivos para operar sobre su padecimiento», y así poder variar las repeticiones y salir de la monotonía de la anestesia a la cual recurre cuando se despliega la angustia o la amenaza proveniente del Superyó.
Obviamente como condición para poder realizar este recorrido es necesario establecer la abstinencia, no como fin en sí mismo, sino como requisito indispensable para poder desarrollar la «cura». En la medida en la cual esta sobriedad implica la aceptación de un tiempo de “pago”, de “renuncia”, marcado por la aparición de una falta concreta a través de la cual comienza a hacerse presente el malestar.
Abandonar la queja, dejar de sentirse la víctima, soportar las manifestaciones de eso ante lo cual repetidamente se ha recurrido a su cancelación por la vía rápida y engañosa de la sustancia tóxica, sobreponerse a esa modalidad de “reconocimiento social” de ser señalado como “adicto” y transitar por el difícil pasaje de esta pérdida de “ser”, hasta la construcción de una nueva categoría de reconocimiento, son algunas de las cuestiones que se despliegan en la «cura».
El toxicómano debe hacer conciencia que los “anhelos postergados” son parte importante de lo “penoso” de la “miseria adictiva”, pero no por eso resultan ser irrealizables. Su concreción se encuentra suspendida por obra de las dificultades implícitas en la posición subjetiva que se encuentra. Estos sujetos adolecen del déficit inicial, en un elemento fundamental para una adecuada constitución del Yo, en tanto el “alojamiento amoroso en el Otro” aparece fallido.
Esta falla puede manifestarse a través de la vivencia de no haber recibido este amor de un modo suficiente o por una excesiva erotización del mismo. En ambos casos, el sujeto carecerá de uno de los elementos fundamentales para desarrollarse de una manera tal como para poder realizar los anhelos derivados del despliegue del campo desiderativo*.
En tanto el consumo de drogas proporciona un modo de cancelación rápido al displacer y ofrece la posibilidad de un cierto grado de anestesia, otorgando, al mismo tiempo, la imposibilidad de un reconocimiento social a sujetos con importantes dificultades para acoplarse al mismo, en la medida que uno de los rasgos de su Goce es el sostenerse en una marginalidad por su incapacidad de integración que padecen.
*Desiderativo: Expresar un deseo.
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