Podemos observar que los sujetos son en parte escépticos ya que están predispuestos a dudar, pero también por otro lado poseen una credulidad dogmática. Así se explica la íntima convicción que expresan estos ante las teorías científicas en el ramo médico, biológico, astronómico, matemático, estadístico, etcétera pero mantienen un escepticismo respecto a lo que proviene del psicoanálisis.
Pero ¿Cuál es la razón para que el sujeto piense de esta manera?
Un popular dicho lo confirma: “Quien miente una vez ya no se le cree aunque después diga la verdad”. Las primeras decepciones que sufre el sujeto provienen de su infancia sobre la sinceridad y a la integridad de sus padres y educadores, en el momento que pregunta primordialmente sobre asuntos de índole sexual, que son regularmente respondidos con mentiras o evasivas, esto trae como consecuencia que tanto en su adolescencia como edad adulta sea escéptico en exceso ante las afirmaciones que se postulan sobre la sexualidad en el campo del psicoanálisis; razón por la cual exige pruebas «tangibles y evidentes» para «creer», y que no presenten error o discrepancia alguna para evitarse una nueva desilusión (proceso inconsciente e inmediato que presenta el sujeto reticente). Esta exigencia está perfectamente justificada; el error lógico sólo interviene en el momento en que quienes reclaman pruebas «evidentes» descartan toda posibilidad de que puedan obtenerse.
La única posibilidad, en psicoanálisis, es vivir la experiencia en sí misma. El psicoanalizado que se decide a seguir un tratamiento psicoanalítico y que acoge desde el principio todas las ideas con un escepticismo irónico no puede convencerse de la verdad de las afirmaciones vertidas por este medio más que reavivando sus antiguos recuerdos y, si éstos están muy reprimidos, sólo le queda la «vía dolorosa de la transferencia» en el presente, y particularmente sobre el psicoanalista, debiendo tener en cuenta que está técnica le ha mostrado el camino, y debe hallar la verdad por sí mismo.
La desconfianza instintiva del psicoanalizado respecto a toda enseñanza y toda autoridad llega a cuestionar lo que ha sido ya comprendido, pero si de todo esto existe algo que le ayude se lo debe indudablemente al psicoanalista.
El psicoanalizado siente la misma desconfianza neurótica hacia cualquier intención manifiesta del psicoanalista: «ve la intención y se enfada», es decir, se vuelve desconfiado. El psicoanalista debe realizar todas sus intervenciones sin apasionamiento alguno y con un tono uniforme, sin destacar lo que le parece importante; le corresponde al propio escéptico evaluar la importancia de las cosas. Cualquiera que pretenda explicar o convencer se convierte en representante de la «imagen materna o paterna, o profesoral», y concentra sobre él todo el escepticismo que estos personajes suscitaron ante este sujeto cuando era niño.
La antipatía tan frecuente hacia los libros que versan sobre psicoanálisis, que dejan translucir la intención moralizadora del autor, proviene de la misma fuente. Por el contrario, el lector acepta complacido estas mismas tesis cuando se hallan disimuladas en la obra y se deja a su arbitrio el deducirlas.
«El hombre de ciencia tiene el deber de exponerse a cometer errores y a ser criticado, para que la ciencia avance siempre...» Presentando estas valientes palabras de Guglielmo Ferrero como lema de su importante obra “Poder: los genios invisibles de la ciudad”, incitando al crítico a realizar también su función en serio. La labor crítica podría limitarse a la fácil y agradable tarea de mostrar los múltiples méritos de este estudio.
El psicoanalista, con un celo prodigioso y un entusiasmo siempre apasionado, hace un recorrido por casi todos los campos del saber humano, pertenecientes a las ciencias naturales y sociales, y reúne de este modo los materiales con los que va a intentar construir el imponente edificio de una nueva visión del mundo. Pero no es sólo el caudal de conocimientos lo que extraña al lector, sino que también suscita una gran admiración la manera fina e ingeniosa con que el autor trata los materiales científicos y la observación analítica destinados a afianzar sus teorías. Sin embargo, hemos de renunciar aquí a estudiar detalladamente todas estas cualidades a las que habría que añadir la del estilo tan personal de la obra.
El psicoanalista, cautivado enteramente por la amplitud y la novedad de su propia especialidad, no puede detenerse en investigar y examinar todas las fuentes de los autores donde ha extraído sus argumentos biológicos, filológicos, teológicos, filosóficos... Esa labor debe quedar para especialistas en la materia.
El lector debe criticar el psicoanálisis desde el punto de vista psicoanalítico, y con eso pretender que los conceptos actuales tengan la oportunidad de brindar nuevas y mejores perspectivas en este campo.
De este mismo modo es un hecho admitido que las tesis del psicoanálisis son aceptadas e incluso apreciadas por los psiquiatras o psicólogos a condición de que se sugieran, o se digan por medio de un chiste o que se presente como un caso particular.
De ello se sigue que una enseñanza psicoanalítica, debe presentarse en forma de ejemplo (o sea, como algo vivido y descrito minuciosamente) y no como un simple esfuerzo lógico. En materia de psicoanálisis, la frase «Sentir es crecer» siempre será sinónimo de aprendizaje.
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