El consumo de la sustancia tóxica es la manifestación de un malestar y son justamente éstas las que aportan una solución rápida y efectiva.
Las dificultades ante las circunstancias de la vida cotidiana son lo que se denomina el “dolor de existir”, incomodidad que soporta el «sujeto de la palabra, derivada del malentendido fundamental de la misma, que adquiere toda su potencia en la relación con el Otro».
Sigmund Freud señala que el sujeto para soportar la vida tal como se presenta utiliza —entre otras distracciones— el consumo de sustancias embriagadoras para volverse insensible, ya que alcanzar la anhelada felicidad resulta ser algo ilusorio o fugaz.
Ante esto se construye la “ideología toxicómana”, que si bien se encuentra desplegada en su máxima potencia en el consumo de tóxicos, también constituye el estilo con el sujeto se inserta en la cultura.
El infortunio, el núcleo familiar, las decepciones amorosas, la defunción del ser querido, el abandono, el divorcio, la enfermedad, etcétera, son los argumentos desplegados y utilizados en la vida cotidiana como razones o justificaciones del destino. Queda así fuera de la interrogación del toxicómano su responsabilidad directa, en mayor o menor grado, en la producción de su destino.
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