El observador cauto se percata que la pareja que ha estado unida por años a menudo empiezan a parecerse entre sí, incluso físicamente, en estas circunstancias suele admirarse que dos sujetos tan similares se hayan encontrado.
En esta «relación de gemelos» —compuesta de amor objetal y de gratificación narcisista—, esta gratificación es la que protege a la pareja de la activación de la agresión destructiva. En circunstancias menos ideales, la «relación de gemelos» puede convertirse en lo que Didier Anzieu ha llamado "piel" que se encuentra presente en la relación de pareja: es una exigencia de ambos por una intimidad completa y continua, que al principio parece «intimidad del amor» pero finalmente se convierte en una «intimidad del odio».
La pregunta constantemente repetida que se hacen los amantes: "¿Aún me amas?" que refleja la necesidad de mantener la piel común de la pareja, es la antítesis de la afirmación "¡Siempre me tratas así!", que señala un cambio en la calidad de la relación bajo la piel, desde el amor a la persecución. Para proteger la propia seguridad y cordura, sólo cuenta en realidad la opinión del otro, y esa opinión puede dejar de ser una corriente constante de amor para convertirse en una igualmente constante corriente de odio.
Los guiones de gama amplia escenificados inconscientemente pueden incluir fantasías realizadoras de deseos, culpa inconsciente, búsqueda desesperada de una conclusión diferente para una situación traumática temida y reiterada de modo incesante, y una reacción en cadena iniciada sin desearlo ni advertirlo, que quiebra la secuencia interna del guión ¿Qué significa todo esto? Ejemplifiquemos: Una mujer histérica con fijación edípica a un padre idealizado que se manifiesta con profundas prohibiciones contra el compromiso sexual con él, «encuentra» (deberías decir lo ha elegido inconscientemente para casarse con él) a un hombre narcisista de la personalidad que padece un intenso resentimiento contra las mujeres. Este hombre la eligió a ella como «gemela heterosexual deseable», y espera inconscientemente que se encuentre bajo su control total como soporte para su narcisismo. La inhibición sexual de la mujer frustra el narcisismo del marido y lo lleva a buscar satisfacciones extramaritales; la decepción de ella con el padre edípico desencadena, primero, una fútil sumisión masoquista al esposo y, más tarde, una aventura amorosa masoquista y (por la misma razón) sexualmente gratificante con un hombre prohibido. Cuando la fémina abandona al esposo, éste toma conciencia de su temida dependencia respecto de ella, renegada por el hecho de que la trataba como a una esclava, mientras que, a la mujer, su propia respuesta sexual, que ha despertado plenamente en una relación amenazante pero inconscientemente permitida (porque es de naturaleza no marital), la lleva a aceptar su propia sexualidad genital. Esto da por resultado que ambos cónyuges se reencuentran con una mejor comprensión de sus mutuas necesidades, aunque sea a costa de la infidelidad. Él necesita inconscientemente provocar a su esposa para que se convirtiera en una «madre rechazadora», justificando retrospectivamente, por así decir, la desvalorización de la que él la hacía objeto, y la búsqueda de una nueva mujer idealizada; por otro lado ella necesita inconscientemente reconfirmar la «inaccesibilidad y deslealtad del padre» (representado por su marido), y pasar por una situación socialmente peligrosa como precio y condición para responder sexualmente a un hombre que no es su cónyuge.
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