En la experiencia cotidiana las dificultades del toxicómano siempre se encuentran centradas en los avatares de las relaciones intersubjetivas principalmente con su círculo familiar: amor-odio. Allí se despliegan estos clisés por las experiencias infantiles: inhibiciones, síntomas y angustias que son las que van determinando el malestar subjetivo, Sigmund Freud lo denominó la “miseria neurótica”. Esta es la «realidad psíquica» que se percibe, siempre desarrollada más allá de cualquier presunta objetividad de la percepción.
La sustancia tóxica brindan al sujeto la posibilidad de transformar esta percepción, produciendo, por tanto, inicialmente un alivio al malestar que padece, al tiempo que es innegable que tienen efectos placenteros fisiológicos por la acción farmacológica, aunque esto último no sería aplicable a todos los tipos de sustancias tóxicas por los resultados divergentes en los experimentos que se han realizado al respecto donde se aplico «placebo» a los participantes.
Es frecuente que el consumo se encuentre ligado a poder "ser otro", más acorde con los anhelos del sujeto, superando los fantasmas de discapacidad y minusvalía que habitualmente padece. Estos problemas complejos se enraízan en certezas que no obedecen ni a experiencias o análisis objetivos de las posibilidades del sujeto, sino que dependen por una parte de los supuestos “dichos” del otro. Expresiones que, en ciertos casos, son realmente formulados en palabras, y otras veces, intuidos por el sujeto como «falta de amor». Esto va a participar en la elaboración que cada sujeto realiza de su historia personal a partir de sus experiencias infantiles.
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