Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

martes, 23 de mayo de 2017

El silencio del toxicómano.

Algunos toxicómanos tratan a su propio organismo como si el pensamiento quedará paralizado por la sustancia tóxica, además como si su sexualidad pudiera ser neutralizada por la fuente tóxica externa. Cuando el sujeto percibe el estado de su organismo en sobriedad resucita el dolor, entonces la operación del farmakon despliega el cuerpo en lo alucinatorio para que la psique quede a salvo de toda efracción*.
En las toxicomanías, el cuerpo debe encontrarse atravesado por un farmakon que regule una forma de homeostasís. La operación del farmakon no se inscribe en una forma de contingencia; sostiene, muy precisamente, una «economía de la homeostasis». Por eso las toxicomanías se asemejan en definitiva a tentativas de conservar algo del cuerpo. De manera antinómica, el ­organismo al que en apariencia destruyen resulta conservado en ese mismo acto ¿Qué significa esto? En la obra de Sigmund Freud aparece en varías ocasiones la concepción según la cual una herida real del cuerpo protege de un trauma o de una variedad de sufrimiento psíquico. ¡He aquí una idea paradójica: una lesión corporal conserva al Yo de un daño psíquico mayor! O, incluso, una formación en el nivel del cuerpo ­real conserva al mismo tiempo, lo que en apariencia destruye.
Podemos entonces prolongar la analogía propuesta por Freud entre el dormir y la enfermedad. El sueño mismo sería en cierto modo la enfermedad del dormir, como una lesión originaria e insalvable: el sueño es el guardián del dormir pero representa una efracción en su «estado ideal de inercia». En otros términos: La lesión orgánica sería una efracción en el cuerpo, que empero, en ciertas condiciones, protegería al Yo de una catástrofe!
Si el narcisismo del dormir es conservado finalmente por «el egoísmo de los sueños», un narcisismo del soma podría del mismo modo resultar conservado por «la investidura narcisista» de un órgano herido. Pero esta última figura representaría entonces un fracaso de la primera: ella fija las redes significantes en lugar de abrirlas.
Ahora bien, la operación del farmakon aparece evidentemente como una tentativa de engendrar un ficticio «aparato psíquico» autónomo que desbarata todo proceso de la castración. La autonomía se entiende aquí sobre todo como la ilusión de la condición de un ­Yo que no estaría sujeto a una cadena temporal de las representaciones. Estas tesis resuenan con algo que ha señalado E. Perrella: “El ideal de la droga, como el enamoramiento, sería la telepatía como posibilidad extrema de evitar la palabra­”.
Este sentimiento de comunicar a distancia por el pensamiento dispensa de toda enunciación. La telepatía es caracterizada por Freud como “la vía originaria, arcaica, del entendimiento entre los individuos...” Señala que este método tal vez ­permaneció en el trasfondo y podría imponerse aun bajo ciertas condiciones; por ejemplo, en masas excitadas hasta la pasión. También podríamos señalar que el silencio del toxicómano representaría simbólicamente un retorno a la primera infancia —cuando se carece de lenguaje hablado— con el deseo que el Otro Materno vuelva a «adivinar» todas sus necesidades, como si se tratara de una comunicación divina.
El estatuto conferido por Freud a la telepatía: “un ­equivalente físico del acto psíquico”. A propósito de esto, este autor cuenta sobre un episodio telepático entre una madre y su hijo pequeño, concluyendo: «la acción se había introducido ese día en la vida del niño como un cuerpo extraño», y por eso el psicoanálisis no arroja información alguna, no descubre el motivo del deseo.
La telepatía, como la hipnosis, concierne sin duda a esta dimensión de la «masa de dos» dentro de la relación del lenguaje. Su vocación sería de algún modo anular la palabra en tanto ella está atravesada por el deseo para ejercer una sugestión o para volver mágica la palabra. El enigma de las «masas de dos» y de los ­«cuerpos extraños» atraviesa precisamente la reflexión freudiana sobre el narcisismo.

*Efracción: Vulneración o penetración de un espacio que el sujeto deseaba tener privado. Lesión física.

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