Entre los cuatro a ocho años de edad aproximadamente, en plena incandescencia emocional edípica, el hecho de observar o escuchar las relaciones sexuales de los padres o de otra pareja, así como las manifestaciones verbales de otros niños sobre el coito pueden llegar a producir un traumatismo en la niña, por lo cual será de suma importancia la relación afectiva existente entre la madre e hija para afrontar esta situación.
En efecto, a la edad en que la «angustia de violación» actúa por sí misma como estimulante de la voluptuosidad genital mantenida a raya por los sentimientos legítimos de inferioridad corporal (carencia de pene) de la niña, recurrir al entorno de seguridad representado por una madre comprensiva y amorosa resulta ser particularmente útil para la pequeña.
Cuando la niña refiere lo que ha oído decir sobre la sexualidad adulta y, por prudencia, testimonia su rechazo y su estupefacción frente a las declaraciones de los niños que sostienen haberlo presenciado, o escuchado, o visto en vídeos, revistas o libros, todo dependerá del modo en que su madre la reciba. Si la progenitora asiente sobre la exactitud de los hechos y agrega las nociones de deseo y de placer que forman parte de la vida sexual de los adultos, así como la de fertilidad eventual consecuencia del coito, esta acogida abrirá el camino a un desarrollo libidinal genital sano; pero si la niña es recibida con regaños, estupor, indiferencia... y entre menos aclaraciones se le brinden, tanto más culpabilizará sus pulsiones genitales.
Esta explicación de la madre hacia su hija con ocasión de esta confidencia permite que el acontecimiento contribuya a la serenidad del sentimiento de pertenecer al sexo femenino. Si en lugar de regañarla, castigarla o negar el hecho, la madre afirma la realidad de la penetración del pene en la vagina, que la niña ha observado por casualidad o que le fue contada por otros, si acompaña esta confirmación con la explicación —de la que carecen a menudo las niñas pequeñas— de la necesidad de la erectilidad pasajera del pene, si la madre le explica la motivación voluptuosa de este hecho, permitirá que su hija acceda a la comprensión del papel de la complementariedad del hombre y la mujer. Por supuesto, la madre debe aclarar que, cuando las personas son adultas y se aman, la entrega mutua de sus cuerpos surge por el placer que se brindan, donde esta excluido el dolor o la violencia que generalmente forma parte de las fantasías infantiles.
Tal conversación inducida por un acontecimiento fortuito, como ocurre siempre en esta época de la vida de una niña, aporta, con la realidad al fin completa, cierta seguridad en relación con las emociones perturbadoras que sintió y que reconoce muy bien en sí misma, quizás en los márgenes de su conciencia clara, sostenida por la indulgencia comprensiva de la madre. Así, la noción actual de la renuncia sexual al objeto adulto sólo queda mejor reforzada. Cuanto más se expliquen y conozcan las relaciones sexuales, tanto más neto será el renunciamiento, por motivaciones endógenas, por lo menos pasajeras, hasta la nubilidad, edad lejana aún para ella en la cual el aspecto físico de su cuerpo le es anunciado por su madre, que le explica que en algún momento se transformará semejante al de todas las mujeres adultas.
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