Tanto en los celos como en la envidia se encuentran tres sentimientos que los caracterizan: depresión, humillación y odio; si bien en los celos predominarían generalmente la depresión y la humillación, en tanto que, comparativamente, la envidia implicaría una preponderancia del odio, hasta tal punto que Melanie Klein ha llegado, desde la teoría pulsional, a considerar los precursores arcaicos de la envidia como equivalentes de la pulsión de muerte.
En realidad, la envidia parece ser un sentimiento más primitivo y destructivo que los celos, que son más evolucionados y están más ligados al amor; la primera no requiere una relación amorosa previa, es mucho más posesiva y ávida que los celos, suele expresarse más en relación a la posesión de objetos o bienes materiales que en relación al amor de las personas, y no se refiere necesariamente a una situación triangular, puesto que no hay rival sino simplemente envidioso y envidiado. En este sentido puede entenderse la máxima de François de La Rochefoucauld que dice que «los celos son de alguna manera justos y razonables, puesto que no tienden más que a conservar un bien que nos pertenece, en tanto que la envidia es un furor que no puede resistir el bien de los otros».
Cabe añadir que en la paranoia de celos existe una ambivalencia por el objeto, entre un apremiante deseo de posesión y un preponderante rechazo, así como la fluctuación entre la certeza de la infidelidad y las dudas atormentadoras que se suscitan y sobre todo el poner a prueba a la persona amada provocando situaciones que fuerzan, incluso artificialmente, la confirmación de la infidelidad «como si la infidelidad confirmada fuera más soportable que la duda».
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