«El Homo Sapiens es la criatura de los símbolos, una criatura que crea y manipula símbolos, cuya existencia está definida por símbolos, y la única criatura que también es simultáneamente creada por su propio proceso simbólico». Harold P. Blum.
El nombre propio opera como un «primer significante» que asigna un lugar a un sujeto en el mundo y, a la vez, lo somete a la ley de la cultura en la que lo inscribe; es un «significante amo» que contribuye a ese proceso de unificación imaginaria y localización en un universo simbólico, que convierte en un sujeto a un organismo habitado por un conjunto de pulsiones que en su origen operan más o menos anárquicamente. Es un significante que, mediante una operación de violencia simbólica, introduce un principio de organización que desemboca en la humanización.
Sin embargo, del sujeto del inconsciente ($), constituido también por efecto de la inclusión del ser humano en el lenguaje, solo tenemos noticia a partir de unas formaciones como el síntoma, el lapsus y el sueño; es decir, a partir de producciones que son marginales respecto del Yo, que es el que se instala en la dimensión subjetiva correspondiente al nombre y a los apellidos. El Yo es el que puede decir “yo me llamo...”, no así el «sujeto del inconsciente».
La inclusión del sujeto en un orden simbólico mediante el nombre, captura parcialmente a ese viviente, pero esta captura no se logra de una manera plena, algo queda por fuera. En este caso no se trata de lo reprimido, porque lo reprimido, en la medida en que tiene una materialidad significante, de alguna manera está incluido en la operación, así sea en otro escenario.
En este caso se trata de una exclusión más radical, la cual tiene que ver con algo que es indecible, en la medida en que quedó por fuera en la operación de simbolización. Es aquello del viviente que no es susceptible de ser atrapado por el lenguaje. A esa dimensión Lacan la llama “objeto a” o simplemente “a”, minúscula.
El objeto “a”:
• Se trata de una dimensión de la condición humana cuya formulación es más radical aún que el mismo inconsciente y que el psicoanálisis (Jacques-Marie Émile Lacan) tardó muchos años en aportar después de haber descubierto el inconsciente.
• Esta dimensión (el Goce, lo Real) del viviente, que no ingresa en el mundo significante en el que habitamos los humanos, tiene múltiples versiones. Todas, en alguna medida, aluden a esa dimensión, pero ninguna logra nombrarla, ni siquiera de una manera aproximada, por su misma condición insimbolizable.
Tiene que ver con lo que diferencia un atardecer de un poema sobre el atardecer. De otro modo, con lo que diferencia la palabra de la cosa. Cada versión del “objeto a” es una suerte de nuevo poema sobre el atardecer de lo real de la condición humana que, a la vez que logra bordearlo con la palabra, hace más evidente el hecho inexorable de la imposibilidad para llegar a atraparlo en las redes del lenguaje. En el ejemplo, siempre se podrán seguir escribiendo nuevos poemas.
Versiones del objeto “a”:
• Resto: el residuo de la operación de constitución del sujeto. Un desecho... aunque precioso.
• Plus: un excedente, el rédito de la operación de la humanización. Un plus es aquello que se puede usufructuar como ganancia una vez concluida una operación comercial. Incluso se puede asimilar a la plusvalía, que es ese excedente que el capitalista le escamotea al proletario gracias al fetichismo de la mercancía.
• Falta: la cicatriz que deja aquello que se pierde en el ingreso al universo simbólico.
• Pérdida de goce: por la inserción de la criatura humana en el lenguaje.
• Goce o plus de gozar: cuando de alguna manera logra ser capturado, así sea en medida escasa.
• Objeto causa del deseo. Esta dimensión, excluida del orden significante, opera como aquello que causa el deseo y que le sirve de horizonte hacia el cual apunta.
Se trata de un caso muy interesante de una causalidad negativa, en la medida en que aquello que opera como causa es precisamente una ausencia, causa “real” del deseo. “Fantasma” (1957): $<>a
El Goce puede operar como un principio desorganizador, por oposición al efecto de ordenamiento que implica la fundación del sujeto en el universo significante. Se manifiesta en aquellos procesos mortíferos de disolución de las unidades alcanzadas y de los principios de organización que mantienen la vida. En ese orden de ideas opera en el mismo sentido que la pulsión de muerte. El Goce por definición es mortífero y se hace más palpable en aquellos cuadros clínicos en los cuales asistimos a un proceso autodestructivo en el que las posibilidades de simbolización son especialmente limitadas, como las toxicomanías, los cuadros psicosomáticos y algunas formas de la anorexia y la bulimia.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario