Con el fin de ilustrar la relatividad de la diferenciación entre neurosis y psicosis basada en el funcionamiento del criterio o juicio de realidad, supongamos hipotéticamente el caso de un sujeto que sufre una fobia a los ascensores. En principio, y según el criterio de capacidad de diferenciación entre realidad subjetiva y objetiva, no sería un psicótico sino un neurótico, puesto que su percepción de la realidad no está trastornada: sabe que está ante un ascensor y sabe que un ascensor es un ascensor —valga la redundancia— y que su miedo es irracional, de raíces subjetivas, aunque le impida utilizar el ascensor y le obligue a subir a pie diez pisos. Descriptivamente, se trata de una fobia neurótica y podemos conformarnos con este diagnóstico descriptivo y, sin muchas más pretensiones.
No obstante, si aspiramos a mayor comprensión psicopatológica y diagnóstica, tendremos que atender al estado subjetivo del psicoanálizado dialogando con él. En un primer nivel de diálogo (descriptivo) el sujeto puede decir que tiene miedo a entrar en el ascensor y que no sabe por qué tiene miedo, con lo que se reafirma el diagnóstico de neurosis, pero en un segundo nivel de diálogo, en el que se atienda a los contenidos mentales (pensamientos, fantasías y significados), el neurótico podrá decir, por ejemplo, que no sabe por qué tiene miedo, pero sí sabe que es algo que le domina desde dentro, que no puede evitarlo y que le paraliza, de modo que, a la vez que describe su estado mental, comunica la ausencia de contenidos conscientes que expliquen su estado de ánimo y su síntoma; no sabe de qué tiene miedo, sólo sabe que el miedo le paraliza y que proviene de su propio interior.
En cambio, el psicótico podría decir que sí sabe de qué y por qué tiene miedo: “Tiene miedo porque existe un complot contra él, que intenta matarlo una secta satánica, además tiene la íntima convicción que todos los ascensores de la ciudad están preparados de manera que se precipiten al vacío en cuanto él suba a uno”. Apoyada o no en percepciones alucinatorias, esta explicación delirante se acompaña siempre de una convicción de su realidad. A diferencia del neurótico, aquí el criterio de realidad está francamente perturbado, lo que justifica el diagnóstico de psicosis aunque el síntoma manifiesto en el primer nivel de diálogo sea en los dos casos la fobia a los ascensores.
Paradójicamente, el neurótico no sabe y el psicótico sí sabe con certeza y sin lugar a dudas, mientras que el observador-interlocutor duda sobre el no saber del uno y el saber del otro o, mejor dicho y más paradójico aparentemente, el observador-interlocutor puede pensar sin grandes dudas que el neurótico que cree no saber «sabe» y que el psicótico que cree saber «no sabe». La realidad es que ninguno de los tres sabe, aunque el observador-interlocutor sabe que él quiere saber. Si el observador-interlocutor sabe que no sabe, pero tiene el deseo y la esperanza de llegar a saber, sabrá que ese llegar a saber precisa de un trabajo específico de búsqueda del saber a partir del no saber y que ese trabajo tiene que hacerse en el diálogo con el sujeto de nuestro ejemplo y requiere una tolerancia al no saber.
Ahora bien, dentro del campo de la salud mental el psicoanalista no tolera el no saber y da por supuesto que ya sabe porque se cree en posesión de alguna teoría que lo explica todo, podría encontrarse en la misma situación que el psicótico, convencido de que sabe cuando no sabe, o en la misma situación que el neurótico: paralizado porque no sabe.
Sólo la tolerancia al no saber, acompañada del deseo y la esperanza de llegar a saber (la que algunos han llamado pulsión epistémica), hará posible un auténtico trabajo de psicoanálisis, de búsqueda conjunta de «la verdad». La verdad no existe sino en términos relativos como aproximación a la verdad incognoscible, pero si se equipara la verdad al deseo de no engañarse y no engañar, observaremos que, aparte de lo corriente que es el engaño, «también es bastante común el autoengaño», como en el caso del neurótico que cree no saber cuando sí sabe, del psicótico que sí sabe cuando no sabe, o del psicoanalista que cree que ya sabe cuando a veces ni siquiera sabe en qué creer. Este autoengaño es el denominador común de lo que en psicoanálisis se llaman defensas; su mantenimiento para oponerse al proceso psicoanalítico que podría llevar a saber más de sí mismo sin engaño (o con menos engaño) constituye la resistencia. Por eso, desde Sigmund Freud, se habla del proceso psicoanalítico como un proceso (podríamos decir un diálogo) encaminado a comprender y superar las resistencias para llegar al análisis-conocimiento de los mecanismos de defensa. Entendido así, en líneas generales, el proceso psicoanalítico tiene en sí mismo buena parte de proceso diagnóstico, en el sentido de conocer lo profundo o esencial a través de lo manifiesto o accidental. Lo manifiesto o accidental, lo visible, suele ser el indicador del camino a seguir hacia el conocimiento de lo inconsciente, pero en psicopatología puede ser que lo manifiesto y aparente esté encubriendo lo profundo para que no sea visto o conocido, para que sea y siga siendo invisible, ignoto, desconocido, inconsciente; o sea, que tenga una función defensiva. Desde esta reflexión podríamos mejorar la definición anterior del proceso psicoanalítico como «un proceso dialogante encaminado a comprender y superar las resistencias para llegar al análisis-conocimiento (diagnóstico) de las defensas especialmente en sus aspectos inconscientes». Al decir «aspectos inconscientes» debemos señalar que las defensas no son necesaria ni totalmente inconscientes. El miedo fóbico del ejemplo de la fobia al ascensor, tanto en su versión neurótica como en su versión psicótica, tiene un componente consciente de un miedo general a la muerte o enloquecer a la vez que encubre u oculta un aspecto persecutorio que permanece inconsciente en el neurótico y que se hace consciente, aunque a través de un delirio, en el psicótico. El miedo del fóbico neurótico al ascensor está relacionado con el miedo consciente a morirse o quedar atrapado en la locura, pero es una ansiedad (en el sentido psicopatológico de un miedo sin objeto conocido) porque su objeto es más inconsciente de lo que parece y porque su intensidad y su carácter paralizante son indicadores externos (manifiestos, visibles) de que encubre un significado autobiográfico más inconsciente y más profundo del miedo a la muerte o quedar loco, como podría ser —siguiendo especulativamente con el hipotético ejemplo— el miedo a caer en el vacío o a quedar atrapado y encerrado, que corresponderían muy inconscientemente a perder el sostén del continente materno o al deseo claustrofóbico, profundamente regresivo e inconsciente, de refugiarse y protegerse en el seno materno. Sólo sabemos que el miedo tiene un contenido inconsciente cuando el propio sujeto que en el primer nivel de diálogo dice tener miedo nos dice también, en el segundo nivel, que no sabe a qué o nos da una explicación delirante más o menos detallada o sistematizada.
Por definición un miedo sin contenido mental, sin objeto, es una ansiedad y también por definición, desde la perspectiva psicoanalítica, se da por supuesto que a toda ansiedad le corresponde un contenido mental y un objeto inconscientes. Pero también cabría pensar que el no sé es una afirmación defensiva ante la ansiedad de saber algo que no se quiere saber y que se mantiene activamente inconsciente al estilo de lo que Freud llamaba «represión».
Por eso decíamos que el neurótico que no sabe, sabe. Como en el caso del no saber activo de la represión, el psicoanálizado habría llegado a no saber algo reprimiendo lo que ya había sabido y, por lo tanto, el no saber tendría un sentido defensivo.
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