Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

jueves, 15 de diciembre de 2016

La narración del psicoanálizado.

Sigmund Freud señala: “La labor que el método psicoanalítico tiende a llevar a cabo puede expresarse en diversas fórmulas equivalentes todas en el fondo. Puede decirse que el fin del tratamiento es suprimir las amnesias. Una vez cegadas todas las lagunas de la memoria y aclarados todos los misteriosos afectos de la vida psíquica, se hace imposible la persistencia de la enfermedad e incluso todo nuevo brote de la misma. Puede decirse también que el fin perseguido es el de destruir todas las represiones, pues el estado psíquico resultante es el mismo que el obtenido una vez cegadas todas las amnesias. Empleando una fórmula más amplia, puede decirse también que se trata de hacer accesible a la conciencia lo inconsciente, lo cual se logra con el vencimiento de la resistencia”.
Ahora bien, durante el tratamiento psicoanalítico el paciente comunica al psicoanalista todas las ideas que llegan a su mente sin censura alguna y en el orden en que aparecen, a esto se le llama "asociación libre". Y en consecuencia el psicoanalista "interpreta" la concatenación oculta que yace tras ese entramado fluir de ocurrencias y sentimientos.
Las asociaciones libres están más allá del bien y del mal, de la lógica, del dolor, del asco, de la angustia, la vergüenza... Todas las palabras deben ser escuchadas meticulosamente, incluso también las palabras obscenas...
Realmente es de suma importancia terapéutica escuchar esas palabras condenadas por la cultura. Ningún tratamiento puede considerarse exitoso si el analizado no se permite expresar palabras obscenas. Sin esta condición no hay "cura" posible. 
El sujeto que relata su vida sexual con términos propios de un libro de anatomía o fisiología no expresa su vida íntima, más bien resume su historia de manera impersonal como si se tratase de un texto médico; y obviamente la responsable de esa represión es la consciencia moral. Es ella la que impide narrar en forma espontánea, natural, cálida o, más aún, temperamentalmente, la vida amorosa. Es sobre la pulsión donde actúa, propiamente, la represión.
En estos casos las palabras del analizado son sólo un razonamiento académico: una trampa. Y es tarea del psicoanalista señalarlo sin titubeos y sin claudicaciones. Además, habitualmente, el analizado mismo lo ignora, simplemente se autoengaña. Ingenuamente imagina que expresar su vida sexual con intensa emoción y únicamente narrarla es una misma cosa —muchos psicoanalistas también padecen esta ilusión— sin embargo es evidente que existe una gran diferencia entre contar (vacía de afecto) y confiar (llena de afecto) una intimidad.

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