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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

sábado, 17 de diciembre de 2016

La depresión y el sentimiento de culpabilidad.

​Existe la posibilidad que se desencadene una reacción neurótica depresiva por nuevas responsabilidades contraídas, o la posibilidad de que las haya. En algunos sujetos el simple hecho de una promoción les hace sentirse inconscientemente culpables, representa para el neurótico, por así decirlo, algún triunfo prohibido relacionado con su primera infancia.
Esto es en particular cierto en relación con muchas de las llamadas depresiones por promoción. Por ejemplo, un hombre de negocios ve al fin coronado todos sus máximos esfuerzos con un logro sumamente importante, conscientemente se muestra orgulloso y feliz, pero repentinamente cae en una depresión. Una explicación de tan extraña contradicción es que esa victoria representa inconscientemente para éste sujeto un triunfo sobre la figura paterna o la figura materna profundamente clavada en su mente, a quien el sujeto está suplantando; otra explicación sería, que la perspectiva de una responsabilidad creciente aleja más que nunca la satisfacción de una necesidad inconsciente de dependencia, amor y protección, esto es algo parecido a la victoria obtenida por un General durante la guerra pero que al mismo tiempo ha perdido a su hijo predilecto en ella.
De lo dicho se deduce que no todos los sujetos potencialmente depresivos son débiles, pasivos o dependientes, muchos de ellos llegan a niveles de éxito elevado y hasta lo conservan. Estos individuos mientras se encuentran bien, muestran valor e iniciativa propia excepcional. Su marcada dependencia respecto a la aprobación y al éxito no queda del todo clara sino cuando han perdido su apoyo emocional. De vez en cuando leemos en los periódicos o vemos en la televisión que una figura pública y muy importante ha sufrido de una depresión súbita y a veces hasta trágica porque ha perdido poder o prestigio.
Todos tenemos límites respecto al grado de frustración que podemos aceptar en pérdidas y fracasos, no importando si el estrés viene de súbito o poco a poco. Finalmente, todo sujeto llega a un punto en que comienza a perder el valor, la fuerza y la confianza necesaria en sí mismo. Es posible entonces que sufra una depresión temporal y quizás cierto grado de sentimientos de inferioridad o remordimiento, pero en los sujetos “normales” tales reacciones no son profundas ni duran mucho.
Las reacciones neuróticas depresivas a menudo son provocadas por algo que perturbaría a cualquier sujeto, pero la diferencia estriba en que el depresivo neurótico no logra recuperar el equilibrio perdido, mientras que el sujeto “normal” si lo hace.
Las depresiones neuróticas en pocas ocasiones pueden comenzar con la descomposición súbita de la personalidad pero hasta cierto punto se sigue conservando cierta organización dentro de ésta, sin embargo su equilibrio mental es muy precario, en consecuencia no es lo bastante estable para resistir un severo estrés y tampoco lo es la organización defensiva. Cuando se presenta una pérdida o un fracaso súbito y se frustran necesidades de dependencia, el sujeto cae en una regresión parcial profunda y surge entonces su enfermedad depresiva.
Ahora bien, por lo regular la depresión suele comenzar gradualmente, ya que se ha presentado un desarrollo continuo de una tensión y una ansiedad emocional se ha gestado durante largo período, que hubo una serie de crisis menores, cada una de las cuales fue dejando una tensión creciente. Entonces la pérdida, el fracaso y la frustración de las necesidades de dependencia terminan por poner en marcha la depresión. Tal vez en el fondo, el factor precipitante para la depresión parezca trivial, visto de manera objetiva, pero al fin y al cabo es la gota que derrama el vaso.
Durante el periodo de incubación, que por lo común precede a la aparición del cuadro depresivo, encontramos muchos de los productos familiares en todo surgimiento de tensión y ansiedad. El sujeto se queja de dolores de cabeza y de espalda, de dolores y punzadas vagas en las piernas, de fatiga crónica y de un mal dormir. El apetito y la función gastrointestinal sufren cambios importantes, también se presentan alteraciones de índole sexual, que puede llegar a la impotencia o frigidez según sea el caso, hasta un aumento vertiginoso en el apetito sexual que nunca produce una satisfacción perdurable y en las mujeres puede surgir la irregularidad en su menstruación. A menudo hay explosiones de enojo, periodos amargos de mal humor, oscuras meditaciones y pesadillas durante la noche, por lo general son parte de este cuadro clínico las ideas de suicidio y en ocasiones el individuo amenaza abiertamente con quitarse la vida.
Cuando la depresión neurótica va en aumento siempre hay señales de una preocupación cada vez más honda, el sujeto puede comenzar a expresar cada vez más abiertamente sus preocupaciones y recelos respecto a su salud física y a su capacidad personal. Según crecen tales preocupaciones, aumenta la pérdida de interés y de iniciativa propia por parte de éste. El depresivo neurótico comúnmente se queja de haber perdido el placer que anteriormente obtenía de su trabajo y en sus diversiones, con su familia en el hogar y con todas sus amistades. Se refugia cada vez más en sí mismo, se vuelve irritable con el más mínimo pretexto, prefiere en consecuencia mejor la soledad y pierde con facilidad el control; tal vez exija que se le preste mayor atención y no se le cargue de preocupaciones; obviamente, esto último es una señal inequívoca de una regresión a una dependencia infantil, el dejar atrás la responsabilidad que se tiene como adulto. Muy íntimamente relacionadas con éstas preocupaciones y ese aislamiento parcial están las quejas comunes de que es imposible concentrarse, que se está perdiendo la memoria, que no se comprende lo que los otros dicen y que no se puede pensar con claridad; además estos sujetos pueden llegar a quejarse de sentir un “extrañamiento” y una “despersonalización”. Todas estas quejas tienen cierta base en realidad, cualquier sujeto profundamente preocupado, atormentado o ansioso, sea o no depresivo, verá menguada su eficiencia mental y su eficacia de contacto con el mundo que lo rodea, es decir, se deterioran simplemente sus relaciones de objetales.
Muchos de estos depresivos neuróticos enfocan su atención, al menos por un tiempo, casi exclusivamente en una preocupación excesiva de su cuerpo, algunos insisten en que todas sus dificultades tienen su origen en una enfermedad física oculta. Pueden rehusar considerar cualquier otra posibilidad e incluso exigen tratamiento directo para sus síntomas físicos. La salud física de gran parte de estos depresivos es bastante buena y normal, lo que sus quejas vienen a expresar en parte es una sensación de no sentirse plenamente bien, una intensificación de aquello que todos sienten cuando están desanimados, y en parte una sensación creciente de inadecuación personal.
El depresivo neurótico transforma sus sentimientos de inferioridad, basados en un sentimiento de culpa del inconsciente, en una creencia de que su cuerpo es inferior; entonces el lema es: “No soy bueno” se convierte en “Mi cuerpo no está bien”. Realizada ésta traducción el sujeto acepta en sentido literal ésta metáfora un tanto infantil; entonces llega a la conclusión de que “mi cuerpo no ésta bien” porque le parece que así da base racional a sus quejas irracionales, además esto también le ayuda a explicar su obstinada resistencia a cualquier otra explicación.
Los neuróticos deprimidos, sea o no su preocupación principal el cuerpo, se quejan de haber perdido todo interés, placer o iniciativa; se sienten afligidos, preocupados y descontentos, nada parece llegarles emocionalmente, ni las alegrías ni las tristezas de los demás, ni lo que leen en el periódico, ni lo que ven en la televisión, en el cine... Las cosas a las que antes se dedicaban con placer los dejan fríos o llenos de aversión. Nada de lo que realicen obtienen satisfacción, tal vez se dediquen a las mismas actividades, pero ya nada les sabe igual que antes, todo se les vuelve una carga pesada. La simple idea de agregar algo nuevo, aunque sea una distracción, les parece intolerable y lo ven con pesimismo.
La devaluación de sí mismo es el síntoma más notable del sujeto neuróticamente deprimido porque se califica de malo, de no tener significado su vida, de fracasado y de ser una carga para otros, considera también que ya no es lo que fuera antes y que “ya no puede resistir más”. Estas afirmaciones, a primera vista tan sencillas, son producto irracional de conflictos inconscientes profundos y severamente arraigados, de la adaptación y de las defensas del Yo, de la presión del Superyó y de los pedidos de ayuda urgente externa. Las fuentes originales de autodevaluación depresiva, la fuente que derrota todo intento de las personas que rodean al depresivo neurótico, que lo alientan y tratan de fortificar, están en un estado de tensión entre el Yo y el Superyó al que llamamos culpa inconsciente.
En las depresiones de tipo psicótico el sentimiento de culpa ya no es ni indirecto ni inconsciente porque se expresa ya de manera abierta, espontánea y repetidamente, en ocasiones incluso con una insistencia verdaderamente salvaje.

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