El psicoanálisis de los sucesos presentados en los sueños revela fantasías-teorías sobre la relación sexual y en especial sobre la llamada escena primaria (relación sexual entre los padres real, imaginada o escuchada) que corresponden a un nivel infantil primitivo.
Estas fantasías durante los sueños corresponden a las interpretaciones inconscientes que el infante formuló respecto de lo que es la relación sexual distorsionadas generalmente con características orales y sádicas, que son representadas por escenas de violencia y crueldad, en las que el coito está simbólicamente equiparado a experiencias, fantasías y ansiedades más arcaicas y primitivas (generalmente estas fantasías se presentan de forma directa y concreta en la estructura psicótica, mientras que en la neurosis se encuentran encubiertas) de intenso éxtasis sexual entre los padres, de los que el niño se siente excluido, al lado de fantasías de abusos sádicos, sufrimientos, muerte, troceamientos, despedazamientos, etcétera.
Algunos psicoanalistas creen que estas fantasías inconscientes tan arcaicas son universales e implican una especie de «conocimiento» inconsciente constitucional (o una preconcepción, como lo expresó Wilfred Ruprecht Bion) de la sexualidad, frecuentemente, de contenido sádico. Para explicarse este conocimiento previo a la experiencia se puede recurrir a dos posibilidades: Por un lado a la existencia de una especie de conocimiento filogenético «hereditariamente transmitido»; y por el otro lado, que el infante echa mano de sus propias experiencias arcaicas para explicarse actos relacionales o situaciones desconocidas acerca de los cuales tiene curiosidad pero no experiencia propia.
Cuando el niño empieza a pensar cómo debe ser la relación sexual de los padres, por ejemplo, aplica el modelo de su propia experiencia oral con el pecho, lo que le lleva a imaginarse la experiencia sexual en función de la experiencia de incorporación oral. Téngase en cuenta que, al hablar de experiencia oral, no nos referimos a que sea exclusivamente oral, sino a las experiencias primeras, que están centradas en la relación oral pero que también incluyen todo tipo de actividades sensoriales, especialmente las táctiles, olorosas y las interoceptivas, principalmente las excretorias (uretrales y anales). Si las experiencias orales previas han sido ya conflictivas, traumáticas y han estimulado rabia y violencia, todas las imágenes posteriores de nuevos tipos de vínculo afectivo, sobre todo la sexual, tenderán a teñirse de rabia, violencia y sadismo. Es una observación, desde el psicoanálisis, que cuanto más profunda y sostenida sea la experiencia de carencia afectiva durante la infancia, generalmente será mayor el componente agresivo en las conductas adultas. Entroncamos aquí con un concepto básico para la comprensión de la psicopatología en general y de la psicosis en particular: el de la privada afectiva (la privación biológica tiene siempre, inevitablemente, un fuerte y grave componente de privación afectiva).
La privación afectiva —sobre todo si es demasiado prolongada— estimula impulsos de sufrimiento, dolor, rabia y agresión. Si el niño está en una situación de privación mantenida o muy repetida, sus experiencias estarán cada vez más dominadas mentalmente por el sufrimiento, el dolor, la rabia, y tenderá a trasladar el contenido emocional de estas experiencias a cualquier otro tipo de experiencia desconocida sobre el que él se esté preguntando cómo debe ser, es decir, que le estimule curiosidad y deseo de conocer. Por ejemplo, las fantasías que haga el niño sobre cómo debe ser la unión sexual entre los padres (y los adultos en general) estarán influidas y distorsionadas por la proyección de aquellas experiencias que él sí sabe cómo son y que, en los casos de privación afectiva, han sido preponderantemente de sufrimiento, dolor, rabia, crueldad, etcétera. En estas condiciones, la estructura mental que cree el niño con su fantasía inconsciente de la relación sexual entre los padres será una estructura mental que proviene de su experiencia anterior de sufrimiento y que va a condicionar el tipo de relación sexual o de relación en general (la sexual vendría a ser un prototipo) que ese niño vaya a tener en el futuro como adulto. Entendido así, estaríamos ante un ejemplo de lo que es una formación patológica compensatoria, no sólo en el terreno de lo sexual sino en el de lo relacional en general.
En la medida en que estas posiciones compensatorias sirvan para compensar estados de mucho sufrimiento y ansiedades arcaicas tenderán a estar constituidas por un conjunto de ansiedades, defensas y relaciones de tipo primitivo, arcaico, rígido, omnipotente e inamovible y muy poco influenciables por la experiencia, o sea que tendrán un carácter psicótico. Una conclusión que podría deducirse de esta observación es que, desde el punto de vista de la explicación dinámica y genético-evolutiva, cuanto hasta ahora nos ha servido para caracterizar desde la clínica lo psicótico tendría que ver siempre o casi siempre con situaciones de privación afectiva sostenida o de carencia.
Las privaciones físicas inevitables (abandono, separaciones, enfermedad de la madre o del propio niño, etcétera, con independencia de que sean o no intencionales) influyen directamente en lo afectivo. Una privación física siempre conlleva una privación afectiva, mientras que una privación afectiva no es necesariamente proveniente de una privación física. La clínica parecería confirmarlo en el doble sentido de la frecuencia con que los sujetos psicóticos tienen antecedentes de una infancia con carencias afectivas importantes y en el de cómo los delirios psicóticos tienen casi siempre, al menos simbólicamente, una función narcisista compensatoria del sentimiento carencial.
Debemos hacer el señalamiento que la formación de una de una patología compensatoria se pone en marcha no únicamente con un sólo evento traumático sino que la frustración y el sufrimiento tiene que ser prolongado, reiterado e intenso para que se alcance el nivel que llamamos «privación» o «carencia». En la génesis de la estructuración psicótica preponderaría la privación afectiva, entendida como un estado sostenido y duradero de frustración (carencia).
Habitualmente, las formaciones patológicas de este tipo están muy disociadas y no impiden que, paralelamente, se desarrolle más o menos normalmente —más bien menos que más— otra parte de la personalidad, una psicótica y otra no. Que todo sujeto tenga en lo profundo de su inconsciente unas imágenes primitivas de la sexualidad (o de la relación en general) crueles, sádicas y destructivas no impide, «si están convenientemente disociadas», que en otra parte de su personalidad se desarrolle una concepción más normal de la realidad que le permita establecer una relación sexual y de pareja más o menos madura, creativa y satisfactoria, aunque su personalidad albergue esa otra parte disociada en la que se conservan las formaciones patológicas. Pero también cabe agregar que el sujeto que ha podido realizar una disociación relativamente sana desactivando los posibles núcleos psicóticos estará latente a recurrir regresivamente a la activación de las estructuras patológicas y, por lo tanto, a sufrir un episodio psicótico, si se llegara a encontrar en circunstancias de sufrimiento sostenido y de privación en la edad adulta, especialmente si se establece una equivalencia simbólica con las ansiedades vividas en etapas más arcaicas de la vida.
Situaciones de frustración o de privación afectiva en la infancia en las que ha habido mucho sufrimiento producirían —volviendo a la terminología clásica psicoanalítica— «puntos de fijación» y estos puntos de fijación son los que actúan como un foco de atracción favoreciendo la regresión del adulto en situación de sufrimiento a funcionamientos mentales propios de aquellas situaciones infantiles en las que se produjo dicha fijación. Cuanto más arcaicos sean estos puntos de fijación (las experiencias traumáticas lo son) y los consiguientes funcionamientos mentales regresivos, mayor será el carácter psicótico de la situación clínica. Así ocurriría, por ejemplo, cuando el sufrimiento actual en reacciones psicológicas de duelo tenga un especial significado simbólico que ponga en marcha el mismo tipo de ansiedad, el mismo tipo de alarma, que se produjo en situaciones infantiles en las que el duelo o la pérdida tuvieron consecuencias mucho más graves. La alarma y la reacción de aquellas situaciones se actualizarán, como si para el sujeto la situación actual de duelo, que a nosotros puede no parecemos tan grave desde nuestra posición de observadores, tuviera toda la gravedad de la situación infantil. Sin ir más lejos, verbigracia, la muerte del partenaire puede tener consecuencias mucho más psicopatológicas para un cónyuge que ya hubiera perdido a la madre en la primera infancia y tuviera a la esposa como figura sustitutiva y emocionalmente compensatoria de aquella pérdida precoz.
Es un ejemplo de que, a poco que podamos conocer las características de la historia individual del sujeto, nos encontraremos generalmente con que aquellas situaciones que calificamos a menudo de intolerancia a la frustración, como si con ello diéramos ya una explicación al fenómeno patológico, son situaciones de intolerancia a determinado tipo de frustraciones que, por su significado mental, real o simbólico, retrotraen al sujeto a experiencias en las que hubo mucha privación, mucho sufrimiento y en las que, por tanto, se produjo una fijación potencialmente psicopatógena. No basta comprender que se regresa a la fijación: “Hay que comprender la relación simbólica de significado que existe entre aquellas situaciones de sufrimiento infantil y las situaciones actuales de frustración que provocan la regresión”.
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