Los humanos vivimos en un universo compuesto de símbolos, esto es en un mundo de representaciones. Un ser humano no se relaciona directamente con otro humano ni con el mundo; sus relaciones con sus semejantes y su contexto acontecen mediatizadas por el sistema de representaciones que habita. Incluso podemos decir que el ser humano, en tanto sujeto, no “es” sino en la medida en que es representado.
En el mundo de los humanos no hay otra posibilidad de “ser”, ni otra posibilidad de vincularse con los otros que no pase por un sistema de representaciones.
Pongamos un ejemplo: “Presentarse” ante otro corresponde a decir quien "soy". Generalmente lo primero que se dice en una presentación es el nombre por lo tanto el nombre equivale a una representación. Sigmund Freud la llamaría representación de palabra, que representa a alguien para otro alguien.
Además, cuando alguien dice o escribe su nombre, casi siempre está diciendo simultáneamente al género que pertenece. Si además incluye los apellidos, está aportando otras representaciones que sitúan al que se presenta en un linaje y, como miembro de ese linaje, a un conjunto social o algún país o región al que pertenece. Un hecho fundamental en lo que se refiere a las representaciones es que siempre remiten a otras representaciones, y más aún, cobran su valor por lo que se diferencian unas de otras.
Un nombre masculino tiene un valor por lo que lo diferencia de los nombres femeninos. El apellido cobra su valor particular por lo que lo diferencia de los demás apellidos en su contexto sociocultural; en otras palabras, las representaciones, o mejor digamos los significantes, no existen aisladamente, sino que siempre se encuentran en redes o baterías, las cuales están en relaciones con otros significantes y con respecto a los cuales adquieren un valor por lo que los diferencia de los demás. Por ello, cuando alguien enuncia el significante mínimo que lo representa, como es el nombre propio, esto lo pone en relación con otros significantes y le asigna un lugar. Si continúa la presentación y se enuncia la profesión, sucede lo mismo, etcétera.
El significante, pues, no es solamente aquello que nos representa y sin lo cual no somos humanos, ni simplemente aquello que nos da un lugar en el mundo y una cierta ilusión de unidad necesaria para operar en él, si no que es, además, la materia de la cual está hecho todos los vínculos sociales.
El orden social es un orden significante, y sin el significante no hay ordenamiento social posible.
Una consecuencia de esta forma de constitución del sujeto es que está dividido desde su origen entre la representación y lo representado, o, entre el significante y el significado, la fórmula es como sigue: S1/$.
Jacques-Marie Émile Lacan propone que la "barra diagonal" que separa uno de otro en la teoría clásica de la lingüística es la represión de Freud, por lo que el hablante está constituido, a su vez, como “sujeto del inconsciente”.
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