El «falo» para el psicoanálisis es el patrón simbólico por excelencia pero el falo es mucho más que un término entre otros en una serie conmutativa; es en sí mismo la condición que garantiza la existencia de la serie y que hace posible que objetos heterogéneos en la vida sean objetos equivalentes en el orden del deseo humano. «Dicho de otra manera, la experiencia de la castración es tan crucial en la constitución de la sexualidad humana que el objeto central imaginario en derredor del cual se organiza la castración —falo imaginario— va a marcar con su impronta todas las demás experiencias erógenas sea cual fuere la zona del cuerpo concernida». El destete, por ejemplo, o el control del esfínter anal, van a reproducir el mismo esquema que el de la experiencia de la castración. Desde esta perspectiva, también los objetos perdidos —el seno que el niño pierde o las heces que se desprenden— toman el valor del falo imaginario. Así, el mismo falo imaginario deja de ser imaginario, se excluye de la serie y se convierte en el patrón simbólico que hará posible que objetos cualesquiera sean sexualmente equivalentes, es decir, todos ellos referidos a la castración.
Si el falo puede excluirse de la serie conmutativa y constituir su referente invariable, es porque es la huella de este acontecimiento mayor que es la castración, es decir, la aceptación por todo ser humano del límite impuesto al goce en relación con la madre.
El falo simbólico significa y recuerda que todo deseo en el sujeto es un deseo sexual, es decir, no un deseo genital sino un deseo tan insatisfecho como el deseo incestuoso al cual el ser humano hubo de renunciar. Afirmar con Jacques-Marie Émile Lacan que el falo es el significante del deseo implica recordar que todas las experiencias erógenas de la vida infantil y adulta, todos los deseos humanos (deseo oral, anal, visual, auditivo, etcétera) estarán siempre marcados por la experiencia crucial de haber tenido que renunciar al goce de la madre y aceptar la insatisfacción del deseo. Decir que el falo es el significante del deseo equivale a decir que todo deseo es sexual, y que todo deseo es finalmente insatisfecho. Insistamos una vez más a fin de evitar equívocos: “En el campo del psicoanálisis los términos «sexual» o «sexualidad» no deben ser confundidos con el erotismo genital sino referidos al siguiente hecho esencial de la vida libidinal, a saber: Las satisfacciones resultan siempre insuficientes respecto del mito del goce incestuoso. El significante fálico es el límite que separa el mundo de la sexualidad siempre insatisfecha del mundo del goce que se supone absoluto”.
Aun existe otra acepción del falo simbólico, pero está implicada de modo tan directo en la teoría lacaniana de la castración que tendremos que repasar previamente sus puntos fundamentales. Ante todo, recordemos que distinguimos el pene real del falo imaginario, y éste último del falo simbólico en sus dos estatutos, el de ser un objeto sustituible entre otros y el de ser —fuera de esos objetos— el referente que garantiza la operación misma de su sustitución.
«El falo es el significante de la ley».
En la concepción lacaniana la castración no se define tan sólo por la amenaza que provoca la angustia del niño, ni por la constatación de una falta que origina la envidia del pene de la niña; se define, fundamentalmente, por la separación entre la madre y el hijo. Para Lacan la castración es el corte producido por un acto que secciona y disocia el vínculo imaginario y narcisista entre la madre y el niño. Como ya se ha visto, la madre en tanto mujer coloca al niño en el lugar de falo imaginario, y a su vez el niño se identifica con este lugar para colmar el deseo materno. «El deseo de la madre, como el de toda mujer, es el de tener el falo». El niño, entonces, se identifica como si fuera él mismo ese falo, el mismo falo que la madre desea desde que entró en el Edipo. Así, el niño se aloja en la parte faltante del deseo insatisfecho del Otro materno —de este modo se establece una relación imaginaria consolidada, entre una madre que cree tener el falo y el niño que cree serlo—. Por lo tanto, a diferencia de lo habría enunciado Sigmund Freud, el acto castrador no recae exclusivamente sobre el niño sino sobre el vínculo madre-niño.
Por lo general, el agente de esta operación de corte es el padre, quien representa la “ley de prohibición del incesto”. Al recordar a la madre que no puede reintegrar el hijo a su vientre, y al recordar al niño que no puede poseer a su madre, el padre castra a la madre de toda pretensión de tener el falo y al mismo tiempo castra al niño de toda pretensión de ser el falo para la madre. La palabra paterna que encarna la ley simbólica realiza entonces una doble castración: castrar al Otro materno de tener el falo y castrar al niño de ser el falo.
A fin de acentuar mejor la distinción entre la teoría lacaniana de la castración y del falo, y las tesis freudianas, subrayemos que en Lacan: “La castración es más un acto de corte que una amenaza o una envidia; este acto recae más bien sobre un vínculo que sobre una persona;
este acto apunta a un objeto: el falo imaginario, objeto deseado por la madre con el cual el niño se identifica; el acto de castración, aun cuando es asumido por el padre, no es en realidad la acción de una persona física sino la operación simbólica de la palabra paterna. El acto de la castración obra por la ley a la cual el padre mismo, como sujeto, está inexorablemente sometido”.
Madre, padre, hijo, todos ellos están sujetos al orden simbólico que asigna a cada uno su lugar definido e impone un límite a su goce. Para Lacan, el agente de la castración es la efectuación en todas sus variantes de esta ley impersonal, estructurada como un lenguaje y profundamente inconsciente. Una prueba a atravesar, un obstáculo a franquear, una decisión a tomar, un examen a aprobar, etcétera, son todos desafíos de la vida cotidiana que reactualizan —sin que el sujeto tenga conciencia de ello y al precio de una pérdida— la fuerza separadora de un límite simbólico. Se hace comprensible entonces el sentido de la fórmula lacaniana: «la castración es simbólica y su objeto imaginario». Es decir que es la ley que rompe la ilusión de todo ser humano de creerse poseedor o de identificarse con una omnipotencia imaginaria. Ahora podemos concebir esta otra acepción del falo simbólico en tanto asimilado por Lacan a la ley misma en su eficacia interdictora del incesto y separadora del vínculo madre-niño. Nos encontramos, entonces, ante una singular paradoja: el mismo falo es, en tanto imaginario, el objeto al cual apunta la castración y, en tanto simbólico, el corte que opera la castración. La dificultad para despejar con claridad la teoría lacaniana del falo proviene justamente de estas múltiples funciones encarnadas por el falo. El pene real, por estar investido, sólo existe como falo imaginario; a su vez el falo imaginario, por ser intercambiable, sólo existe como falo simbólico; y finalmente el falo simbólico, por ser significante del deseo, se confunde con la ley separadora de la castración.
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