Un rasgo fundamental está dado en el infante cuando se establece el descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos. Esta diferencia ha sido suficientemente teorizada por el psicoanálisis, y respecto a ella sólo diremos que, en el niño varón, el atributo real, biológico, existente en su cuerpo, no es suficiente para constituir la masculinidad genital (identidad de género) y la potencia fálica en general. Es necesario, en este caso, y aquí radica la cuestión fundamental —que estamos en vías de introducir— que el pene se invista de potencia genital, la cual se recibe de otro hombre, esto se suma la significación que el pene del hijo cobra para la madre.
El proceso se desdobla en dos partes: “Por un lado, recibir a través de un fantasma de incorporación del pene del adulto —estadísticamente el padre— la potencia que confirma la masculinidad y posibilita su ejercicio. Recepción que juega al modo de una paradoja, sólo se posibilita la instauración de la virilidad a costa de la incorporación del pene paterno, lo cual instaura la angustia homosexual dominante en el hombre que permanecerá consciente o inconscientemente durante el resto de su vida.
Y por el otro lado, la búsqueda de los indicios, en la mirada de la madre, del valor del pene del cual es portador «el infantil sujeto» —compleja articulación proveniente en la mujer de la valoración del pene del hombre y de su relación con el del hijo, cuyas variaciones son múltiples y determinan los modos con los cuales se definen los mensajes que circulan en la constitución narcisista de la masculinidad—”.
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