La "inteligencia emocional" podría considerarse una terapia plenamente satisfactoria porque presta una relativa espontaneidad a las ideas justas, orientadas en beneficio propio y de nuestro entorno social, sepultando en el inconsciente las tendencias claramente egoístas, antisociales, y que por lo tanto, de esta manera, el sujeto "controlaría su agresión y malicia consigo mismo y con sus semejantes; algo que suena muy bonito pero que —tristemente— sólo es una mera ilusión.
Ahora bien, el psicoanálisis demuestra que este método de la" inteligencia emocional" para neutralizar las tendencias antisociales no es ni eficaz ni rentable. Para mantener las tendencias latentes rechazadas y ocultas en el inconsciente, es preciso construir poderosos organismos defensivos, de funcionamiento automático, cuya actividad consume muchísima energía psíquica y durante tiempos excesivamente prolongados. Los reglamentos de defensa e intimidación de la educación moral basada en el rechazo de las ideas pueden compararse a las sugestiones alucinatorias negativas post-hipnóticas; pues, del mismo modo que podemos conseguir que el sujeto hipnotizado, al despertar, cese de percibir las sensaciones ópticas, acústicas y táctiles, o parte de ellas asimismo se educa hoy a la humanidad en una ceguera introspectiva. Pero el hombre educado de este modo por la "inteligencia emocional", como el hipnotizado, pierde mucha energía psíquica en la parte consciente de su personalidad y mutila considerablemente la capacidad de funcionamiento de ésta, perdiendo además espontaneidad en su vida cotidiana, lo que lleva a mecanizar su comportamiento y su manera de pensar. La consciencia no puede evitar el reconocer y percibir los instintos asociales ocultos tras todo lo bueno más que emparedándolos tras los dogmas morales, religiosos y sociales, malgastando sus mejores fuerzas en mantener tales dogmas.
Las fortalezas a que aludimos son, por ejemplo: el sentido del deber, la responsabilidad, la honestidad, el pudor, el respeto a las leyes y a las autoridades, etcétera, es decir, todas las nociones morales que nos impulsan a tomar en consideración los derechos de los demás y a reprimir nuestros deseos de poder y de placer es decir, nuestro más puro egoísmo.
El psicoanálisis ha permitido demostrar que los síntomas de las neurosis son siempre las manifestaciones, las proyecciones desplazadas, deformadas, por así decir simbólicas, de las tendencias libidinosas involuntarias o inconscientes, y fundamentalmente de la libido sexual. Si se tiene en cuenta el elevado número, siempre en aumento, de sujetos afectadas por estas enfermedades, parece oportuno proponer, aunque sólo sea con fines profilácticos, una reforma pedagógica que permita evitar el funcionamiento de un mecanismo psíquico tan nocivo a menudo: "el rechazo de las ideas". Aunque la tendencia al rechazo de ideas y emociones no afectase más que a quienes están predispuestos, respetando las constituciones más robustas, convendría reflexionar seriamente sobre si es lícito, en provecho del sector más débil y en consecuencia menos valioso de la humanidad, quebrantar las sólidas bases de las principales organizaciones culturales de los humanos en su conjunto. Sin embargo la experiencia prueba que el rechazo afecta también al curso vital del hombre considerado normal. La inquieta solicitud con la que vigila la censura las representaciones de deseos inconscientes no se limita por lo general a ellos sino que se extiende también a las actividades conscientes del psiquismo, haciendo a la mayoría de las personas inquietas, apocadas, incapaces de reflexión personal y esclavas de la autoridad. La adhesión desesperada a las supersticiones religiosas vacías de sentido y desprovistas de contenido, el temor exagerado a la muerte y las tendencias hipocondríacas de la humanidad, no son sino los estados neuróticos del psiquismo popular, síntomas histéricos, actos obsesivos... al nivel de la psicología de las masas, determinados por complejos de representaciones soterrados en la consciencia, muy parecidos a los síntomas de los enfermos verdaderos. A la anestesia de las mujeres histéricas y a la impotencia de los hombres neuróticos corresponde la curiosa tendencia de la sociedad al ascetismo, esencialmente opuesto a la naturaleza (abstinencia, vegetarianismo, etcétera) Y lo mismo que el neurótico trata de desconocer su propia perversión mediante recursos exagerados, reacciona frente a los pensamientos considerados impuros con una limpieza patológica, y frente a las representaciones libidinosas que le agitan con una “honestidad” excesiva, del mismo modo la mascara de respetabilidad que presentan los jueces morales inflexibles de la sociedad, encubre, sin que lo sepan, todos los pensamientos y tendencias egoístas que condenan en los demás. Su rigor les ahorra la obligación de reconocer tal estado de cosas y al mismo tiempo les proporciona un escape para uno de sus deseos inconscientes ocultos, la agresividad.
Esto no es un reproche; ellos pertenecen a la flor y nata de nuestra sociedad; es simplemente un ejemplo para mostrar que la educación moral basada en el rechazo produce en toda persona sana un cierto grado de neurosis y origina las condiciones sociales hoy en vigor, donde el santo y seña del patriotismo encubre con toda claridad intereses egoístas, donde bajo el estandarte del bienestar social de la humanidad se propaga al aplastamiento tiránico de la voluntad individual, donde se busca en la religión o bien un remedio contra el miedo a la muerte —orientación egoísta— o bien un modo lícito de intolerancia mutua, en cuanto al plano sexual: nadie desea oír hablar de lo que cada cual hace. La neurosis y el egoísmo hipócrita son, pues, el resultado de una educación fundada sobre dogmas y que olvida la auténtica psicología del hombre; y en cuanto a lo último, no es el egoísmo lo que hay que condenar, porque sin él no existiría ningún ser vivo, sino la hipocresía, que constituye uno de los síntomas más característicos de la neurosis e histeria del sujeto contemporáneo.
El psicoanálisis no conduce al reino desenfrenado de los instintos egoístas, inconscientes y a veces incompatibles con los intereses del sujeto, sino a la ruptura con los prejuicios que dificultan el conocimiento propio, a la comprensión de los motivos hasta entonces inconscientes y a la posibilidad de un control de los impulsos que se han convertido en conscientes.
“El rechazo de las ideas es reemplazado por el juicio consciente”, dice Sigmund Freud. Las condiciones externas y el modo de vida apenas deben cambiar.
El hombre que realmente se conoce a pesar de la exaltación que tal conciencia le procura, se hace más modesto. Es indulgente con los defectos de los demás y está dispuesto a perdonar; incluso si nos referimos al principio de que: «entender todo es perdonar todo», él sólo aspira a comprender, porque no se siente cualificado para perdonar.
Analiza los móviles de sus emociones y las impide desarrollarse hasta convertirse en pasiones. Contempla con cierto sereno humor cómo los diversos grupos humanos basculan según diferentes consignas, y en sus actos no le guía la «moral» proclamada a voces, sino una lúcida eficacia; esto es lo que le incita también a dominar aquellos deseos cuya satisfacción menoscabaría los derechos de los demás (y que, a causa de las revanchas provocadas, se convertirían en dañinos para él mismo), y a vigilarlos atentamente sin negar su existencia.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario