En la estructura psicótica se pueden distinguir dos tipos de posición significativos: la esquizoide y la narcisista. Desde el concepto amplio de narcisismo resulta muy difícil diferenciarlos, puesto que la posición esquizoide es también narcisista, por lo menos en el sentido de sobrevaloración de los objetos internalizados y en la tendencia a la confusión por el uso excesivo de la identificación proyectiva, pero una observación más detenida puede aportar la pauta para dilucidarlas desde el punto de vista caracterológico y relacional.
Ahora bien, el sujeto esquizoide vive replegado en su mundo interno y establece una barrera defensiva encaminada a desconectarle del mundo externo, el contacto con el cual es sentido siempre como frustrante y doloroso, aunque secretamente anhelado. Aparece como un ser introvertido, de aspecto emocionalmente frío y desconectado. Si alguien intenta forzar ese contacto emocional del que se protege, reacciona con reticencia, suspicacia y desconfianza en un estilo relacional francamente paranoide, de tal modo que, a partir de la posición esquizoide, son muy frecuentes los desarrollos paranoides e incluso las descompensaciones psicóticas con un fondo de retraimiento narcisista. En cambio, la estructura propiamente narcisista, construida a través de la identificación con un objeto interno idealizado y apoyada en el desprecio —de ahí la soberbia por un lado y la altanería por el otro—, da lugar a actitudes y conductas de autosuficiencia y desprecio preponderantemente, así como utilizar al otro al servicio de la propia grandiosidad, esto pueden expresarse clínicamente en trastornos de la personalidad de tipo perverso o psicopático. En ciertas formas de desarrollo psicopatológico de la organización narcisista la soberbia de la idealización del Yo y la altanería del desprecio hacia los demás, con su cortejo de hostilidad y agresión, tienden a quedar disimuladas bajo el manto de la «seducción». El narcisista se muestra hábilmente seductor con sus objetos de relación, recurre a la lisonja y a la adulación y se hace atractivo y necesario para el otro, pero siempre con la finalidad, consciente o inconsciente, de someterlo y utilizarlo para sus intereses y a mayor gloria de su Yo hipertrofiado e idealizado, esto lo podemos denotar en el sujeto que se personifica como “Don Juan”.
Generalmente, recurre para ello a estimular sus expectativas narcisistas, haciéndole creer que someterse a él le hará digno de los privilegios narcisistas de los que él mismo aparenta o cree disfrutar o haciéndole sentir como un elegido de los dioses; pero, en cuanto se muestra reacio a ser utilizado como objeto de satisfacción narcisista, el otro es abandonado e incluso cruelmente despreciado y degradado, merecidamente castigado, desde el punto de vista del narcisista, por su ignorancia e incredulidad. Algo así es lo que puede observarse en el tipo de relaciones que se mantienen desde la patología perversa y también desde la psicopática, ambas presididas por la utilización y la degradación del otro.
Dado su carácter defensivo arcaico, en ambas estructuras domina el uso masivo de la identificación proyectiva, y puesto que lo proyectado por el narcisista está constituido básicamente por los aspectos débiles, desvalidos y despreciados de su propio Yo, tampoco es raro que aparezcan tintes paranoides en la relación del narcisista con el mundo que le rodea, pero en general se caracterizarán más por el desprecio hostil y hasta agresivo que por la suspicacia dolorosa y desesperada propia del esquizoide. Puede decirse que, mientras que el esquizoide tiende a aislarse y recluirse, el narcisista tiende a imponerse de forma activa y beligerante, como corresponde más al fanático que al atemorizado e inhibido.
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