El deseo del “Otro”, por ejemplo la madre, aparece como una incógnita, un enigma: «su deseo está más allá o más acá de lo que ella dice», apunta Jacques-Marie Émile Lacan. Es en este punto donde se constituye el deseo del sujeto. A partir de esta revelación de la falta en el Otro, un significante es excluido, un «no saber» aparece. Esto es lo que se llama la represión originaria que en definitiva representa la «clave de bóveda» de los trayectos pulsionales. Aquí se consuma el verdadero anudamiento de los movimientos del cuerpo a una «cadena significante». O dicho de una manera sencilla:
“El niño ya no puede serlo todo para la madre, pasa del «ser» a la dimensión del «tener», al «deseo de tener». Se interroga sobre su falta y sobre el deseo de ella, puede emplazarse dentro de la relación con lo incógnito (recordemos que lo que simboliza la falta del Otro es el Falo).
En esas condiciones, el cuerpo se encuentra emplazado dentro de la articulación de los significantes bajo una mediación fálica. Y el fantasma es lo que viene a poner en escena el deseo inconsciente del sujeto, o sea, a responder al enigma del deseo del Otro «taponándolo» parcialmente con imágenes. Así el sujeto encuentra el marco dentro del cual organiza su relación con los objetos a través de las identificaciones. Pero en algunos casos el fantasma parece fracasar parcialmente en organizar la realidad porque el enigma del deseo del Otro no puede operar de manera integral. Existe un aspecto donde el sujeto encuentra una determinación del Otro ¿Qué queremos decir con todo esto? Pongamos un ejemplo desde una perspectiva histérica: Una niña se ha constituido en su fantasma como la que protege a la madre, se ha identificado con su progenitora, para quien todos los hombres son «unos rufianes», «unos promiscuos» y «unos asquerosos». Ella conserva la ilusión de que puede dar a su madre lo que los hombres no le dan. Lo cierto es que ha encontrado desde el principio en la realidad una exigencia manifestada por su madre: en su aflicción, esta exige un sacrificio de parte de su hija y la designa como un receptáculo exclusivo de su problemática sexual personal.
De una manera general, la elaboración del fantasma encuentra aquí una exigencia real del Otro Materno, que sabe lo que le hace falta. La construcción del fantasma queda entonces amenazada por una captación en el Otro Materno. A la pregunta: «¿qué quiere el Otro de mí?», el sujeto no puede componer con libertad su respuesta en el fantasma; su Otro le deja entrever que puede consumar una ofrenda real, ya no sólo imaginaria. El enigma del deseo del Otro está parcialmente tapado por una certidumbre de este Otro. Es aquí donde surge la dimensión de lo sexual como efracción: el tóxico mismo, en una relación de «masa de dos».
El psicoanálisis dedicado a la toxicomanía encontramos en cierto modo unos cuerpos en «estado de masa». En ocasiones, es a través de la expresión de ciertas
«teorías» como se puede en un primer tiempo aprehender esas formaciones, por ejemplo bajo la forma de creencias en comunicaciones “telepáticas” o en particulares «trasmisiones que nadie más puede comprender» únicamente entre el toxicómano y, el Otro Materno. Pero cuando se articulan así en los discursos, esas formaciones ya han experimentado una elaboración secundaria.
Un enunciado preciso del toxicómano expone la naturaleza de esa formación de «masa de dos»:
«Y ahora mi madre ve su propio sufrimiento, en el hecho, de que yo me drogo...".
Como para escapar del espejismo de una desaparición, este sujeto se ha convertido aquí en el objeto que vuelve representable el sufrimiento de otro.
No es raro que cuando un sujeto así retoma su palabra e intenta constituir un lugar propio en el marco de una cura psicoanalítica su padre o madre caiga gravemente enfermo, presente una exacerbada ansiedad, o intente incursiones masivas en ese mismo lugar.
En orden a esta particular apertura al Goce, las representaciones propias del sujeto se encuentran en cierto modo impedidas: el cuerpo ya no está anudado aquí a una «cadena significante» sino que está suspendido del cuerpo de otro que se sostiene efectivamente con esta ofrenda. Con más exactitud está suspendido
de la alucinación de este otro que «ve» en ese lugar lo
que él mismo no ha podido simbolizar. Sin saberlo
el sujeto hace en cierto modo volver de afuera bajo una forma real, una representación no simbolizada por ese otro. Además, los toxicómanos suelen describir su posición en su círculo familiar como «depreciada», o «en segundo plano» o incluso sentirse ajenos a ese entorno. Correlativamente ciertas interrogaciones no han advenido, o han quedado suspendidas, y por eso no suscitaron el relanzamiento de «teorías» o de «novelas».
En este contexto, esos sujetos parecen a menudo
enfrentados a una impasse identificatoria; no pueden ocupar un lugar en el interior de un destino de virilidad o de feminidad en la medida en que participan de una radical «interdicción de pensar» en cuanto a su propia identidad sexual o a su lugar en la filiación. Por ejemplo, una madre que se rehúsa a sí misma y que tampoco responde a su hijo sobre su paternidad, el vástago puede sobreponerse fantaseando en cuanto a su origen filial, con la finalidad de proteger a su madre pero queda entonces enfrentado a una falta de representación de su propio lugar. Y su identificación con el objeto del Goce del Otro constituye una respuesta posible a esa falta.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario