La “Ley de Prohibición del Incesto” se compone de dos imperativos, uno dirigido al sujeto, “No te acostarás con tu Madre”, el otro dirigido a la Madre, “No reintegrarás tu producto”.
Es justamente la interdicción dirigida a la madre la que que otorga alguna forma de suspenso, a consecuencia de la insuficiente representación del “Nombre del Padre”, lo que determina que estos sujetos queden atrapados como objeto de «Goce».
Con escasa capacidad metafórica se estructuran más del lado de lo que Sigmund Freud denominó “Neurosis Actuales” (neurastenia, neurosis de angustia, hipocondría) adquiriendo las características de un déficit simbólico, debido a las cuales se exigen acciones en lo real del cuerpo para poder lograr su compensación. Son toxicómanos —sujetos sin palabra— en tanto el acceso a ella está dificultado por la pregnancia pulsional incestuosa en la que se encuentran atrapados. La rectificación subjetiva que propone el psicoanálisis tiene como objetivo el intento de recuperar ese acceso a la palabra, para que el sujeto entonces pueda nombrarse a partir de reconocerse implicado en su devenir. Toxicómanos, estos de gran labilidad emocional, en tanto se encuentran siempre en peligro de la pérdida de amor o de su contrario, un engañoso "desborde de amor". En ambos casos, no hay reconocimiento de su alteridad. No hay para ellos la posibilidad del reconocimiento del Otro como algo exterior a sí mismos, por lo cual, oscilan entre su desaparición como objeto ante cada alejamiento afectivo, o una sensación de avasallamiento vehiculizada con frecuencia por fantasmas de devoración o de disolución en el Otro; todo esto enhebrado con la “Angustia de Inexistencia”.
El llamado “deficitario control impulsivo” queda así ligado a esta escasa capacidad metafórica y a la «desmentida» de la “Castración”, en tanto su resonancia con la “Falta” en el “Otro”. No siendo pasible de ningún intento de "reeducación" para adquirir la paciencia y la capacidad de postergación.
Se trata de la imposibilidad de hacer frente al incremento de la tensión libidinal, que sólo será calmada a través de la acción, la cual, a diferencia del acto, sostiene al sujeto en una posición de no implicación en la producción de la misma, en tanto esta acción se presenta como un desborde impulsivo ante el cual se encuentra inerme. Es entonces cuando no hay posibilidades de soportar una postergación del impulso, siendo ésta la razón de lo insoportable del incremento tensional, el cual pone en peligro la débil cohesión del Yo.
Este es un factor muy presente en los tratamientos, en tanto los incrementos de tensión pulsional, por ejemplo, ante la posibilidad de concreción de anhelos postergados, asumen características de insoportables y el sujeto debe hacer un "corto circuito" por intermedio de la descarga implicada en la recaída. Recurriendo así al sistema de cancelación del malestar ofrecido por el poder anestésico del tóxico. Lugar éste donde se articula con la problemática de la medicación psicofarmacológica —en su caso— en las adicciones.
El correlato a este déficit en el control impulsivo determina una intolerancia ante la angustia como señal del incremento pulsional sin posibilidad de descarga. Angustia que pone en peligro la integridad del Yo por no poder ligar el incremento tensional, que se transforma en una amenaza de avasallamiento, que dispara el “pasaje al acto” (acting out).
El establecimiento de una manifestación adictiva implica necesariamente la existencia de una particular deficiencia de la estructuración narcisista, generando dificultades en el establecimiento de un adecuado tránsito edípico.
La clínica de la toxicomanía nos muestra la imbricación de las manifestaciones adictivas en prácticamente todas las estructuras de base, pero también es evidente que sólo en aquellas en las cuales priman las dificultades narcisistas son en las cuales este entrelazamiento es más estrecho, dando lugar al desarrollo de un estilo de vida que denominamos "dependencia".
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