Lo más próximo a la organización psicopatológica narcisista (no evolutiva) es la que en la terminología clínica se conoce como «personalidad esquizoide». En este tipo de organización —que suele observarse en la base de muchas patologías— nos encontramos con un sujeto que ha tenido mantenidas experiencias frustrantes, del orden de la privación afectiva, en las relaciones tempranas con sus primeros objetos de amor.
Independientemente de las causas o circunstancias en que se haya producido la privación, el sujeto esquizoide no se ha sentido en relación con un objeto amoroso suficientemente contenedor y protector, con una madre que tuviera aquellas capacidades funcionales que se le suponen a la madre «suficientemente buena» (Donald Woods Winnicott) en los primeros tiempos de la vida (contención de las ansiedades, «rêverie», dosificación de las frustraciones, etcétera, según la terminología propia de cada autor que se ha ocupado del tema); no ha tenido, en fin, una buena experiencia con las funciones maternales que, de alguna forma, favorecen y fomentan el crecimiento mental del niño y que consisten básicamente en protegerle de situaciones excesivamente ansiógenas y en irle ayudando o entrenando a la vez para que las vaya asimilando progresivamente. Según William Ronald Dodds Fairbairn, lo que la madre transmite en estos primeros momentos de la vida es un sentimiento de amor, pero ¿qué significa exactamente eso? «La capacidad de aceptar y recibir el amor del hijo», de modo que éste, sintiéndose capaz de amar y digno de ser amado, pueda ir desarrollando un sentimiento de seguridad de sí mismo y de identidad como sujeto. «La madre da amor y acepta y valora el amor que recibe» sería una fórmula que incluye todas las funciones maternales (contención, «rêverie», dosificación, etcétera.). Si el niño no recibe amor tenderá a sentir que la «madre es mala» y, si no siente que su amor sea aceptado por la madre, sentirá que «su amor es malo para la madre», o sea, que «él es malo». En tal caso lo único que puede hacer con su amor es ocultarlo dentro de él para preservarlo y conservarlo y, por otra parte, por muy hondamente que lo desee, no podrá mostrar su amor —en la edad adulta— hacia nadie porque es sentido como malo o peligroso. Éste sería el origen (simplificando las complejidades de la cuestión) del sujeto esquizoide, caracterizado por este conflicto que impide dar muestras de amor y aceptar el amor de otros, no obstante tan anhelado. Para el esquizoide expresar emociones, vincularse emocionalmente, sentir afecto hacia otro, es equivalente a algo peligroso para el objeto de amor y para él mismo también. Por eso se va encerrando en sí mismo, conteniendo sus emociones y reprimiendo sus afectos, ensimismándose paradójicamente para no hacer daño a su objeto de amor, al ser amada o al que querría amar. Su temor inconsciente, e incluso frecuentemente consciente, es que, si expresa sus sentimientos amorosos, hará daño al otro y se romperá la relación, con lo que también se hará daño a sí mismo.
Es frecuente que la expresión de emociones y de afecto se acompañe de síntomas de vergüenza que son, por una parte, expresión de un sentimiento de humillación y de exposición pública y, por otra, una defensa contra cualquier manifestación de emoción o afecto. Este conflicto trágico, que se nutre a sí mismo en un círculo vicioso, lleva al esquizoide a encerrarse más y más en sí mismo y a rehuir los contactos afectivos y sociales, pero con mucho sufrimiento por sentirse incapaz de la relación amorosa que anhela, a diferencia del narcisista que la desprecia. Un sujeto esquizoide que asistía a psicoanálisis, al expresar al psicoanalista sus sentimientos respecto a su novia con la que había terminado, decía: «al final tendrán que encerrarme», porque sentía que el dolor le enloquecía, pero era evidente que era él quien se estaba encerrando en sí mismo en un estado de retraimiento y aislamiento narcisista. «Tendrán que encerrarme» venía a ser una metáfora expresiva de la única solución que veía a su trágica paradoja: la de irse encerrando él mismo. A la vez, con su conducta hacía sentir al psicoanalista que era necesario ingresarle, o sea, «encerrarle». Este conflicto empuja al esquizoide a aislarse de las relaciones intersubjetivas, de los objetos, en un aislamiento que a veces parece formalmente agorafóbico, aunque el contenido mental no es el típico de una agorafobia.
Mientras que el agorafóbico, se encierra entre cuatro paredes, el esquizoide se encierra en sí mismo y eso puede hacerlo aunque esté en medio de la calle o en un paraje desértico. No hay fobia en el sentido clínico; no hay ningún síntoma fóbico concreto, organizado. Aquí la fobia se expresa solamente en una actitud evitativa y la actitud evitativa es propia de todos los esquizoides.
Sería una expresión de eso que se ha llamado fobia social, en el sentido de evitación de la relación, pero psicopatológicamente no parece justificado hablar de fobia si no hay una organización y una sintomatología fóbicas. El fóbico, una vez organizado fóbicamente, ya puede funcionar en las áreas que queden fuera del objeto fóbico: consigue más o menos limitar el conflicto al área o al objeto fóbicos; en cambio, el esquizoide funciona precariamente en todas las áreas, especialmente en las relacionales. No obstante, para sobrevivir emocionalmente en estas condiciones, el esquizoide, que en el fondo anhela como nadie amar y ser amado, ha de seguir relacionándose, lo que le lleva a desarrollar un tipo de relación compensatoria e inauténtica, siempre conflictiva y con un fondo de sufrimiento. Deja encerrada dentro de sí mismo su capacidad de amor y con ella deja encerrada su verdadera capacidad evolutiva y establece unos tipos de relación más o menos falseados con algunos mecanismos gracias a los cuales sigue creciendo aparentemente, aunque a costa de desarrollar lo que Winnicott llama un «Falso Self» (posiciones compensatorias patológicas). No obstante, cuando prosigue la evolución con esos mecanismos compensatorios e inauténticos, su capacidad genuina de amar queda oculta en su mundo interior, impedida de manifestación externa, y su Yo queda dividido en diversas partes escindidas y en relación con objetos distintos, auténticos en cierto sentido los unos (los internos) e inauténticos los otros (los externos). Si lo auténtico está encerrado y oculto en el mundo interno y protegido por las defensas esquizoides, la vida más auténtica del esquizoide será aquella de relación con su propio interior, mientras que la relación con los objetos externos tendrá un carácter de inautenticidad o estará inhibida.
Dado que el problema básico es que, en estos niveles estructurales, ha habido un desdoblamiento y se sobrevive inauténticamente hacia afuera mientras los valores auténticos se mantienen encerrados en uno mismo, cualquier movimiento regresivo lleva hacia esta situación, refuerza las defensas esquizoides narcisistas y disociativas y, en todo caso, si permite reemprender un movimiento progresivo de reorganización en la línea de relación con los objetos, vuelve a ser un progreso débil, inauténtico, etcétera. En cada regresión se reproduce esta situación, se refuerzan las defensas de aislamiento esquizoide y narcisista y, por lo tanto, en vez de fomentarse las capacidades de evolución y de desarrollo, lo que se refuerza es una tendencia creciente a quedarse cada vez más encerrado en una posición esquizoide y narcisista, dando lugar a un cuadro clínico que a veces se confunde diagnósticamente con la psicosis por el aparente predominio de la vida interior convertida en refugio. La organización patológica narcisista se diferencia de la esquizoide en que el esquizoide, aunque se repliega en su interior y rehúye la relación con el objeto, no lo hace con la actitud de hostilidad y desprecio o esclavización del objeto típica de la organización narcisista patológica. El esquizoide se repliega en sí mismo simplemente para protegerse de lo que llamamos heridas narcisistas, a las que es sumamente susceptible porque le confirman una y otra vez su sentimiento de no poder amar ni ser amado sin verse expuesto a un gran sufrimiento, pero su drama íntimo es que desea fervientemente poder amar y ser amado, sentirse persona como los demás. Su repetido fracaso en este empeño le lleva a una hostilidad secundaria, de matices paranoides, que no debe confundirse con la hostilidad despreciativa del narcisista, de cariz omnipotente y mucho más destructivo, ni con los elementos paranoides de la psicosis esquizofrénica.
Con frecuencia, los síntomas esquizoides se corresponden clínicamente con sentimientos de aspecto depresivo, como los sentimientos de vacío, de inutilidad o futilidad, de falta de sentido de la vida, etcétera. No es raro que en esta situación se hable clínicamente de depresión, pero se trata de depresiones narcisistas, vacías, esquizoides, sin sentimientos de culpa en relación al objeto interiorizado. A esta depresión que acompaña a ese sentimiento esquizoide de vacío, de futilidad, se la ha llamado depresión seca (sin autoinculpación, ni tristeza, ni llanto).