La sobrestimación y la tendencia a la obediencia ciega que tiene el sujeto durante su infancia generalmente desaparece en la adolescencia. Sin embargo no desaparece del todo y persiste la «necesidad de sumisión» ya que pasa a formar parte de la estructura psíquica.
Ahora bien, cuando el padre personifica simultáneamente el poder paterno y el prestigio de un hombre influyente, la fijación infantil puede llegar a ser irreductible. Por lo cual el sujeto podrá tomar una posición sumisa, o bien de un negativismo neurótico en sus relaciones intersubjetivas en la edad adulta. Tanto la docilidad sin límites de la primera como la arrogancia obstinada de la segunda están determinadas por la misma situación: la condensación del «Complejo paternal» y del «Complejo de autoridad».
Para concluir, en la edad adulta, la sumisión infantil ante el padre o la madre es proyectada inconscientemente en profesores, jefes y otras personas a las que el sujeto considera importantes, incluso puede instalarse en el partenaire. Obviamente la sumisión que tome el sujeto —sin excepción alguna— ante el otro puede ir desde una posición moderada hasta una severamente patológica. Esta «lealtad ciega» (sumisión) a veces puede extenderse hasta los gobernantes, independientemente que sean benévolos o tiránicos con su pueblo.
Estas observaciones precedentes confirman la opinión de Sigmund Freud, quien afirma que: «la credulidad y la docilidad [...] tienen su raíz en el componente masoquista del instinto sexual» (“Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad”). El masoquismo consiste en el «placer de obedecer» que los niños aprenden de sus padres.
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