El odio deriva de la ira, el afecto primario en torno al cual se arracima la pulsión de la agresión; en la psicopatología severa, el odio se puede convertir en algo prevaleciente y abrumador, dirigido tanto contra el sí-mismo como contra los otros. Es un afecto complejo que puede convertirse en el componente principal de la pulsión agresiva, dejando en la sombra a los otros afectos agresivos universalmente presentes, como y la envidia o la aversión.
Una reacción de ira total, —su naturaleza abrumadora, su carácter difuso, su «desdibujamiento» de los contenidos cognitivos específicos y de las correspondientes relaciones objetales— puede transmitir la idea errónea de que éste es un afecto primitivo “puro”. Sin embargo, en términos clínicos, el psicoanálisis de las reacciones de ira —como de otros estados afectivos intensos— siempre revela una subyacente fantasía consciente o inconsciente que incluye una relación específica entre un aspecto del sí-mismo y un aspecto de un otro significativo.
La investigación con infantes documenta la aparición temprana de la ira como afecto, y su función primordial: “eliminar una fuente de dolor o irritación”. Una función evolutiva ulterior de la ira es eliminar un obstáculo a la gratificación; su función biológica original —emitir una señal al cuidador para que facilite la eliminación de algo que irrita— se convierte entonces en un llamado más focalizado para que el cuidador restaure un estado anterior o deseado de gratificación.
En las fantasías inconscientes que se desarrollan en torno a las reacciones de ira, ésta significa tanto la activación de una relación objetal «totalmente mala» como el deseo de eliminarla y restaurar una «totalmente buena». En una etapa evolutiva posterior, las reacciones de ira pueden funcionar como esfuerzos desesperados tendientes a restaurar una sensación de autonomía ante situaciones altamente frustrantes percibidas inconscientemente como la activación amenazante de relaciones objetales totalmente malas, persecutorias. Una violenta afirmación de la voluntad restaura un estado de equilibrio narcisista; este acto de autoafirmación representa una identificación inconsciente con un objeto idealizado (totalmente bueno).
El odio es un afecto agresivo complejo en contraste con el carácter agudo de las reacciones de ira y los aspectos cognitivos que varían con facilidad en la cólera y la ira, él aspecto cognitivo del odio es crónico y estable.
El odio también presenta un anclaje caracterológico que incluye racionalizaciones poderosas y las correspondientes distorsiones del funcionamiento del Yo y el Superyó.
La meta primaria de alguien consumido por el odio es destruir su objeto, un objeto específico de la fantasía inconsciente y también sus derivados conscientes; en el fondo, el objeto es necesitado y deseado, y su destrucción es, igualmente necesaria y deseada. La comprensión de esta paradoja está en el centro de la investigación psicoanalítica de este afecto. El odio no es siempre patológico: como respuesta a un peligro real, objetivo, de destrucción física o psicológica, a una amenaza a la supervivencia de uno mismo y de sus seres queridos, el odio es una elaboración normal de la ira, que apunta a eliminar ese peligro. Pero el odio suele estar penetrado e intensificado por motivaciones inconscientes, como en la búsqueda de venganza, cuandoes una predisposición caracteroIógica crónica, siempre refleja la psicopatología de la agresión.
Una forma extrema de odio exige la eliminación física del objeto, y puede expresarse en el asesinato o en una desvalorización del objeto que quizá se generalice como una destrucción simbólica de todos los objetos —es decir, de todas las relaciones potenciales con los otros significativos—; en la clínica, esto puede observarse en las estructuras antisociales de la personalidad. Esta forma de odio a veces sa expresa en el suicidio, en el cual se identifica al sí-mismo como el objeto odiado, y la autoeliminación es el único modo de destruir también el objeto.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario