En los sujetos con trastorno de identidad generalmente presentan una cierta «confusión» en cuanto a su género, para el observador cauto esto lo puede comprobar en casi todos los casos de homosexualidad, donde se presenta siempre algo de «distorsión» sobre el concepto que tienen sobre el género. Por ejemplo en el caso de una activista lesbiana que quería que se reescribiera la Biblia llamando a «Dios» por «Ella». Cuando alguien dice con orgullo:
«Yo no me enamoro de un género en particular, porque el género no importa. Me enamoro de la persona (que puede ser un hombre o una mujer)». Cuando una psicóloga dice que la bisexualidad es una orientación superior porque abre nuestra expresión sexual a nuevas posibilidades y más creativas. Cuando un chico de secundaria insiste en que se le permita llevar vestido y tacones al colegio y el juez ordena al director del plantel educativo que apoye su ilusión de ser mujer, y casos por el estilo.
La autodecepción respecto al género se encuentra en el corazón de la condición homosexual. Un niño o una niña que se imagina que puede ser del sexo opuesto –o de ambos sexos– mantiene una «fantasía» como solución a su problema de género confuso. Es una rebelión contra la realidad y contra los límites insertos en nuestra misma naturaleza humana.
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