Como ya se ha dicho, en el centro de la perversión está la hostilidad. La excitación sexual se derivada del asesinato, mutilación, violación, castigos físicos sádicos tales como azotar, cortar, encadenar, defecar u orinar en el objeto, todos estos actos expresan rabia o violencia hacia el objeto sexual. El propósito esencial de tales actos es que el perpetrador sea superior, perjudicial y triunfante sobre el otro.
Stoller también señala que esta dinámica también está funcionando en los sadismos no físicos como el exhibicionismo, el voyeurismo, las llamadas telefónicas sexualmente abusivas, el uso de prostitutas y la mayoría de las formas de promiscuidad. Además sostiene que es posible buscar por medio del psicoanálisis la naturaleza y el origen de la necesidad de dañar al objeto; agregando que: “entender lo que el acto significa para los participantes, es cómo el psicoanalista llega a saber si el sujeto es perverso o no”.
Así, el deseo manifiesto o encubierto de lastimar al otro se encuentra en perversiones y fetichismos sádicos y masoquistas. La fuente de la ira que se oculta en el acto perverso radica en la victimización del sujeto que sufrió durante su infancia, generalmente perpetrada por los padres o quienes lo cuidaron. A través de la perversión, el sujeto transforma la ira y el desamparo en victoria sobre aquellos que hicieron que se sintiera miserable, porque en la perversión el trauma se convierte en triunfo.
Este mismo autor indica que la masturbación puede ser una defensa contra los sentimientos de ansiedad asociados con el trauma del abandono, soledad existencial y rabia homicida, además la frecuencia y la intensidad de la masturbación estarán relacionadas proporcionalmente con la gravedad del trauma. Sugiere que las fantasías que acompañan a la masturbación, con un cuidadoso análisis, revelarán la naturaleza del trauma original y la forma en que la masturbación está diseñada para superarlo.
De hecho, sostiene que la fantasía masturbatoria determina si un acto sexual dado es o no perverso. Siendo así, sugiere que el psicoanalista necesita mirar de cerca lo que el psicoanálizado está pensando y sintiendo para entender su perversión. Una vez más, subraya su punto de vista de que en el corazón de todas las perversiones hay un fantasiado acto de venganza y que esta fantasía condensa en sí la historia de la vida sexual del sujeto: sus fantasías, traumas y frustraciones.
Stoller postula que siempre hay una víctima, por disfrazada que sea, y que un grano de realidad histórica está incrustado en cada una de las fantasías del sujeto. En resumen, postula que los "recuerdos" inconscientes de los acontecimientos históricos reales —la historia sexual real del sujeto— existen en las fantasías conscientes expresadas en una perversión dada.
«Al elaborar su teoría con respecto a los hombres, sostiene que el fracaso en lograr una identidad de género masculina es el mayor promotor de la perversión, que la perversión puede ser un desorden de género construido a partir de una tríada de hostilidad. Esta hostilidad toma la forma de rabia al tener que renunciar a su primera bienaventuranza e identificación con la madre. El miedo que surge de los intentos fallidos de escapar de la órbita de la madre; y la necesidad de vengarse de la madre por haber sido colocado en tal situación».
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