Para Sigmund Freud el conflicto que presenta el sujeto radica en el aspecto sexual, no en vano, en su obra titulada: “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, estableció que lo único que se reprimía era la sexualidad y que el retorno de lo reprimido, que se manifiesta a través de los sueños, los actos fallidos y los síntomas, tiene que ver con retornos sexuales que no han sido dominados por la cultura.
Estos retornos sexuales siempre están en relación con deseos incestuosos, y por eso han sido reprimidos. Freud señalaba que en la etapa oral y anal, lo que se producía era un placer del órgano, que se caracterizaba por la búsqueda de un goce autoerótico que dejaba como secuelas «puntos de fijación» a las que podía regresar la libido cuando el sujeto debía enfrentarse a una situación sexual difícil de resolver.
Esta sexualidad autoerótica es muy diferente a la sexualidad que irrumpe en la etapa fálica, que coincide o inicia toda la problemática que gira en torno al Complejo de Edipo, al deseo sexual, al narcisismo y a la castración, ya que al placer del órgano se le agregan inequívocamente fantasías incestuosas.
La equivalencia más fácil de observar es la que se produce entre «niño» y «pene» porque tanto uno como otro pueden a su vez ser sustituidos por un significante común: «el pequeño».
Prosigue Freud manifestando que es fácil encontrar en la mujer un deseo reprimido de poseer un pene como el que tiene el varón; es este deseo infantil (que se relaciona con la «envidia del pene») el que puede ser reactivado por alguna situación traumática, convirtiéndose, por la regresión libidinal, en el principal desencadenante de síntomas neuróticos.
Pero el desenlace no siempre es el mismo, porque en algunas mujeres el «deseo de poseer un pene» ha sido sustituido por el «deseo de tener un hijo», esta última se considerada dentro de la «normalidad».
En un principio, la relación del niño con la madre está marcada no sólo por la dependencia que tiene de ella para sobrevivir sino que depende también del deseo de su madre, es decir, de esos primeros significantes que la madre introyecta sobre su hijo y que lo introducen en las primeras simbolizaciones.
«Es por esta razón que en sentido estricto no es correcto decir que el niño se relaciona con la madre en tanto objeto, puesto que el niño que es significado desde el deseo de la madre como el falo que la completa sólo podrá satisfacerse en la medida en que sea capaz de ocupar el lugar del objeto deseado de la madre. Dicho de otra manera, en este primer tiempo el niño no sitúa el objeto de su deseo sino que se sitúa él mismo como objeto de deseo del Otro».
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