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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

lunes, 9 de enero de 2017

El género del infante es adquirido por los padres, no es asignado biológicamente.

John Money y los hermanos Joan G. y John L. Hampson* en sus investigaciones demuestran cómo dos niñas, ambas hembras en el programa genético, gonadal y endocrino, con su estructura sexual interna normal, por padecer, durante la gestación del «Síndrome Adrenogenital» , nacen con sus órganos sexuales externos masculinizados. Una de las niñas es rotulada correctamente como «hembra», mientras que a la otra —engañosamente «macho» por la enfermedad— se le asigna el sexo masculino. A los cinco años, la designada hembra se considera y es considerada por su familia una niña, y la que creyó ser macho, es pues un niño. Lo que ha determinado el comportamiento y la identidad de género no ha sido su sexo (biológico), ya que es otro; sino las experiencias subjetivas vividas desde el nacimiento, experiencias totalmente organizadas sobre la naturaleza supuestamente masculina del cuerpo designado como varón. También se constatan los raros casos de varones nacidos sin pene y niñas sin vagina, que si bien sufren hondos conflictos por este hecho, tales conflictos no conmueven una identidad de género previamente establecida que no ha requerido la posesión del genital para su constitución. Todos estos hallazgos, y muchos más, van operando una suerte de línea de clivaje entre sexo y género, hasta hace poco tiempo prácticamente sinónimos en el diccionario e inextricablemente ligados en sus destinos, de modo que hoy es posible afirmar que pertenecen a dos dominios que no guardan una relación de simetría, y que hasta pueden seguir cursos totalmente independientes.
Es entonces la propia biología —debidamente enmarcada en un contexto teórico— la que desmiente a las teorías que apelaron a ella, y que nos permite, con su favor, asestar el golpe final a todo resabio de naturalismo, ubicando la feminidad y la masculinidad —en tanto identidades de género— como categorías del patrimonio exclusivo cultural. En conclusión el género, ya sea femenino o masculino es «adquirido» a partir de la subjetividad e intersubjetividad del sujeto y por lo tanto, es asignado biológicamente.

*Esta teoría sostiene que la identidad de género se puede «cambiar» durante los primeros dieciocho meses de edad; recurriendo a la alegoría de Pigmalión: “A partir de la misma arcilla se puede modelar una diosa o un dios”. La teoría se basa en el «cumplimiento cabal» de ciertas condiciones: Que el padre y la madre tengan la íntima y sólida convicción que su hijo es es macho o hembra; hacer la intervención quirúrgica correspondiente para que los genitales coincidan con el género asignado; y además estos niños intersexuales deben ser informados con explicaciones acordes a su edad hasta terminada la adolescencia. Si se cumple estas condiciones al pie de la letra —propone la teoría— el niño intersexual desarrollará una identidad acorde con la asignación de género (al margen de cuál sea su generó a nivel cromosómico) y no la cuestionará ni pedirá un cambio transgénero en la edad adulta.

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