Lo habitual es que la niña (mujer) durante el Complejo de Edipo, el proceso de identificación con su madre —en tanto objeto ideal y asimismo rival—, encuentre serios obstáculos para considerarla un modelo a quien parecerse, y en lugar de desear identificarse a ella, se desidentifique y localice ese ideal en el padre.
En este punto es donde se revela el profundo déficit narcisista de organización de la subjetividad de la futura mujer, ya que de esta manera, concluirá el proceso por el cual la única vía para el restablecimiento del balance narcisista en la mujer es con base a alguna referencia fálica, «ubicando al hombre en el objetivo central y único de su vida».
La mujer puede rodearlo de la más alta idealización y emprender su «caza», cualquiera sean sus cualidades; puede, despojándose de la posibilidad de poseer para sí metas y valores, delegarlos en él, de manera que será la fiel compañera, la que ayuda a que «su hombre se realice», situándose en ese lugar tan valorizado por nuestra cultura, de ser «la mujer que está siempre detrás de los grandes hombres»; o ambicionando mayor trascendencia para sí, competirá por poner en acto comportamientos o actividades que desarrollan los hombres, es decir, masculinizará su Ideal del Yo y su Yo; o finalmente puede llegar a instituir como su meta el comportamiento sexual del hombre hacia la mujer, homosexualizando su deseo.
Toda suerte de oposiciones caracterizan los destinos de las distintas instancias psíquicas en la mujer. Si busca ser «sujeto de su deseo» y satisfacer sin represiones su pulsión, aceptando su papel de ser «objeto causa del deseo», se encontrará no sólo con la condena social, sino con el peligro real de la pérdida del objeto, es decir, con un entorno que unánimemente no valoriza, no legitima como femenina esta disposición. Resulta así una oposición entre narcisismo y ejercicio de la sexualidad. Si se afana por superar sus tendencias «pasivas» que la mantienen dependiente del objeto —ya sea madre, padre u hombre— y obtener autonomía social e intelectual, se encuentra con que de alguna manera compite con algún hombre, castrándolo. Por tanto, la autonomía, que por otro lado forma parte de los requisitos esenciales de los decálogos de salud mental, se opone a la feminidad. La pulsión se opone al narcisismo; la ampliación del Yo, al Ideal del Yo. ¿Y el Superyó? Los trabajos de Carol Gilligan (provenientes del campo de la psicología social) sobre la evolución diferencial del juicio moral en los distintos géneros, muestran que, al llegar a la adolescencia, las niñas presentarán una perspectiva moral basada en una ética del cuidado, mientras que en los varones lo que prevalece es la lógica de la justicia. Pero como ambos serán evaluados con métodos diseñados en base a patrones masculinos —la escala de Lawrence Kohlberg—, las niñas, aun poseyendo una sólida ética del cuidado y la responsabilidad y una muy avanzada lógica de la elección, serán clasificadas con un menor nivel de moralidad. Extraña condición la del Superyó femenino, defectuoso, pero centrado en los máximos principios éticos del cuidado y la responsabilidad, inferior al del hombre, pero condenando y legislando rigurosamente cualquier «exceso» sexual.
Esta dimensión profundamente conflictiva de la feminidad en nuestra cultura se demuestra y tiene su máxima expresión en la histeria. La introducción del concepto de género permite comprender más cabalmente la problemática histérica y no caer en el error de considerarla basada en una supuesta indefinición sexual. «Si la histérica produce la fantasía de la mujer con pene, no lo hace ni por homosexual ni por transexual o sea, por el deseo de ser hombre, sino porque, cerrados los caminos de jerarquización de su género, intenta formas vicariantes de narcisización, añadiendo a su feminidad el falo, masculinidad, un pene fantasmal, o dirigiéndose a un hombre para que le responda ¿quién soy?».
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario