Robert J. Stoller plantea a partir de sus investigaciones que la perversión es una «fantasía masturbatoria» que tiene por función ser una estructura defensiva levantada para preservar el placer erótico. La perversión está motivada inconscientemente por la necesidad de mantener la «identidad de género». Aquí existe una similitud planteada por Wilhelm Stekel, donde el sujeto promiscuo estaría llevando a cabo compulsivamente relaciones sexuales con multitud de partenaires con la finalidad de escapar de su homosexualidad inconsciente, y en un intento de reafirmar su tambaleante deseo erótico heterosexual.
Continuando con Stoller, la perversión surge en el sujeto como resultado del miedo inducido por sus padres durante la infancia —de manera verbal o castigos corporales de forma prolongada— por lo que estarían forzando a evitar o deformar la triangulación edípica del vástago (Complejo de Edipo), manteniéndolo al margen, con acompañamiento de culpa grave.
El acto perverso obviamente lleva el deseo de dañar a otros; para el perverso es una forma «erótica de odio» una fantasía que le obliga al «acting out», que esta motivada principalmente por la hostilidad; hostilidad que toma forma en una fantasía de venganza.
La hostilidad que se manifiesta en la perversión sirve para convertir el «trauma de la infancia» en el «triunfo del adulto». Para crear mayor emoción, la perversión también debe presentarse como un acto de riesgo, esto muy posiblemente con la finalidad de ser sorprendido, y con ello, buscar el castigo correspondiente (Ley Paterna).
Stoller postula que el trauma suscitado durante la infancia se conmemora en la perversión. El acto perverso simbolizaría «revivir el trauma» infantil dirigido inconscientemente contra la persona que lo causó que se actualiza con la víctima, teniendo el efecto de transformar el trauma en Goce, el orgasmo significaría: victoria.
La necesidad de llevar a cabo el acto perverso una y otra vez, deriva de la incapacidad del sujeto para librarse completamente del peligro (proveniente de las amenazas o castigos) o para resolver el trauma de la infancia.
El displacer sólo disminuye cuando la fantasía ha funcionado, emprender la acción perversa tiene el efecto temporal de deshacer el trauma. Sin embargo, el acto perverso tiene que abrirse paso entre la ansiedad y el aburrimiento para lograr el tipo correcto de riesgo para crear una emoción exacerbada. Ahora bien, el conflicto intrapsíquico resulta cuando impulsos y deseos chocan con la interiorización de prohibiciones del sistema de valores de los padres (Superyó) del niño. Así, habrá en la psique un conjunto de posiciones morales recibidas de los padres, más una técnica interna de autocastigo basada en la culpabilidad persecutoria. De esta manera, el Superyó actúa de manera amenazadora o castigadora hacia el Yo, frustrando el impulso del Ello hacia la gratificación.
Siguiendo a Sigmund Freud, Stoller sugiere que las perversiones emergen como soluciones o formaciones de compromiso a conflictos inconscientes y tienen en su núcleo una carga de culpa y una sensación de riesgo. Aquí, el deseo es visto como una causa importante de comportamiento, y la fantasía funciona como un vehículo de esperanza, curador de trauma, protector de la realidad, corrector de la verdad, fijador de la identidad, restaurador de la tranquilidad, enemigo del miedo y la tristeza y limpiador del alma. Sin embargo, desde la perspectiva de las «relaciones de objeto», Stoller enfatiza que los detalles de una perversión particular se encuentran en la fantasía, pues en ella se incrustan los restos de las experiencias del sujeto con otras personas (principalmente del entorno familiar) durante la infancia.
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