Social

"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

sábado, 7 de enero de 2017

Para las mujeres el amor comienza junto con la gratificación sexual.

En el libro titulado “Les jeunes filles” de Henry de Montherlant, hablando a través de su su personaje Pierre Costals, sobre el deseo que logra unir a hombres y mujeres pero que otro lado viven en una eterna incomprensión. Para las mujeres —dice este personaje— el amor «comienza» junto con la gratificación sexual, mientras que para los hombres «termina» cuando ya tienen sexo; las mujeres están hechas para un hombre, pero el hombre está hecho para la vida y para todas las mujeres. La vanidad es la pasión dominante del hombre, mientras que la intensidad sentimental relacionada con el amor a un hombre representa una fuente principal de felicidad para la mujer. La felicidad de las mujeres proviene del hombre, pero la del hombre proviene de él mismo. El acto sexual está rodeado de peligros, prohibiciones, frustraciones y una fisiología desagradable.
Ahora bien, sería fácil desechar la descripción realizada por Costals como producto de una ideología autoritaria y paternalista, por no decir «machista» pero de ese modo «pasaríamos por alto las fuentes profundas de la intensidad del anhelo, el miedo y el odio a las mujeres que subyacen en esta racionalización que prosigue en la actualidad.
Los conflictos predominantes que interfieren en una relación de pareja son el narcisismo patológico, y la incapacidad de haber resuelto, de manera adecuada el Complejo de Edipo, en una identificación genital plena con la figura parental del mismo género. La patología narcisista es relativamente semejante en hombres y mujeres; mientras que la patología que deriva de los conflictos edípicos difiere en uno y otro género. En las mujeres, los conflictos edípicos irresueltos se manifiestan con la mayor frecuencia en diversas pautas masoquistas, como por ejemplo el apego persistente a un «hombre insatisfactorio», que las menosprecia y maltrata; y por lo tanto la incapacidad para mantener o disfrutar de una relación con un hombre que podría ser totalmente satisfactorio y benevolente con ellas. Los hombres también se apegan a «mujeres insatisfactorias», pero culturalmente han tenido una mayor libertad para disolver esas relaciones o mantener, al menos, una relación afectiva alternativa.
El sistema de valores de las mujeres, su preocupación y sentido de la responsabilidad por sus hijos, pueden reforzar cualquier tendencia masoquista que tengan. «No obstante, el Ideal del Yo y las preocupaciones maternas naturales no son metas masoquistas en la “madre corriente consagrada a sus hijos”». (Ernst Blum).
En los hombres, la patología predominante de las relaciones amorosas que deriva de los conflictos edípicos toma la forma del miedo y la inseguridad ante las mujeres y de formaciones reactivas contra esa inseguridad, como la hostilidad reactiva o proyectada hacia ellas; estos factores se combinan de diversos modos con la hostilidad y la culpa pregenitales que tuvieron con respecto de la figura materna. Por ejemplo, la consagración de una mujer a los intereses del marido puede reflejar una expresión adaptativa de su Ideal del Yo, pero también compensar adaptativamente tendencias masoquistas relacionadas con la culpa inconsciente por ocupar el lugar de la «madre edípica». Cuando el esposo deja de depender de ella y las relaciones económicas y sociales del matrimonio ya no exigen o recompensan el “sacrificio” de la mujer, es posible que la culpa inconsciente que refleja conflictos edípicos no resueltos deje de estar compensada; entonces pueden desencadenarse diversos conflictos —quizá la necesidad inconsciente de ella de destruir la relación por culpa, o una «envidia del pene» no resuelta (como lo ha teorizado el psicoanálisis) y el resentimiento consiguiente por el éxito del marido. Por otro lado, también es posible que el fracaso del hombre en el trabajo descompense sus fuentes previas de afirmación narcisista, que lo han protegido de una «inseguridad edípica» respecto de las mujeres y de rivalidades patológicas con los hombres —hombres en los que proyecta inconscientemente al padre omnipotente, amado y odiado durante el Complejo de Edipo— y genere una regresión a inhibiciones sexuales (impotencia, eyaculación precoz o retardada) y a una dependencia conflictiva respecto de su mujer, con reactivación de los conflictos edípicos, y obviamente aparejadas con sus soluciones neuróticas.
El desarrollo y el éxito social, cultural y profesional de las mujeres en la sociedad occidental, entonces, podría amenazar la protección tradicional, culturalmente sancionada y reforzada, de la que han disfrutado los hombres contra sus inseguridades y miedos edípicos y envidia a las mujeres; la realidad cambiante enfrenta a ambos participantes con la reactivación potencial de la envidia, los celos y el resentimiento conscientes e inconscientes, que acrecientan en grado peligroso los componentes agresivos de la relación amorosa y en consecuencia del núcleo familiar, donde los hijos también salen perjudicados.

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