Es habitual que el sujeto con estructura perversa, con inclinación pedófila, tenga al mismo tiempo una sexualidad heterosexual adulta pero con escasa calidad placentera en la mayoría de los casos. Debemos hacer hincapié que gran parte de estos sujetos, tienen por profesión u oficio, actividades donde están constantemente en la cercanía con infantes (profesores, entrenadores, enfermeros, etcétera) además que presentan una marcada tendencia a «ocuparse» de los infantes o púberes manifestando abiertamente que los quieren, que se preocupan por ellos y que les desean su bien.
Para la persona común, tales manifestaciones de «preocupación» por parte de estos sujetos (pedófilos) hacia los menores de edad parecerían a primera vista un acto benevolente, «normal»; pero para el psicoanalista perspicaz, tales demostraciones «sobrecompensadas de preocupación» contienen un lenguaje ambiguo que caracteriza a la personalidad narcisista, sospechando que tales afirmaciones traerán aparejadas contra-actitudes que resultan tener una connotación agresiva en el fondo.
Para el pedófilo, la búsqueda incesante de sensaciones táctiles con los infantes denuncia su necesidad sensual compulsiva de tocar a los niños.
Si bien es cierto que algunos de estos pedófilos han sido víctimas de abuso sexual o violación durante su infancia, resultaría muy simple tratar de psicoanalizar el problema del traumatismo sufrido (causa-efecto), aquí evidente, pero pronto se perdería el fondo de la realidad a la que queremos llegar desde el punto de vista del psicoanálisis.
Ahora bien, no está en juego solamente el acto infligido por el padre, tío, etcétera hacia pedófilo en su infancia sino también existe una suma de acontecimientos traumáticos cuyo impacto sobre el funcionamiento mental es preciso intentar medir desde una perspectiva metapsicológica.
La frecuencia de un traumatismo sexual en los antecedentes de un pedófilo o, en general, de un agresor sexual, es valorada de manera diversa. Afortunadamente no todos los que lamentablemente pasaron por un abuso sexual o violación, se hicieron por ello, agresores sexuales en su vida adulta. La estimación del carácter traumático de la agresión presenta dificultades; la edad del niño en el momento del trauma cumple un papel importante, lo mismo que la calidad del entorno (la posibilidad de hablar o no de esta agresión) así como la modalidad del ataque y el parentesco con el pertrechador.
Por otra parte, durante el psicoanálisis el pedófilo se puede quejar de que su progenitor no le transmitió su capacidad para ser padre; en otros términos, no hubo interiorización de la imago paterna, no hubo ninguna identificación elaborada. Y este es, precisamente, uno de los efectos del traumatismo: al hacerse presente en la realidad sexual del varón, el padre destruyó todo el proceso fantasmático que, en los confines del inconsciente, permite ir constituyéndose, al paso del desarrollo, el objeto interno que permitirá al hijo ser padre a su vez sin tener que copiar la imago paterna de referencia, si no sucede esto la creación será imposible. Desde ese momento, no es de extrañar que el sujeto nos diga que perdió sus recuerdos de infancia, a excepción de algunas escenas desprovistas de contenidos afectivos, además que fue condenado abruptamente del acceso a su sexualidad infantil. Por grave que haya sido ese traumatismo, hay otro muy importante constituido en la relación con la madre. Regularmente el pedófilo es muy reacio a hablar de la verdadera relación que tuvo con su progenitora en la infancia, dada la represión que lo mantiene mudo, por lo que tenemos de hecho muy pocas información sobre ello, pues esta evocación parece despertar una angustia tal que su consecuencia es una renegación tajante de reacciones de sensibilidad. La afirmación de una indiferencia total a su respecto es demasiado perentoria para ser exacta. Cabe señalar que en algunos casos la madre desaparece sea por motivos ajenos a ella, o simplemente porque abandono el hogar de manera voluntaria, o bien el niño se quedó huérfano. Pero la cosa no termina aquí, sin duda, esa desaparición definitiva o temporaria de la madre tiene un efecto de excitación para el infante. No hay de qué sorprenderse. A partir de “Inhibición, síntoma y angustia” (Sigmund Freud), sabemos que el estado de desamparo genera un incremento de excitación no manejable, que el sujeto siente que se desborda sin control alguno. Y el traumatismo fue cabalmente definido en “Más allá del principio de placer” (Sigmund Freud) como un cúmulo de excitación que supera las capacidades de ligazón del sujeto, determinando así una efracción del protector antiestímulo.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario