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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

sábado, 14 de enero de 2017

Más allá del dolor: Masoquismo extremo.

El contexto que teníamos del masoquismo cambió desde que Sigmund Freud introdujo un nuevo enfoque sobre la estructura psíquica. Atrás quedaron las nalgadas propinadas a nuestro partenaire como emblema del masoquismo, cuando comprendimos que el escenario perverso puede llegar a ser tan violento al punto de lo insoportable, excepto para el sujeto que se presta a ello de manera voluntaria.
En este sentido, el artículo de Michel de M'Uzan: “Un caso de masoquismo perverso”, constituye un hito debido a su exceso, la violencia y el dolor hacen que el masoquismo vuelva a ser más oscuro, en la medida en que Eros aquí parece no ser el único dios adorado por estos "esclavos del dolor". El artículo dice: “He leído acerca de una mujer que utilizo un martillo y un clavo para clavarlo en la punta del pene de un hombre sobre una tabla”. Me dije: 'No hay problema'. Hice lo mismo en casa, pero cometí un error. Primeramente golpeé el clavo una vez y entró. Pero, como yo quería sentir que realmente se clavara bien en la madera, lo golpeé de nuevo. Después golpeé con el martillo la punta de mi pene con todas mis fuerzas. Inmediatamente hubo hinchazón, se puso negro y realmente me asuste. Saqué el clavo de la tabla, pero todavía atravesaba mi pene, y supe entonces que iba a sangrar mucho, así que me metí en la bañera y saque el clavo. Había sangre por todos lados... La historia continúa, pero detengámonos aquí. ¿Debemos exclamar que esto es un acto de locura? No, porque Eros interviene aquí. Todos los pacientes entrevistados por Robert J. Stoller, aunque "locos por el dolor", dice: “nadie ama el dolor como tal, ni siquiera ellos mismos. Lo que aman, o más bien lo que necesitan , es ese dolor particular , ese dolor exquisito que pone en acción una escritura de la que son los autores. La fantasía está en el origen de la experiencia, y el orgasmo ocurre más a menudo después, no durante la escena de la tortura, pero sí en el momento de recordarla. La presencia de la fantasía marca el infantilismo de estas modalidades sexualmente perversas”.
¿Cuál podría entonces ser la fuente de un escenario tan violento?
Probablemente no hay una sola respuesta a esa pregunta, sino muchas. Stoller observa sin embargo una circunstancia recurrente en la infancia de los cuatro masoquistas serios que conoció, los más orientados hacia el dolor corporal: “Durante la niñez, todos estaban afligidos por enfermedades graves que les causaban gran sufrimiento, enfermedades imposibles de aliviar desde el inicio y que necesitaron intervenciones quirúrgicas. Por consiguiente, estos individuos se vieron obligados a permanecer confinados durante largos períodos sin ninguna posibilidad de expresar abierta y apropiadamente su frustración, su desesperación y su enojo.
"Una mujer sufría de un trastorno vertebral tan grave que el dolor involucrado le impidió sentarse durante días; asistir a la escuela era una tortura. Un hombre, que sufría en la infancia a causa de una fibrosis quística, fue sometido a una serie interminable de penetraciones médicas (inyecciones, incisiones, etcétera) que implicaron largas semanas de hospitalización.
Podría decirse que el paso de la obstinación médica a la barbarie masoquista, para este sujeto fue el más simple de los atajos y el más complejo de los desvíos. Para el infante es muy confuso interpretar la «violencia médica», a la que era el objeto, fue como una aterradora escena de seducción.
Eros necesita una buena dosis de genio para derivar de tanto dolor y odio algún margen de coexcitación libidinal que los sentidos podrían desplazar e invertir, y que la fantasía podría volver a escribirla a su manera. Sin embargo, desde la escena de la infancia hasta la escritura perversa se requiere un ligero desvío. Esta elaboración minimalista evoca las formas rudimentarias de repetición en la psicosis, pero como estos individuos no son psicóticos (sus vidas no muestran ningún rastro de ella), debemos buscar en otra parte. Es como si en ellos la perversión hubiera triunfado sobre el riesgo de la neurosis traumática, como si hubiera erotizado, incluso curado, esta neurosis.
La perversión repite el ataque corporal "real", conserva el ritmo apretado y monótono de la neurosis traumática, sin embargo, el hecho de que el dolor sea escenificado y sexualizado marca la distancia que el sujeto ha tomado.
La originalidad del artículo de Stoller radica principalmente en sus descripciones de las prácticas extremas y su reportaje, más que en sus argumentos, que siguen muy fieles al modelo de elaboración traumática adoptado por Sigmund Freud y más tarde por Sandor Ferenczi. En la obra de  Freud sobre el “juego de carrete de madera”, se encuentra además una breve observación que podría ser un preludio «inocente» del artículo de Stoller: "Si el médico observa la garganta de un niño o realiza una pequeña operación en él, puede estar seguro de que estas aterradoras experiencias serán el tema del próximo juego. Pero no debemos pasar por alto el hecho de que hay un rendimiento de placer”. Un breve comentario sobre eso, probablemente nunca ausente (incluso en el primer ejemplo citado) existe la combinación de efectos sádicos y masoquistas: la fijación de los ojos en el pene en el que se clava el clavo resulta en el olvido de la mano martillando el clavo.

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