Por paradójico que suene, pero sin embargo, resulta ser verdad: “En el fondo nunca sabemos lo que nos hace reír en un chiste”; uno de los trucos esenciales del humorista experimentado consiste en desviar la atención de los verdaderos motivos del efecto cómico.
Si analizamos los chistes llegamos a la extraña conclusión de que algunos de ellos no brillan ni por su contenido intelectual ni por la sintaxis utilizada y, sin embargo, nos causan mucha risa o incluso una estrepitosa carcajada. Examinándolos de cerca, resulta que son siempre bromas con una connotación generalmente sexual, o bien agresiva, escéptica o cínica.
Las bromas de sustrato sexual nos parecen tanto más divertidas cuanto menos dejen prever su contenido intelectual o su cualidad técnica.
Es acertado deducir —sobre el chiste— que todos tenemos tendencias latentes para contarlos, cargados intensamente de afectos, pero en su mayoría rechazadas en el inconsciente y de las que nuestro pensamiento consciente se aparta con desagrado o incluso con indignación, pero de vez en cuando aprovechan la ocasión para manifestarse en su forma primitiva; en el momento que el rigor de la censura psíquica se relaja momentáneamente.
En los chistes con sobreentendido, la técnica humorística sólo desempeña un papel de cebo, de condimento, siendo la principal satisfacción la suspensión provisional de la censura ética. Este alivio del humor puede resultar tan intenso que algunas bromas agresivas y sobre todo de contenido sexual pueden provocar el buen humor en una reunión.
Cuanto más bajo es el nivel cultural de la sociedad, más grosero debe ser el sustrato agresivo o sexual para alcanzar su objetivo. Pero incluso en la sociedad refinada se escuchan y se propalan con predilección chistes que no difieren en absoluto de las bromas groseras del vulgo, si responden a determinadas exigencias estéticas, si los sobreentendidos son sutiles y, sobre todo, si la broma consigue desorientar momentáneamente a la censura por su apariencia intelectual y moral.
El humorista profesional es por lo general un sujeto de carácter desequilibrado, nervioso, que se defiende de sus propias imperfecciones intelectuales y morales, de su propio infantilismo, desvelando su contenido para él y para los demás bajo la forma de un disfraz humorístico. No hay que extrañarse de que su propia broma no le haga reír, contentándose con el contagio de su buen humor hacia los demás. Pero tanto mayor es el placer del oyente a quien se ofrece como un regalo. Cabe señalar como anécdota que regularmente los sujetos que tienen como oficio "contar chistes", son depresivos. Este psicoanálisis es lo que nos dejó Sigmund Freud en su obra para reflexionar.
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