Ante la angustia exacerbada que padece el infante de quedar atrapado en la simbiosis narcisista madre-niño se produce una invocación al padre para que él se haga cargo de la demanda de la madre y esto produce lo que denominamos en psicoanálisis «castración imaginaria». Entonces el padre irrumpe en la escena estableciendo que él tiene el pene que satisface a la madre y, por lo tanto, que su presencia da cuenta de la falta de goce de la madre en relación con el niño.
Si el deseo de la mujer es el falo y ese deseo se colma con el hijo, el anhelo del hijo en este primer tiempo es el deseo de ser el falo que completa a su madre. De este modo, madre e hijo se completan en una relación narcisista, dual e imaginaria.
Para poder constituirse como sujeto de la historia, el niño debe desgarrarse de esta simbiosis narcisista que lo condena a la «falta de ser», es decir, a quedar atrapado con su libido narcisista hipotecada en la madre y sin poder disponer de ella para investir posteriormente a los objetos. Bajo esta condición «ideal» se impone la presencia de una instancia prohibidora, el padre, para que el niño no muera aplastado por el deseo de la madre.
La entrada del padre en escena va a romper, va a producir, como dice Jacques-Marie Émile Lacan: “un corte en el triángulo constituido por el niño, la madre y el falo”.
En el onanismo de la etapa fálica —a diferencia del oral y del anal que se caracterizaban por el placer de órgano— debe sucumbir ante la represión porque entra en conflicto con el Complejo de Edipo, ya que se encuentra impregnado de fantasías incestuosas y de amenazas de castración.
El padre —o alguien que subroga su función— irrumpe en la escena con la finalidad de que su presencia amenazadora se convierta en agente de una doble interdicción: “por un lado prohíbe al niño el incesto, impidiéndole continuar sosteniéndose bajo el fantasma narcisista de ser el falo que completa a la madre y, por otro lado, prohíbe a la madre reintegrar al niño como si fuese un producto de su exclusiva fabricación, bajo la fantasía de haberlo gestado para completarse”.
Esta irrupción del padre entre el madre-niño se le denomina en psicoanálisis «función de corte», introduciéndose en la teoría como el Complejo de Castración. Frente a la amenaza de castración, el niño entonces abandona a la madre en tanto objeto libidinal, para evitar el daño narcisista representado por la amenaza de pérdida del genital.
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