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"Si llega inadvertidamente a oídos de quienes no están capacitados ni destinados a recibirla, toda nuestra sabiduría ha de sonar a necedad y en ocasiones, a crimen, y así debe ser". Friedrich Wilhelm Nietzsche.

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martes, 31 de enero de 2017

La sexualidad en la mujer histérica.

Para la mujer histérica la sexualidad tiene una connotación sobrevalorada, que puede estar relacionado con experiencias sexuales tempranas, o en otras ocasiones traumáticas, donde el sexo pudo haber sido «negado» y «glorificado» simultáneamente.
En cuanto a la negación la sexualidad hizo que el sexo se sintiera perteneciente a un mundo idealizado, con el efecto de una alternancia entre: «tenerlo todo» y «no tener nada».
En el caso de la glorificación, la misma experiencia sexual traumática temprana que puso al sexo en primer plano, desencadena personajes misteriosos e inaccesibles, donde el horror y la fascinación se entrelazaban inextricablemente.
Por lo tanto las mujeres histéricas se preguntan continuamente qué clase de sexualidad tienen hacia ellas y qué carácter reconocible tiene para los demás.De esta duda surge la necesidad espasmódica de seducir, de gustar, de provocar una atracción total, como si en un vórtice extremo y abarcador, pudiera finalmente dar paz: “Si le gustó al hombre, me siento integrada, por lo tanto ahora si puedo concebirme completa, ser que realmente «soy», una mujer”. Este puede ser el lema de la histérica.
Pero en esta compulsión de seducir, de gustar, de desencadenar en el otro un deseo que abarca todo y es casi aniquilador, esconde —una vez alcanzado su objetivo— un deseo fundamental de sumergirse en una indiferencia total, que aplacaría finalmente la ansiedad de sentirte «cosificada» sexualmente. Con esto podemos comprender por qué la depresión proviene después: el rechazo del otro no se percibe como abandono sino como una reafirmación del hecho de que efectivamente “no es nadie”, que su sexualidad la siguen percibiendo los demás como indiferenciada: "¡Si no soy increíblemente atractiva para todos, dejo de sentirme lo que soy, una mujer!"; "Si no soy la sirena que atrae a todos los hombres en mi mar abisal, yo soy el que cae en el mismo abismo en el que quiero arrastrarlos".

La sexualidad en la histeria y en el fronterizo.

Cuando observamos bajo el psicoanálisis a sujetos con «trastorno fronterizo», el trauma recurrente que padecen puede ser descrito como «un ataque permanente a su propia existencia».
El sujeto fronterizo no cuestiona su sexualidad sino más bien la muerte misma.
El acto traumatizante no desestabiliza su sexualidad sino que provoca una sensación de completa impotencia, falta de defensa, de pasividad prolongada, insoportable y mortal.
Podemos imaginar la vida del sujeto fronterizo como un intento de soportar esta pasmosa pasividad, dándole la vuelta: “Si te ataco, me siento activo y vivo, la rabia me hace volver a la vida. Si no te ataco, me quedo en tu poder y puedes disponer de mí como quieras”.
Ahora bien, si en la base de la histeria se encuentra la profunda depresión de no ser sexualmente definida y por lo tanto de sentirse abandonada por el otro que no ha podido brindar un reconocimiento en este sentido, en la base de la existencia fronteriza hay un sentido angustioso y doloroso de sentirse en un proceso que abarca toda su vida: “Todo el mundo puede hacerme daño, todo el mundo me hizo daño, todo el mundo me hará daño”, la incertidumbre no existe, todo es únicamente afirmación. No es, pues, el autoengaño meticuloso del paranoico lo que percibe el fronterizo sino un sentimiento de persecución que se difunde permanentemente y que se identifica con su vida misma.
Por medio del psicoanálisis se intenta ayudar al histérico a dejar de mezclar la necesidad del amor con el deseo de cegar al otro con su luz. Lo que la histérica quiere no es sólo amor, sino el amor total y aniquilador de los que ha enceguecido, de los que ha encantado, de los que ha hipnotizado.
La sirena encantó a los marineros; Circe y Calypsos encantaron a Ulises; lo despersonalizaron en una fantasía de total absorción en su belleza.
El trabajo que aborda el psicoanálisis con la histérica es muy difícil porque tiene que comprender que debe renunciar al deseo de ese amor ciego que el otro pudiera satisfacer porque sencillamente no existe y en su lugar tiene que aceptar un amor que tiene límites y trampas: El amor como el río deben fluir, aunque haya obstáculos y rocas, no necesita estar permanentemente con su fuerza todo el tiempo.
Es una tarea difícil y larga, llena de trampas depresivas, pero esta es la verdadera cura para la histérica.
Pero en el sujeto fronterizo, el problema es diferente.
La rabia que acompaña a la pasividad se entremezcla con la frustración, para ocupar el mundo entero. Esta ira furiosa y desesperada no se percibe como rabia, sino como ansiedad, inquietud, angustia.
Aquí, la terapia implica tratar de poner límites a esta tendencia hacia la universalización. Por lo tanto, la historia del sujeto fronterizo es importante: no sólo lo que respecta a su pasado, sino también al presente.
No hay duda de que la histeria y el fronterizo se superponen en algunas áreas. Si ambas están conectados con experiencias traumáticas; sexuales en el caso de la histérica, y vitales en el caso del fronterizo, no hay duda de que en algunos casos el trauma sexual puede ser experimentado como un ataque a la vida misma, a su existencia. Viceversa, el ataque a la vida psíquica, que caracteriza el trauma en el sujeto fronterizo, puede ser erotizado y por lo tanto tocar vastas áreas de la vida sexual para que la duda sobre la propia sexualidad pueda percibirse como capaz de cuestionar toda la vida entera.
Nuestra sugerencia básica es considerar a la destrucción (odio y rabia) que hemos descrito podría ayudar al psicoanalista a comprender el núcleo del trastorno y actuar en consecuencia, obviamente en función a la historia individual de su paciente.

lunes, 30 de enero de 2017

La adicción y la relación temprana madre-hijo.

El origen de la adicción en respuesta a la solución inmediata del mundo interno y externo, como un estado de absoluta dependencia se localiza en el vínculo temprano madre-hijo (recién nacido).
La motilidad, estallidos emocionales, inteligencia, sensualidad y zonas erógenas del infante sólo se desarrollan y adquieren significado de acuerdo a la cantidad de estimulación o inhibición que la madre otorga a su vástago desde que nace hasta sus primeros años de vida.
En este inicial vínculo cada uno es objeto de gratificación para el otro. Al mismo tiempo, las bases fundamentales de la identidad de género sexual y la subjetividad, se están comenzando a articular en su estructura psíquica.
De este modo la relación temprana madre-hijo puede ser decisiva con respecto a determinados patrones de funcionamiento psíquico: “Una madre «suficientemente buena» en el sentido winnicottiano del término, normalmente tiende a fusionarse con su bebé en lo que Donald Woods Winnicott llama «la preocupación materna temprana» pero también señala que, en el caso de que esta unión fusional se continúe más allá del período normal de las primeras semanas de vida, se crea para el infante una situación patológica y persecutoria”.
Una madre por lo tanto es potencialmente capaz, debido a sus propias ansiedades, miedos y deseos inconscientes de instalar, a través de sus cuidados, lo que se puede conceptualizar como una «relación adictiva a su presencia» por las funciones maternales correspondientes.
Frente a tal eventualidad existe el potencial riesgo de que el niño pequeño fracase en establecer en su mundo interno, la representación de la instancia del cuidado maternal (y mas tarde paternal) con funciones que incluyen la capacidad para contener y poder manejarse con estados afectivos de dolor psíquico, o displacer, o de sobreexcitación.
El niño se ve entonces privado de la posibilidad de identificarse con dichas representaciones internas que le permitan autocalmarse en momentos de tensión interna o externa.
Este mismo lazo compulsivo entre madre-infante, quizás pueda también afectar la fase madurativa del desarrollo del fenómeno transicional (es decir actividades y objetos transicionales) según la conceptualización de Winnicott.
Habrá entonces, de parte del vástago una tendencia al miedo al desarrollar sus propios recursos psíquicos, y a instalar modos psicológicos particulares de enfrentarse con la excitación o el dolor.
El desarrollo de la “capacidad para estar sólo en presencia de la madre” (Winnicott) puede ser puesto en peligro, es así que la presencia de la madre es constantemente requerida para enfrentar cualquier experiencia afectiva, tanto aquella que surja desde el medio psíquico interno, como desde las circunstancias externas.
Ahora bien, hay que subrayar la importante influencia paterna sobre la estructuración temprana de la psiquis del niño.
«Primeramente se debe tener en cuenta el rol que el padre juega en la vida emocional de la madre. Probablemente la mejor garantía que tenga el hijo para desarrollar su propia capacidad para cuidarse, la logre a través de una pareja parental que se ame y desee mutuamente de manera que el hijo no se transforme en una extensión narcisística de la madre ni en un reemplazo libidinal del padre».
Del mismo modo la contribución paterna al discurso familiar sobre sexualidad, relaciones amorosas y vínculos sociales en general va a quedar sellada en la mente en desarrollo del niño desde su nacimiento.
Más tarde, en el curso de la vida, el intento de solución ante la falta de introyección de las funciones materna y paterna, se buscará inevitablemente en el mundo externo, al igual que en la temprana infancia. Es así como las drogas, la comida, el alcohol, el tabaco, los fármacos, etcétera pasan a ser investidos como objetos que intentan cubrir una función maternal que el individuo no puede asegurar a su propio Self. A menudo se agrega a esto una relación de tipo provocativo con una fuerza externa dotada de significado paterno, esto es la Ley Paterna tal como la plantea el psicoanálisis.
La elección del objeto de la adicción es rara vez obra de la casualidad. Cada objeto tiende a corresponder no sólo a una fase del desarrollo en la cual hubo un fracaso del proceso introyectivo en la infancia, sino que también tiene un significado en términos del “estado ideal” que el sujeto aspira a lograr: completitud, licuefacción, exaltación, eliminación del sentimiento de muerte interna, etcétera. Se espera inconscientemente que el «objeto de la adicción» reemplace, o repare, o mantenga la sensación del objeto faltante o dañado en el mundo interno del sujeto

Todos somos adictos.

Todos recurren a comportamientos de tipo adictivo cuando ciertos eventos en la vida interna o en el mundo circundante, crean una situación de dolor, ansiedad o angustia inusual que sobrepasa los mecanismos de defensa habituales para enfrentar el displacer: en tales circunstancias es factible que cualquiera llegue a «abusar» de ver televisión, comer, beber, fumar, usar fármacos, ingerir drogas o incluso pasar muchas horas en Facebook, entre muchas otras cosas más, todo con la única finalidad de olvidarse momentáneamente de la tensión psíquica; o bien se puede llegar incluso a utilizar relaciones sexuales transitorias (aventuras), que la mujer tiende regularmente a reflexionar pasado el evento y preguntarse: ¿por qué lo hice? Si ni siquiera era de mi total agrado.
Podríamos decir entonces que esta forma particular de solucionar un conflicto o un dolor psíquico, sólo se torna en un «síntoma» cuando aparece como la «sola y única» manera de enfrentar el dolor mental o el displacer.
Suele ser bastante común que cuando se le pregunta el sujeto alcohólico y toxicómano por qué motivo abusa de las sustancias, responda: “El problema con mi adicción realmente sucede cuando no estoy seguro si me encuentro deprimido, ansioso, angustiado, feliz, nostálgico, excitado sexualmente... y es en ese preciso momento es cuando empiezo a drogarme. En una palabra mi estado anímico lo siento siempre ambiguo y difuso. ¡Ni siquiera se lo que deseo!”.
En algunos otros casos se llega a abusar de la sustancia psicoactiva con la finalidad de disuadirse de la ansiedad o angustia, es como si se usará un paliativo para reemplazar el displacer que nos causa el conflicto psíquico, con eso se suplanta, escapa o aniquila una parte del mundo interno, es decir una experiencia afectiva, obviamente dolorosa.

La perversión en la identidad de género.

Las investigaciones de Robert Jesse Stoller se centraron en los trastornos de la identidad de género, el transexualismo, el travestismo y las perversiones. Este autor sostiene que siempre hay un trauma en la historia del sujeto que presenta algún tipo de perversión, pero este trauma no es simplemente, como sugiere Sigmund Freud, la exposición a la realidad de la diferencia sexual genital sino el trauma tiene su origen en el ataque contra la sexualidad del niño en desarrollo; o bien el patológico vínculo madre-hijo y en consecuencia el conflicto para la separación-individuación de la progenitora y el infante; en esa misma postura describe a niños de género biológico inequívoco siendo vestidos o criados como miembros del sexo opuesto por los padres o educadores, además de ser ridiculizados e intimidados en relación con su identidad de género: ¡Eres un marica por llorar! ¡Los niños no lloran!...
Después de los traumas padecidos de forma «reiterada» durante la infancia, el sujeto siendo adulto comete el acto perverso como si este fuera una acción de venganza retrospectiva contra lo ocurrido en sus primeros años de vida
Desde el psicoanálisis podemos observar que el hombre transvestido se viste para obtener una excitación sexual, pero asimismo parece que quisiera imitar y convertirse en una mujer desde una posición caricaturesca, como si para el transvestido fuera la feminidad una simple parodia, como un gracioso juego de niños. De esta manera niega su masculinidad y asume la identidad de una mujer. Sin embargo, se trata de una recreación en la que se reescribe la historia: esta vez el hombre no queda como la víctima humillada, sino que a través de la sexualización transforma el trauma para culminarlo en un placer a su modo, que significa un triunfo manifiesto. Así, la víctima-niño se convierte en vencedor-adulto, el trauma se convierte en triunfo y el sufrimiento pasivo se convierte en venganza activa, generalmente en fantasía, pero a veces se promulga. Esto resuena con la idea de Sigmund Freud de que el fetiche permite al sujeto escapar por medio de la renegación de intolerables ansiedades de castración a una posición de control y triunfo.
Podríamos también añadir que el acto perverso sirve como una especie de repromulgación aparente de un pasado traumático; el sujeto intenta repetir lo que se le ha hecho en su infancia, pero no exactamente como fue, sino como quedó plasmado (de manera deformada obviamente), razón posiblemente por la cual el acto es compulsivo, en un intento de integrarlo a su consciencia (simbolizarlo).
Tal vez la acción de eyacular represente inconscientemente para el sujeto normal, lo que podemos ver en el ritual de Cross-Dressing en el cuál se esconde el secreto de la masculinidad del hombre, pero al final del ritual se masturba y eyacula, reafirmando su masculinidad y triunfando mentalmente sobre quienes lo han humillado o denigrado, mientras que para el perverso la eyaculación tendría una connotación de desvalorización.

La adicción.

Cualquier forma de adicción está cargada con una cantidad considerable de compulsividad. Es evidente que una falla en el funcionamiento psíquico y en el mundo representacional interno no puede ser reparada por sustancias u objetos encontrados en el mundo externo; en otras palabras, la búsqueda de solución en la adicción es un intento infantil de autocuración, frente a la amenaza de estados psíquicos alterados.
Los sujetos cuya economía psíquica funciona predominantemente bajo este modelo, deben recurrir incesantemente a sus actividades de adicción. El alcance de la compulsión y su severidad o de otro modo su proclividad a la adicción, dependerá de los peligros de que deberá defenderse; en otras palabras, de la naturaleza de los estados de dolor psíquico provenientes del Ello que deberán ser dispersados o eludidos mediante la persecución del objeto de la adicción a cargo del Yo.
Estos estados psíquicos entran en tres categorías y determinarán la cantidad de “trabajo” que se espera que la adicción solucione apremiantemente.
Primeramente un intento por resguardarse de las ansiedades neuróticas (conflictos referentes a los derechos que se tiene como adulto: relaciones sexuales y sentimentales; obtener un placer narcisista en el trabajo y en las relaciones sociales).
Posteriormente un intento de combatir los estados severos de ansiedad (frecuentemente de naturaleza paranoide) o bien, de depresión (acompañada de sentimientos de muerte interna).
Y por último, en muchos casos, la huida de ansiedades psicóticas (tales como el miedo a la fragmentación física y psíquica).
Por debajo de cada uno de esos estados de dolor psíquico subyace un terror globalizado a enfrentar un vacío en el cual el sentimiento de identidad subjetiva está en peligro.
Con el descubrimiento del objeto de la adicción el sujeto sabe exactamente lo que debe hacer en todas las situaciones en las que la emoción lo sobrepasa. Es así que el sujeto angustiado está convencido de que nunca más sufrirá la sensación de total abandono en los brazos de otro. Nunca más tendrá que enfrentar una angustia sin palabras, ya que esta será inmediatamente descargada o limpiada a través del acto adictivo. Además el sujeto tendrá la impresión de estar ejerciendo un control omnipotente sobre el objeto de sustitución. Nunca más le faltará este «objeto» en la medida de lo posible.
El rol del desafío en la adicción como solución, además de dispersar el dolor psíquico, la conducta adictiva representa un intento de saldar cuentas con los objetos parentales del pasado. Invariablemente comprende un triple desafío:
«Desafío al objeto materno internalizado, experimentado como habiéndole fallado al sujeto, siendo ahora la función materna delegada al sustituto adictivo: "Nunca más volverás a escapar. Ahora tengo el control sobre ti"»
«Desafío al objeto paterno internalizado experimentado como habiendo fracasado en su función paterna, actitud desafiante que es a menudo proyectada a la sociedad entera en actividades antisociales: "No me importa lo que los demás piensen de mi conducta. Al diablo con "todos ustedes"».
«Finalmente existe, inevitablemente, un cierto desafío a la muerte. Esta puede adquirir dos formas, o bien: "A mi nada me puede afectar. La muerte es para los otros". Y por el otro lado, cuando el sentimiento de omnipotencia cede el paso a un sentimiento de muerte interna: "¿...que mi conducta adictiva podría causarme la muerte? Ya no me importa nada, ni siquiera mi vida»".
En cuanto a las adicciones, la labor psicoanalítica debe dirigirse, entre otras cosas, hacia la posibilidad de revelar y elaborar aquellos estados emocionales primitivos, infiltrados con sadismo oral y anal.
La solución ilusoria que proporciona la adicción es la huida de los miedos neuróticos, psicóticos y fóbicos. Se debe agregar a esto el concepto de los estados alexitímicos*, ya que uno de los más grandes obstáculos en el tratamiento de problemas de adicción es la «falta de tolerancia afectiva».
La economía narcisista es igualmente frágil, y por lo tanto la solución en la adicción tiene un doble propósito narcisistico:
a.- La reparación de la dañada imagen del Self.
b.- Mantenimiento del control omnipotente a través de la facilidad de recurrir al objeto de la adicción.
«Ante la aparición de impulsos suicidas» el tratamiento psicoanalítico puede resultar en algunos sujetos y en algunas circunstancias inapropiado, por lo cual se recomienda la asistencia de organizaciones tales como “Alcohólicos Anónimos”, “Drogadictos Anónimos” o similares que pueden concretamente reemplazar la falta de la dimensión paterna con la forma de algún cuidado comunitario consistente que los sujetos estén en constantes relaciones intersubjetivas, esto con la finalidad que el Yo del adicto sienta apoyo y sostén para su mejor integración, ya que muchos sujetos no pueden soportar las frustraciones inherentes a la relación psicoanalítica (Transferencia y Contratrasferencia). Finalmente, debemos reconocer que las adicciones sexuales son un intento de reparar el psiquismo dañado de la imagen distorsionada de la identidad de género y el rol como ser sexual.

* La alexitimia designa la incapacidad de hacer corresponder las palabras con las emociones.
Las manifestaciones alexitímicas nucleares son cuatro:
1.- Incapacidad para expresar verbalmente las emociones o los sentimientos.
2.- Limitación de la vida imaginaria.
3.- Tendencia a recurrir a la acción para evitar y solucionar los conflictos.
4.- Descripción detallada de los hechos, de los síntomas físicos, actividad del pensamiento orientada hacia preocupaciones concretas.
La alexitimia tiene como factor central un problema de la función simbólica, es decir, la incapacidad para expresar la dimensión inconsciente en palabras, ensueños y fantasías. Por estas características, es solamente a través de la somatización ( la somatización es una afección crónica en la cual el sujeto presenta síntomas físicos que involucran más de una parte del cuerpo, pero no se puede encontrar ninguna causa física sino más bien su origen es mental; sin embargo, el dolor y otros síntomas que las personas experimentan son reales y no son creados ni simulados) que el sujeto denuncia, o bien enuncia y puede dejar aparecer su estado emocional.

domingo, 29 de enero de 2017

Las disputas en Facebook y la adicción.

Generalmente las personas creen que la adicción está limitada a sustancias como el alcohol, cocaína, fármacos, marihuana, etcétera, pero también es cierto que puede servir a este propósito cosas tales como el sexo, la masturbación, la comida, el ejercicio —por mencionar sólo algunas— que se presentan en forma desmedida.
En este orden de ideas, observamos a través del psicoanálisis como el sujeto utiliza el vínculo con otras personas como un método para eliminar sus tensiones, con lo cual surge la necesidad de apoyarse o fusionarse con otro para aliviar sus estados afectivos dolorosos, por lo tanto podemos señalar entonces que las adicciones tienen el mismo propósito en común: “eliminar la tensión psíquica, o displacer el que se presenta”.
Es también sorprendente observar aquellos sujetos que sienten una necesidad imperiosa de buscar constantemente discusiones de cualquier índole con otras personas. Esto se denota ahora con bastante frecuencia en las redes sociales, donde leemos al usuario que contradice casi todas las publicaciones sin argumento alguno por la sencilla razón de carecer de los conocimientos sobre el tema, a estos cibernautas se les puede leer criticando desde el psicoanálisis hasta la física cuántica pasando por la farmacognosia, sin tapujo alguno; muchas veces se apoyan de Internet para buscar una opinión divergente a la publicación, «copian y pegan» con la finalidad de sentirse victoriosos. Ahora bien, estos sujetos frecuentemente esconden una posición paranoide (recordemos que la paranoia es una homosexualidad deformada)* y con sus acciones logran descargar levemente su tensión psíquica, manteniendo así controlada la ansiedad persecutoria.
El intento constante de eliminar «perseguidores internos» nos puede llevar a incluir a los sujetos que padecen insomnio en la categoría de los adictos, ya que también ellos están siempre a la búsqueda meticulosa de aquel ruido, ocupación o circunstancia externa, que responsabilizan directamente por mantenerlos despiertos.
Este tipo de vínculos que demandan dependencia, intercambio agresivo o contacto sexual compulsivo (en el que la personalidad del partenaire es a veces relativamente indiferente) puede adecuarse a las funciones de adicción descriptas más arriba, es decir para la dispersión de afectos y el uso de sustancias o personas como sustituto de «objetos parentales internos dañados o incluso faltantes».
*Sandor Ferenczi.

sábado, 28 de enero de 2017

Los sujetos perversos.

Cuando el psicoanálisis utiliza el término "perversión" desafortunadamente el lego tiene prejuicios morales por seguir usando esta palabra. En las demás ciencias que se dedican al estudio de la salud mental, muchos profesionales han rechazado este término en favor del término «parafilia» por tener una connotación neutral, pues no altera el estado anímico cuando se pronuncia. Pero si seguimos en esta línea tendríamos que suplantar muchas otras palabras que causan el mismo efecto, pedofilia, defecar, orinar, violar, etcétera, algo que resulta ser realmente estulto.
Para Sigmund Freud fue el instinto sexual lo que se pervertió del objetivo de la relación sexual y el objeto de una pareja heterosexual. También agrega que las perversiones son actividades sexuales que “se extienden, en un sentido anatómico, más allá de las regiones del cuerpo destinadas a la unión sexual” o “se detienen en las relaciones intermedias con el objeto sexual que normalmente deberían atravesar rápidamente en el camino hacia el objetivo sexual final”.
Ahora bien, el lego, el obcecado y el moralista consideran que estas desviaciones del objetivo y del objeto están presentes en todos los sujetos, por lo tanto esto sería común en todos los seres humanos y en consecuencia nadie debería ser «tachado» de perverso por estos comportamientos. Pero Sigmund Freud agrega más adelante: “Al parecer, ninguna persona sana puede dejar de hacer una adición que podría llamarse perversa al objetivo sexual normal, y la universalidad de este hallazgo es en sí misma suficiente para mostrar cuán inapropiado es usar la palabra perversión como término de «reproche»". Para el psicoanálisis estas acciones "perversas" son aceptables siempre y cuando representen sólo los juegos previos al coito. Pero si los comportamientos se convierten en la fuente exclusiva del placer, o tienen las características de una fijación, o resultan ser extremas (requeridas por el sujeto para superar reacciones normales de vergüenza, horror, disgusto o dolor) entonces nos encontramos ante la Estructura Perversa que realmente es un grave problema de salud mental.
La Estructura Neurótica también presenta «rasgos perversos», pero para el psicoanálisis esta organización es la más apta para adecuarse a la realidad. Podemos nada más agregar que el neurótico ingenuamente «intenta ser perverso» porque se siente tentado hacerlo, pero para su buena suerte jamás logrará ser un «auténtico perverso» por la sencilla razón que el sujeto no pude pasar de una estructura a otra, su organización psíquica es inmutable, psicoanalíticamente hablando.

El pasado se puede cambiar.

“La vida solo puede ser comprendida hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia delante”. Søren Aabye Kierkegaard.

Nuestra primera impresión sobre el «pasado» es que no podemos cambiarlo, pero ¿por qué motivo creemos eso? Porque volteamos al pasado y lo observamos invariablemente desde el mismo ángulo, siempre vemos la misma cara de la moneda, cuando en realidad el pasado tiene múltiples facetas.
Lo que nos a enseñado el psicoanálisis cuando surge la «transferencia» y la «contratrasferencia» por breves momentos, es que a partir del presente podemos mirar el pasado desde una diferente posición y en consecuencia cambia necesariamente nuestra perspectiva.
La definición que nos proporciona el diccionario de la palabra “perspectiva” es: «mirar a través de» esto lo podemos interpretar en: «mirar a través del psicoanalista». Y la otra definición es: «observar atentamente» que lo podemos deducir en: «observar atentamente nuestra introspección retrospectiva».
Ahora bien, esto no significa que el presente se enriquezca con recuerdos del pasado sino más bien el pasado se enriquece —y en consecuencia cambia— con las nuevas perspectivas que vamos construyendo en el presente. Ian-Moh@rt.

viernes, 27 de enero de 2017

El silencio después del incesto.

Cuando ocurre el incesto regularmente la víctima y sobre todo la familia guarda silencio sobre el lamentable incidente; a primera vista la mayoría de las personas pensarían que no se habla sobre la violación por razones de vergüenza, o por tratarse de un hecho repugnante que se desea olvidar inmediatamente para borrar el dolor que representa.
Ahora bien ¿por qué razón en otros hechos perniciosos, como un accidente, una defunción, un secuestro, una enfermedad, etcétera la familia aborda el tema libremente, e incluso desea conocer los mínimos detalles del acontecimiento, mientras que en el incesto se calla rotundamente?
Desde el psicoanálisis podemos dar una respuesta a ese silencio sepulcral que guardan los sujetos respecto al incesto, primeramente debemos señalar que existe una reacción de enojo o rabia hacia al agresor sexual con deseos de tomar justicia por propia mano y propinarle con un castigo cruel por la barbarie cometida. Pero ¿cuál es la razón de tomar esta actitud?
En la mente del sujeto se desatan deseos profundamente reprimidos en contra del culpable porque esa misma acción de violar la poseen todos seres humanos de manera latente, sigilosa, inconsciente, motivo por el cual el sujeto se horroriza o se asombra porque le resulta también muy difícil dominar «su deseo de violar»; por eso evita al culpable con horror, el espanto surge porque conlleva un miedo inconsciente a contagiarse y tener en consecuencia al mismo fin. El incesto se ha transformado entonces en un tema tabú, si la familia osara hablar abiertamente sobre el incesto sería tomado por estos como una incitación directa a ponerla nuevamente en práctica, por eso nadie se atreve abrir el tema a discusión, conocer los pormenores... Por otro lado el sentimiento de culpabilidad que guarda el violador y la sumisión voluntaria al castigo es generalmente aceptada. Difícilmente puede dejar de actuar el violador aunque las leyes se vuelvan más estrictas y las penas más grandes, el castigo no mermará las perversiones, sino simplemente la disposición legal surge para proteger a la sociedad. Indiscutiblemente el castigo legal no es sólo una institución práctica para defensa de la sociedad, o una medida que trata de enmendar al culpable y que se realiza a título de ejemplaridad, sino que satisface también nuestro lado oscuro, el deseo abierto o disimulado de ser crueles y sobre todo vengativos y despiadados, de esos sentimientos también están constituidos todos los humanos.

En la sobreprotección y la amabilidad exorbitante subyace inconscientemente el ánimo de ser crueles.

El psicoanálisis indica que la neurosis obsesiva se caracteriza por toda una serie de prohibiciones supersticiosas cuya violación supone la realización de actos propiciatorios obsesivos muy diversos, estos pueden ir desde evitar caminar por debajo de una escalera, pasar un salero de mano a mano y cosas por el estilo.
Además los obsesivos viven en el constante temor de perjudicar a su prójimo; para evitarlo, tratan ansiosamente de no tocar lo que haya podido estar en relación con un objeto que tenga que ver, aunque sea indirectamenie, con la persona a quien se refiere su angustia morbosa. Si, a pesar de todo, es inevitable el contacto con tal objeto, el neurótico obsesivo se ve obligado a lavarse durante horas enteras, a mantener pensamientos tortuosos, a sacrificar parte de su libertad y de su fortuna para recuperar su paz anímica.
Sigmund Freud ha descubierto mediante el psicoanálisis que estos sujetos alientan en su inconsciente cierta animosidad ligada a una tendencia a la crueldad precisamente contra esos «seres amados superprotegidos», que se preocupan por ellos de manera excesiva y que su horror a los objetos en relación con estos seres armados se debe a que bastaría una sola palabra o una mínima acción para despertar el feroz odio latente. He ahí el cambio de humor repentino.

El fetichismo (Segunda Parte).

En el psicoanálisis vemos a sujetos que el sólo hecho de observar una “parte prohibida” del cuerpo de su pareja puede llevar por un lado a una relativa disminución del apetito sexual, y por el otro lado a sensibilizar las demás cualidades sensoriales. El hacer predominar una cualidad sensorial en detrimento de las otras se debe en muchos casos a que precisamente las cualidades relegadas fueron objeto de represión, por estar asociadas a emociones o acciones que se prohibieron durante la infancia por los padres o educadores, de manera directa o indirectamente, mismas que dejaron un trauma profundo en el sujeto; un ejemplo común de esto, es evitar el fellatio o cunnilingus por razones de olor y sabor que pueden sentir al practicarlo.
Ahora bien, el amante «normal» ve a su objeto con gusto, el contacto le causa placer, los besos le agradan, el olor específico de su pareja le encanta, las caricias le estimulan y su voz tiene para él un sonido maravilloso, en una palabra, ama con los cinco sentidos. Y si somos aún más profundos a éste respecto, podríamos decir que en toda relación amorosa madura, el intercambio sexual resulta ser inoloro e insaboro porque jamás le causa repugnancia el contacto intimo con su partenaire.
Hay que señalar enfáticamente, para no desvirtuar la naturaleza del fetichismo, que todo ser humano tiende a ser fetichista; es decir, si alguien le gustan las mujeres con senos exuberantes y sólo busca mujeres de ese tipo, no por ello es fetichista, ya que esto representa una de las innumerables variantes sexuales que existen. El fetichismo «normal» facilita la posesión de la mujer e incluso intensifica la libido, otorgando mayor predilección a determinadas zonas erógenas que hacen más valiosa la posesión de la mujer; pero por el contrario, el fetichista patológico percibe como una apremiante necesidad el fetiche para llegar al coito; catalogándolo como un factor principal; con el fetiche «suplanta» a la mujer, y por consiguiente la desvaloriza en todo momento, de manera consciente o inconsciente.
El fetichista patológico por lo regular tiene como fetiche una zona que le corresponde de igual manera a la propia, por decirlo de alguna manera, les fascina en el otro lo que les encanta en si mismos, obtienen la libido únicamente en aquellas zonas cuya excitación produce la libido en ellos también.
Generalmente los fetichistas patológicos tienen múltiples parejas, incluso pueden llegar a la promiscuidad, y con ello expresan un “Donjuanismo” o al menos se encuentra latente en ellos, aunque esto los lleve a estar en pugna con su moral.
El fetichista es un “Don Juan”, o tiene al menos los secretos íntimos de serlo, en lugar de conquistar mujeres puede optar por coleccionar artículos: ropa interior, cabellos, fotografías, videos, etcétera. Pero con el tiempo el objeto del fetiche pierde su fuerza e interés, y entonces busca ávidamente otros o artículos para volver —después de algún tiempo— al primero, como hace el Sultán con su harén, donde siempre tiene una favorita.
En todos los casos de fetichismo patológico parece regir la fidelidad a la zona corporal o a la prenda, y esta se expresa en el momento de la relación sexual, donde la masturbación se hace manifiesta en la fricción constante y permanente con esa parte erógena de su devoción, evitando casi de manera completa el coito, entonces la fantasía que conlleva el fetiche obtiene el goce anhelado, y en consecuencia el contacto intersubjetivo con la mujer ha sido sustituido.
El goce para el fetichista patológico puede sobrevenir también mediante el agotamiento de la masturbación, misma que puede incurrir muchas veces en un solo día porque la necesidad de repetir el acto onanista delata la ausencia de satisfacción con la pareja.
Es notable el impulso exhibicionista que sienten los fetichistas patológicos, encontrando en el estímulo de la masturbación en público, la enunciación de sus secretos. Todos estos sujetos sufren bajo la fuerza efervescente del secreto, escondiéndose con mucha timidez y viviendo en su mundo de fantasía, pero al mismo tiempo, otra fuerza los empuja a delatarse, a contar su secreto a todo el mundo.
Los actos impulsivos que realizan estos sujetos, es en una especie de estado crepuscular; suelen ser soñadores diurnos que borran los límites entre la realidad y la fantasía.
Por lo general los fetichistas patológicos llegan a tener una fijación desde su infancia con su naciente sexualidad, esto significa que los primeros acercamientos sexuales pueden contener un preponderante significado en su vida adulta para alcanzar el orgasmo. Esto lo podemos denotar fácilmente con los efectos que trae aparejado el consumo de bebidas embriagantes, cuando se destruye las inhibiciones y en consecuencia se liberan nuevamente los impulsos infantiles dejados tiempo atrás, con la apremiante tendencia a retornar al pasado por algún deseo no realizado, o con el afán de revivir alguna escena erótica vista por accidente entre sus familiares o del círculo social más allegado.
Estos sujetos oculta sus genuinas tendencias y las causas de su simbolismo sexual, aunque claman por su curación y prometen no volverlo a hacer más, en verdad no es así, fingen ese deseo de curación por cuestiones morales y sociables. Pero en el fondo están fijamente apegados a su fetiche y al símbolo que este representa que les proporciona ese exquisito goce, y cuando intentan realmente curarse puede llegar al extremo paradójico de convertirse en castos.

jueves, 26 de enero de 2017

El fetichismo (Primera Parte).

La forma en que se desenvuelve la vida sexual adulta está determinada por un componente fetichista, con esto el sujeto le brinda preferencia a ciertas peculiaridades del partenaire, pudiendo llegar hasta el extremo que sea la «condición indispensable» para la consagración sexual; por lo que una prenda de vestir, el pie, la boca, los senos, las caderas, los ojos, la voz, el aroma y otras partes del cuerpo se pueden convertir en fetiches.
Ahora bien, estos fetiches se pueden volver patológicos, cuando relegan la totalidad del objeto amoroso; por ejemplo el caso del hombre que necesita que su partenaire use «forzosamente» liguero para tener la virilidad correspondiente, mientras que la posesión carnal es para él, algo completamente secundario, y puede incluso sentir molestia por su pareja inmediatamente concluido el coito, esto representa inconscientemente la huida ante la mujer (angustia de castración) y afrontar directamente su rol masculino.
El fetichismo patológico siempre conlleva una desvalorización de la mujer, cualquiera que sea la causa. Surge también como un afán de hacer innecesaria a la pareja. El fetiche representa para el sujeto un atributo por el cual es atraído sexualmente hacia el partenaire, debe por lo tanto cumplir esa condición para que la relación sexual puede entonces realizarse. Además busca cualidades determinadas en su compañera y encuentra su satisfacción en la zona fetiche; esto puede interpretarse en la eyaculación «reiterada» en ciertas partes del cuerpo, que podría ser los senos, o las nalgas, etcétera; o bien puede ser un «requisito indispensable» cierta posición erótica para alcanzar el clímax, por mencionar sólo algunos.
Todos los seres humanos tienen inclinaciones fetichistas pero estas no desempeñan, ni mucho menos, el mismo papel que tienen para el «fetichista patológico» porque en el sujeto «normal» los fetiches son únicamente un «accesorio» que pueden incluso alternarse para llevar a cabo el coito, o bien puede prescindir de ellos por largo tiempo, sin que afecte su desempeño sexual.
El fetiche tiene el propósito —a nivel inconsciente— de disminuir la angustia de castración, ya que el fetiche mantiene ocupado —por decirlo de alguna manera— al sujeto para que pase desapercibido que la mujer está castrada (Complejo de Castración).
El fetichista patológico puede presentar casos de impotencia o eyaculación precoz o retardada si no se cumple con el requisito de su fetiche, síntomas que generalmente encubre una homosexualidad latente. Aquí podemos advertir al hombre que solamente puede eyacular cuando practica la posición sexual «a tergo» con su pareja con la finalidad de evitar una confrontación visual directa con ella.
Hay que destacar en el sujeto fetichista, que la concentración del interés sexual sobre una determinada parte del cuerpo o prenda, generalmente no tiene ninguna relación directa con los genitales, ya que estos únicamente se fijan en una parte del cuerpo o alguna prenda, que realmente representa el objetivo de su satisfacción sexual, manifestándose regularmente en la manipulación o fricción de esa parte específica del cuerpo, ropa, accesorio... que sirve de fetiche para alcanzar el orgasmo. «Del fetichismo patológico vemos desprenderse dos síntomas significativos, primeramente se elige al fetiche que guarda sólo una relación lejana con el sexo, o que no ostenta relación alguna con él, y luego se «soporta» el coito con la ayuda de éste fetiche. En el fondo, hay que tomar en cuenta, que el hombre no siente tanta molestia por su sexualidad patológica, sino más bien sufre en el momento que la pone en práctica con su pareja.

miércoles, 25 de enero de 2017

El Complejo de Castración, anotación.

Ante la angustia exacerbada que padece el infante de quedar atrapado en la simbiosis narcisista madre-niño se produce una invocación al padre para que él se haga cargo de la demanda de la madre y esto produce lo que denominamos en psicoanálisis «castración imaginaria». Entonces el padre irrumpe en la escena estableciendo que él tiene el pene que satisface a la madre y, por lo tanto, que su presencia da cuenta de la falta de goce de la madre en relación con el niño.
Si el deseo de la mujer es el falo y ese deseo se colma con el hijo, el anhelo del hijo en este primer tiempo es el deseo de ser el falo que completa a su madre. De este modo, madre e hijo se completan en una relación narcisista, dual e imaginaria.
Para poder constituirse como sujeto de la historia, el niño debe desgarrarse de esta simbiosis narcisista que lo condena a la «falta de ser», es decir, a quedar atrapado con su libido narcisista hipotecada en la madre y sin poder disponer de ella para investir posteriormente a los objetos. Bajo esta condición «ideal» se impone la presencia de una instancia prohibidora, el padre, para que el niño no muera aplastado por el deseo de la madre.
La entrada del padre en escena va a romper, va a producir, como dice Jacques-Marie Émile Lacan: “un corte en el triángulo constituido por el niño, la madre y el falo”.
En el onanismo de la etapa fálica —a diferencia del oral y del anal que se caracterizaban por el placer de órgano— debe sucumbir ante la represión porque entra en conflicto con el Complejo de Edipo, ya que se encuentra impregnado de fantasías incestuosas y de amenazas de castración.
El padre —o alguien que subroga su función— irrumpe en la escena con la finalidad de que su presencia amenazadora se convierta en agente de una doble interdicción: “por un lado prohíbe al niño el incesto, impidiéndole continuar sosteniéndose bajo el fantasma narcisista de ser el falo que completa a la madre y, por otro lado, prohíbe a la madre reintegrar al niño como si fuese un producto de su exclusiva fabricación, bajo la fantasía de haberlo gestado para completarse”.
Esta irrupción del padre entre el madre-niño se le denomina en psicoanálisis «función de corte», introduciéndose en la teoría como el Complejo de Castración. Frente a la amenaza de castración, el niño entonces abandona a la madre en tanto objeto libidinal, para evitar el daño narcisista representado por la amenaza de pérdida del genital.

La madre fálica.

Para el psicoanálisis el «falo» no es el pene sino la «premisa universal del pene», es decir, el empecinamiento del niño en no reconocer la diferencia, y su empeño por afirmar que existe un solo sexo y de que todos los seres poseen un pene.
Y es justamente porque el niño se ubica como falo que completa a la madre, que, al percibir en sus primeras indagaciones la falta de pene en la niña, reacciona desconociendo esa falta: en un primer momento cree ver un miembro donde no lo hay (renegación); luego sostiene que aún es pequeño, que ya crecerá y por último que existía pero que alguien la castigó cortándoselo.
Es así como el niño, al poner en relación la percepción de la falta con la amenaza de la pérdida del genital, queda confrontado a la «angustia de castración» misma que perdurará toda la vida y regulará su deseo.
A modo de anécdota, es interesante hacer resaltar el hecho de que en un principio el niño no generaliza esta observación empírica a todas las mujeres sino que para él sólo las mujeres despreciables y culpables por tener las mismas mociones pulsionales que él perdieron su genital, en cambio las mujeres respetables, como su madre, lo siguen conservando, he ahí la madre fálica.

El deseo de la mujer de tener un hijo.

Para Sigmund Freud el conflicto que presenta el sujeto radica en el aspecto sexual, no en vano, en su obra titulada: “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, estableció que lo único que se reprimía era la sexualidad y que el retorno de lo reprimido, que se manifiesta a través de los sueños, los actos fallidos y los síntomas, tiene que ver con retornos sexuales que no han sido dominados por la cultura.
Estos retornos sexuales siempre están en relación con deseos incestuosos, y por eso han sido reprimidos. Freud señalaba que en la etapa oral y anal, lo que se producía era un placer del órgano, que se caracterizaba por la búsqueda de un goce autoerótico que dejaba como secuelas «puntos de fijación» a las que podía regresar la libido cuando el sujeto debía enfrentarse a una situación sexual difícil de resolver.
Esta sexualidad autoerótica es muy diferente a la sexualidad que irrumpe en la etapa fálica, que coincide o inicia toda la problemática que gira en torno al Complejo de Edipo, al deseo sexual, al narcisismo y a la castración, ya que al placer del órgano se le agregan inequívocamente fantasías incestuosas.
La equivalencia más fácil de observar es la que se produce entre «niño» y «pene» porque tanto uno como otro pueden a su vez ser sustituidos por un significante común: «el pequeño».
Prosigue Freud manifestando que es fácil encontrar en la mujer un deseo reprimido de poseer un pene como el que tiene el varón; es este deseo infantil (que se relaciona con la «envidia del pene») el que puede ser reactivado por alguna situación traumática, convirtiéndose, por la regresión libidinal, en el principal desencadenante de síntomas neuróticos. Pero el desenlace no siempre es el mismo, porque en algunas mujeres el «deseo de poseer un pene» ha sido sustituido por el «deseo de tener un hijo», esta última se considerada dentro de la «normalidad».
En un principio, la relación del niño con la madre está marcada no sólo por la dependencia que tiene de ella para sobrevivir sino que depende también del deseo de su madre, es decir, de esos primeros significantes que la madre introyecta sobre su hijo y que lo introducen en las primeras simbolizaciones.
«Es por esta razón que en sentido estricto no es correcto decir que el niño se relaciona con la madre en tanto objeto, puesto que el niño que es significado desde el deseo de la madre como el falo que la completa sólo podrá satisfacerse en la medida en que sea capaz de ocupar el lugar del objeto deseado de la madre. Dicho de otra manera, en este primer tiempo el niño no sitúa el objeto de su deseo sino que se sitúa él mismo como objeto de deseo del Otro».

Un infante que no juega, es un niño infeliz.

“El juego no es una perdida de tiempo, ni siquiera es una veleidad, o un capricho, sino debe verse como una acción que tiene como propósito regular el psiquismo del infante, ya se trate en el campo de la psicoterapia; o bien para consolidar la intersubjetividad padres-hijos”.

El juego es un elemento indispensable para el sano desarrollo del infante. El juego representa la lengua materna del verdadero Self, es el modo natural que tiene de expresarse, sin represión alguna, es el único medio de manifestarse de manera espontánea.
A lo largo del desarrollo evolutivo del ser humano, el juego deja de ser una actividad concreta para convertirse en un espacio mental, en un refugio, en una «zona de descanso» a la que el infante puede recurrir, manteniendo reunidas sin complicaciones la realidad interna y la externa, o bien se extiende como un puente bienhechor entre la consciencia y el inconsciente. Siendo un espacio en el que se puede cumplir tanto las exigencias de la realidad, como de la insatisfacción que supone la sola búsqueda inmediata de la satisfacción.
Para Donald Woods Winnicott la psicoterapia es un proceso que ha de establecerse gracias a la superposición de dos zonas de juego, la del paciente y la del analista. Se trata de dos sujetos que se involucran por medio del juego. Si el analista no sabe jugar, sencillamente no está capacitado para la tarea de psicoanalizar.
Si es el paciente el que tiene restringida su capacidad de juego, será labor del psicoanalista llevar al primero a un estado en el que pueda jugar.
Y por último podríamos agregar que gracias al juego el inconsciente de estos jugadores se conecta armoniosamente para buscar la solución a los trastornos que aquejan al infante. Es por esto la importancia y la necesidad que tiene el juego, tanto para la psicoterapia como para los padres que juegan con sus vástagos durante su infancia.

La fantasía durante el acto sexual.

Algunos sujetos a pesar de poseer una libido débil mantienen relaciones sexuales frecuentes con su partenaire, pero, al hacer esto, sustituyen la realidad de su pareja por una fantasía inconexa a lo que están haciendo, podríamos decir que  se están «masturbando» de alguna manera en el órgano genital de su compañero sexual.
Estos sujetos pueden tener eventualmente relaciones sexuales con otra persona, desarrollándose el coito de forma satisfactoria, y con esto observamos la gran diferencia que existe entre un coito «apoyado» en una fantasía y otro «fundamentado exclusivamente» en una fantasía.
Los sujetos que se «apoyan» en la fantasía durante el encuentro íntimo satisfacen de manera adecuada las necesidades de su libido, se adormecen un rato y se sienten revitalizados posteriormente; mientras que los otros, tras el coito masturbatorio «fundamentado» en la fantasía, se separan casi de inmediato del lecho y mantienen durante el día o días subsecuentes una sensación de ansiedad, con una libido que se descargo parcialmente y que obviamente no alcanzó a disminuir su tensión psíquica.

La verdad.

En ocasiones se expresan cosas que no se pensaban decir, y a veces incluso sin pensar, se esta diciendo la verdad.

La ingenuidad de estudiar la psique.

“Si realmente estas interesado en estudiar psicología o psiquiatría para conocer la «naturaleza humana», no existe mejor lugar para empezar que asistir al manicomio”.

Quien desee captar la vida psíquica con la mayor profundidad y en toda su verdad debe primeramente renunciar a la ingenua idea romántica que habla sobre la «inocencia pura» del alma infantil.
El psiquismo del niño —en lo que le concierne al Yo— está caracterizado por la voluntad ilimitada de hacerse valer y la ausencia de cualquier tipo consideración hacia el otro. Podríamos decir desde el psicoanálisis que lo que se denominan las «malas costumbres» del niño (podríamos citar la violencia y la crueldad salvajes, que son muy a menudo sanguinarias, pero susceptibles de alternar con la humildad; y los placeres relacionados con la defecación; la tendencia a introducir en la boca todos los objetos incluso los más «repugnantes» y el placer de olfatearlos, tocarlos o sentirlos, así como la exhibición de la desnudez propia de esta edad y la curiosidad) a las que se añade desde la primera infancia e incluso desde los primeros meses de vida la excitación de los órganos genitales, corresponden a manifestaciones precoces y verdaderamente «perversas poliformas de la sexualidad», que no dejan paso a formas más adaptadas a las necesidades de la conservación de la especie, más que en el momento de la pubertad y posteriormente.
Actualmente podemos caracterizar al niño de la forma siguiente: desde el punto de vista de sus impulsos del Yo, de sus pasiones egoistas y anárquicas, es todavía «perverso». No podemos lamentarnos por ello, el error consiste en pretender que desde su nacimiento el ser humano sea un sujeto deseoso de ponerse al servicio de objetivos sociales superiores, altruistas, morales, lo que nos inducirá a ignorar todo lo que sabemos acerca de los orígenes animales de la evolución humana. Evidentemente es la educación y la cultura la encargada de contener, amansar y domesticar estos impulsos antisociales. Para llegar a ello, el sujeto dispone de dos alternativas: el rechazo y la sublimación. El primero se esfuerza en paralizar completamente los impulsos primitivos, de impedir su manifestación por medio de la severidad y la intimidación, por lo que son rechazados inmediatamente de la conciencia. Por el contrario, la sublimación, que reconoce las preciosas fuentes de energía contenidas en estos impulsos, los orienta al servicio de objetivos que la sociedad admite.
En el marco de la educación actual la descarga de los afectos en forma de celo religioso y de obediencia sumisa, la transformación de las tendencias sociales en pudor y en desagrado, son ejemplos de sublimación. Si existen dones y aptitudes nerviosas apropiadas (los órganos de los sentidos y la motricidad), los impulsos primitivos pueden orientarse hacia un terreno artístico (música, literatura, poesía, fotografía, entre otras).
La curiosidad infantil puede evolucionar dirigiéndose a la investigación científica, los impulsos egoístas pueden expresarse de forma útil a la comunidad mediante las formaciones llamadas de compensación (por ejemplo, el mismo éxito social). De las dos alternativas de adaptación, el rechazo (incluso si no puede eliminarse por completo) es indiscutiblemente el que exige mayor esfuerzo, el que predispone al trastorno mental, el más difícil de soportar y encima el más costoso, porque inutiliza esas energías preciosas que nos impulsa a vivir.

martes, 24 de enero de 2017

El déficit narcisista en la mujer.

Lo habitual es que la niña (mujer) durante el Complejo de Edipo, el proceso de identificación con su madre —en tanto objeto ideal y asimismo rival—, encuentre serios obstáculos para considerarla un modelo a quien parecerse, y en lugar de desear identificarse a ella, se desidentifique y localice ese ideal en el padre.
En este punto es donde se revela el profundo déficit narcisista de organización de la subjetividad de la futura mujer, ya que de esta manera, concluirá el proceso por el cual la única vía para el restablecimiento del balance narcisista en la mujer es con base a alguna referencia fálica, «ubicando al hombre en el objetivo central y único de su vida». La mujer puede rodearlo de la más alta idealización y emprender su «caza», cualquiera sean sus cualidades; puede, despojándose de la posibilidad de poseer para sí metas y valores, delegarlos en él, de manera que será la fiel compañera, la que ayuda a que «su hombre se realice», situándose en ese lugar tan valorizado por nuestra cultura, de ser «la mujer que está siempre detrás de los grandes hombres»; o ambicionando mayor trascendencia para sí, competirá por poner en acto comportamientos o actividades que desarrollan los hombres, es decir, masculinizará su Ideal del Yo y su Yo; o finalmente puede llegar a instituir como su meta el comportamiento sexual del hombre hacia la mujer, homosexualizando su deseo.
Toda suerte de oposiciones caracterizan los destinos de las distintas instancias psíquicas en la mujer. Si busca ser «sujeto de su deseo» y satisfacer sin represiones su pulsión, aceptando su papel de ser «objeto causa del deseo», se encontrará no sólo con la condena social, sino con el peligro real de la pérdida del objeto, es decir, con un entorno que unánimemente no valoriza, no legitima como femenina esta disposición. Resulta así una oposición entre narcisismo y ejercicio de la sexualidad. Si se afana por superar sus tendencias «pasivas» que la mantienen dependiente del objeto —ya sea madre, padre u hombre— y obtener autonomía social e intelectual, se encuentra con que de alguna manera compite con algún hombre, castrándolo. Por tanto, la autonomía, que por otro lado forma parte de los requisitos esenciales de los decálogos de salud mental, se opone a la feminidad. La pulsión se opone al narcisismo; la ampliación del Yo, al Ideal del Yo. ¿Y el Superyó? Los trabajos de Carol Gilligan (provenientes del campo de la psicología social) sobre la evolución diferencial del juicio moral en los distintos géneros, muestran que, al llegar a la adolescencia, las niñas presentarán una perspectiva moral basada en una ética del cuidado, mientras que en los varones lo que prevalece es la lógica de la justicia. Pero como ambos serán evaluados con métodos diseñados en base a patrones masculinos —la escala de Lawrence Kohlberg—, las niñas, aun poseyendo una sólida ética del cuidado y la responsabilidad y una muy avanzada lógica de la elección, serán clasificadas con un menor nivel de moralidad. Extraña condición la del Superyó femenino, defectuoso, pero centrado en los máximos principios éticos del cuidado y la responsabilidad, inferior al del hombre, pero condenando y legislando rigurosamente cualquier «exceso» sexual.
Esta dimensión profundamente conflictiva de la feminidad en nuestra cultura se demuestra y tiene su máxima expresión en la histeria. La introducción del concepto de género permite comprender más cabalmente la problemática histérica y no caer en el error de considerarla basada en una supuesta indefinición sexual. «Si la histérica produce la fantasía de la mujer con pene, no lo hace ni por homosexual ni por transexual o sea, por el deseo de ser hombre, sino porque, cerrados los caminos de jerarquización de su género, intenta formas vicariantes de narcisización, añadiendo a su feminidad el falo, masculinidad, un pene fantasmal, o dirigiéndose a un hombre para que le responda ¿quién soy?».

lunes, 23 de enero de 2017

La identidad de género y el conflicto de separación-individuación madre-hijo.

Jaime Stubrin señala que la razón por la que la identidad de género es tan importante es porque está íntima y estrechamente vinculada al Yo; subrayando que el hecho principal para el sujeto no radica en colocarse como un hombre o una mujer sino ser o no ser, existir como un ser humano.
Stubrin utiliza el término «neosexualidad» para referirse a algo que el sujeto crea (o se ha creado en él) mismo que evita la desorganización psíquica generada por el hecho de estar fuera del “marco normativo”. Al igual que Robert Jesse Stoller, Stubrin ve la actividad neosexual refiriéndose a los intentos hechos por el sujeto para mantener un equilibrio psíquico por su identificación de género. Argumenta que el neosexual sufre de una perturbación en la autoorganización, en su configuración corporal y sus límites; en la forma en que se ve en el espejo (formas y deformaciones); en el aspecto en que se siente vigilado por los demás y también en el papel que él cree que está jugando en el juego de la interacción humana.
Siguiendo a Joyce McDougall, Stubrin sugiere que la neosexualidad es una manifestación de un estado psíquico complejo en el cual la ansiedad tiene un papel decisivo junto con la depresión derivada de tal estado, la inhibición que produce y la perturbación de la autoorganización involucrada. Sin embargo, en línea con Stoller, Stubrin sostiene que la neosexualidad también otorga la cohesión del Yo y asimismo brinda un sentimiento o sensación de identidad separada; postulando que las perversiones comienzan con el desarrollo más temprano del sujeto, específicamente con las perturbaciones en el proceso de separación-individuación de la madre simbiótica, tal como lo describe Margaret Mahler. Siguiendo con Stubrin esté sugiere que en tales casos, el padre es una figura en gran medida inaccesible que hace poco para disipar la relación madre-hijo fusionada desde el nacimiento, por lo que sostiene que una interferencia seria en las primeras relaciones de objeto se habrá producido en aquellos sujetos que van a desarrollar una perversión neosextual en la edad adulta. En términos de la teoría de Mahler, esto significa que el infante ha permanecido psicológicamente fusionado con la madre desde la simbiosis inicial, en lugar de haber alcanzado la separación-individuación y con esos haber logrado un sano desarrollo psicosexual. Para destacar este punto, Stubrin cita el siguiente pasaje de Margaret Mahler y Manuel Furer: “Las reacciones de separación más extremas, como se ha visto, parecen ocurrir no en aquellos niños que han experimentado separaciones físicas reales, sino en aquellos en quienes la simbiosis era demasiado exclusiva y demasiado parasitaria, o en la que la madre no aceptaba la individuación y la separación del niño. Sus reacciones pueden ser un tanto reminiscentes, clínicamente, del pánico aniquilador de los psicóticos adultos”.
Stubrin continúa argumentando que como consecuencia del fracaso del proceso de separación-individuación, el sujeto llega a percibir a la madre como generalmente amenazadora, aterradora y engullente, mientras que al padre como débil e impotente. Además, tanto la madre como el niño defienden su conexión simbiótica porque se necesitan mutuamente para mantener la estabilidad de su autoorganización y para contrarrestar la ansiedad severa que padece cada uno. Pero, como hemos visto, tanto Stoller como Stubrin consideran la relación neo-perversa (madre-hijo) como una posibilidad limitada para que el infante se libere de la fusión simbiótica con la madre. Además, estos autores argumentan que la principal motivación para la actividad perversa en la adultez es el deseo de separarse y formar una identidad distinta.

La sexualidad anormal.

Con la entrada del lenguaje en el sujeto (entiéndase «sujeto» como sujetado al inconsciente) su sexualidad inevitablemente se volvió complicada, caprichosa, voluble, múltiple, a veces silenciosa, alejándose para siempre de la consistencia y ritmo regular que caracteriza el celo animal.

La madurez emocional no asegura una estabilidad sin conflictos para la pareja.

La calidad y el desarrollo de una relación amorosa depende primeramente del carácter y personalidad que tenga cada uno de los integrantes y, por implicación, el proceso de selección que los une como pareja.
Los mismos rasgos que implican maduración de la capacidad para las relaciones amorosas son los que gravitan en el proceso de selección.
La capacidad para disfrutar libremente del goce sexual constituye para cada uno de los partenaires, una temprana situación de prueba, en la medida en que ambos estén en condiciones de lograr libertad conjunta, riqueza y variedad en sus encuentros sexuales.
«Encarar frontalmente la inhibición, limitación o el rechazo sexuales del partenaire es signo de una identificación genital estable, en contraste con el rechazo colérico, la desvalorización o la sumisión masoquista a esa inhibición sexual». Por supuesto que la respuesta a este desafío por parte del partenaire sexualmente inhibido se convertirá en un elemento importante de la dinámica en desarrollo de la pareja sexual. Detrás de las incompatibilidades sexuales tempranas de la pareja suele haber problemas edípicos significativos no resueltos, y la medida en que la relación puede contribuir a solucionarlos depende sobre todo de la actitud del partenaire más sano.
El desarrollo de la capacidad para las relaciones objetales totales o integradas implica el logro de una identidad yoica estable y, por la misma razón, de relaciones objetales profundas, que facilitan la selección intuitiva de un sujeto que corresponda a los propios deseos y aspiraciones. Siempre habrá determinantes inconscientes en el proceso de selección pero, en circunstancias comunes, la discrepancia entre los deseos y temores inconscientes, y asimismo las expectativas conscientes no será tan extrema como para convertir en un peligro importante la disolución de los procesos tempranos de idealización en la relación de pareja.
Además, la selección madura del sujeto que uno ama y con la cual quiere pasar su vida involucra ideales maduros, juicios valorativos y metas que, aparte de satisfacer las necesidades de amor e intimidad, le procuran un sentido más amplio a la vida.
Se podría cuestionar que el término “idealización” se aplique en este caso, pero en la medida en que se selecciona a un sujeto que corresponda a un ideal por el que se lucha, en esa elección hay un elemento de trascendencia, un compromiso que se produce naturalmente, porque en ese compromiso se encuentra nuestra vida representada en la relación.
Aquí volvemos a la dinámica básica, según la cual la integración de la agresión en las áreas de la relación sexual, las relaciones objetales y el Ideal del Yo de la pareja asegura la profundidad e intensidad del vínculo, aunque también puede amenazarlo. El hecho de que el equilibrio entre el amor y la agresión es dinámico hace que la integración y la profundidad sean potencialmente inestables. Una pareja no puede dar su futuro por sentado ni siquiera en las mejores circunstancias; mucho menos cuando conflictos no resueltos en uno o ambos partenaires amenazan el equilibrio entre el amor y la agresión. A veces, incluso en condiciones que parecen auspiciosas y seguras, se producen nuevos desarrollos que cambian ese equilibrio.
El hecho mismo de que una relación profunda y duradera en la pareja requiera capacidad para la profundidad en las relaciones con el propio Self y con los otros sujetos —para la empatía y la comprensión, que abren las sendas profundas de múltiples relaciones no verbalizadas entre los seres humanos— crea una curiosa contracara. A medida que, a lo largo de los años, uno se vuelve más capaz de amar en profundidad y apreciar con realismo a otro como parte de su vida personal y social, él o ella puede encontrar otros posibles partenaires, que podrían ser no menos satisfactorios o incluso hasta mejores. «De modo que la madurez emocional no asegura una estabilidad sin conflictos para la pareja».
El compromiso profundo con el ser amado, así como los valores y experiencias de una vida compartida enriquecen y protegen la estabilidad de la relación, pero si el autoconocimiento y la autoconciencia son profundos, cada partenaire puede experimentar, de tiempo en tiempo, el deseo de otras relaciones, de involucrarse tanto afectiva como sexualmente (cuya posibilidad puede haber sido evaluada con realismo) y repetidos renunciamientos.
Ahora bien, renunciar a un deseo puede añadir también profundidad a la vida del sujeto y la pareja, y la reorientación de los anhelos, fantasías, discrepancias y tensiones sexuales dentro de la relación de pareja puede constituir una dimensión adicional, oscura y compleja de su vida amorosa. En el análisis final, todas las relaciones humanas deben terminar, y la amenaza de pérdida y abandono y, en última instancia, de muerte, es mayor allí donde el amor ha sido más profundo; la conciencia de esto también lo profundiza.

El conocimiento científico sujetado a nuestras pasiones.

Arthur Schopenhauer escribe: «Toda obra procede de una buena idea que conduce al placer de la concepción; sin embargo, su nacimiento, su realización, al menos en mi caso, acontece con dolor; pues entonces soy frente a mí mismo como un juez inexorable ante un preso tendido en el potro, a quien obliga a responder hasta que no tiene nada más que preguntarle. Casi todos los errores e inefables locuras de que están repletas las doctrinas y las filosofías, creo que son el resultado de la ausencia de esta honradez. Si la verdad no ha sido descubierta, no es por no haberla buscado, sino a causa del deseo de descubrir en su lugar una concepción ya elaborada o al menos, de no lastimar una idea querida; para ello ha sido preciso emplear subterfugios, en contra de todo y del propio pensador. El coraje de ir hasta el fin de los problemas es lo que hace al filósofo. Debe ser como el Edipo de Sófocles que, tratando de aclarar su terrible destino, prosigue infatigablemente su búsqueda, incluso cuando adivina que la respuesta sólo le reserva horror y espanto. Pero la mayoría de nosotros lleva en su corazón una Yocasta que suplica a Edipo por el amor de los dioses que no siga adelante, y nosotros cedemos y por esto la filosofía está donde está de la misma manera que Odín en la puerta del infierno pregunta incesantemente a la vieja pitonisa en su tumba sin preocuparse de su reticencia, de su rechazo y de las súplicas para que la dejen en paz, el filósofo debe interrogarse a sí mismo sin tregua. Sin embargo, este coraje filosófico, que corresponde a la sinceridad y honradez en la investigación que me atribuís, no surge de la reflexión y no puede ser erradicado a la fuerza, sino que es una tendencia innata del espíritu».
La profunda sabiduría concentrada en estos párrafos merece ser discutida y comparada con los resultados del psicoanálisis. Lo que dice Schopenhauer sobre la actitud psíquica necesaria para la producción científica (filosófica) parece ser una aplicación a la teoría de la ciencia de las tesis de Sigmund Freud referidas a «los principios que rigen los fenómenos psíquicos». Freud distingue dos principios: el «Principio del Placer», que en los seres primitivos (animales, niños, salvajes) y en los estados mentales primitivos (sueño, chiste, fantasía, neurosis, psicosis), desempeña el papel principal y activa procesos que tratan de conseguir el placer por el camino más corto, mientras que la actividad psíquica rechaza los actos que podrían conducir a sentimientos desagradables (rechazo); y el «Principio de Realidad», que presupone un mayor desarrollo y un estadío evolutivo superior del aparato psíquico, caracterizado porque en lugar del rechazo que excluye una parte de las ideas como fuente de desagrado, aparece el juicio imparcial que debe decidir si una idea es justa o falsa, es decir, de acuerdo o no con la realidad, mediante una comparación con los rasgos mnésicos de la realidad.
Sólo una categoría de actividades mentales no está sometida a la prueba de la realidad, incluso tras la introducción del principio superior: la fantasía; y la ciencia es la que supera con más éxito el principio del placer.
La concepción de Schopenhauer citada más arriba, sobre la disposición espiritual necesaria para una actividad científica, podría expresarse, en la terminología de Freud, del modo siguiente: el pensador puede (y debería) dar libre curso a su imaginación para poder degustar el “placer de la concepción” —además resulta casi imposible conseguir nuevas ideas de otra manera— pero, para que estas nociones imaginarias puedan convertirse en ideas científicas, deben superar primeramente la dura prueba de la realidad.
Schopenhauer ha visto claramente que, incluso en un sabio, las resistencias más fuertes a una prueba de realidad libre de prejuicios no son de orden intelectual sino afectivo. ««Incluso el sabio está sujeto a las debilidades y a las pasiones humanas: vanidad, envidia, prejuicios morales y religiosos que, frente a una verdad desagradable, tienden a cegarle, y se halla muy propenso a tomar por verdad un error que coincide con su sistema personal»». El psicoanálisis no puede completar el postulado de Schopenhauer más que sobre un sólo punto. Ha descubierto que las resistencias internas pueden fijarse desde la primera infancia y llegar a ser totalmente inconscientes; del mismo modo exige a todo psicólogo que vaya a dedicarse al estudio de la psique humana, que proceda antes a una exploración profunda de su propia estructura mental, hasta las capas más escondidas y con ayuda de todos los recursos de la técnica psicoanalítica.
Los afectos inconscientes pueden deformar la realidad no sólo en psicoanálisis sino también en todas las demás ciencias; de manera que debemos formular el postulado de Schopenhauer de la forma siguiente: todo trabajador científico debe someterse primero a un psicoanálisis metódico.
Las ventajas que tendría la ciencia si el sabio se conociera mejor son evidentes. Una gran porción de energía, desperdiciada actualmente en controversias pueriles y en conflictos de prioridad, podría ser consagrada a objetivos más serios. El peligro de «proyectar en la ciencia las particularidades de su propia personalidad atribuyéndoles un valor general» sería mucho menor. Al mismo tiempo, la hostilidad con que se reciben hoy las ideas originales o las proposiciones científicas sostenidas por autores desconocidos a quienes no apoya ninguna personalidad relevante, sería sustituida por una prueba objetiva más imparcial. Nos atrevemos a sostener que, si se observara esta regla de autoanálisis, la evolución de las ciencias que hoy día es sólo una sucesión ininterrumpida de revoluciones y de reacciones que consumen mucha energía, tomaría un rumbo mucho más regular y al mismo tiempo más rentable y rápido.

El reencuentro amoroso.

Cuando los amantes han tenido el infortunio de terminar su relación amorosa, pero pasado el tiempo regresan, tal vez aprecian en una nueva forma de vincularse sentimentalmente, así como tantas historias de amor se comienza a amar de nuevo al partenaire únicamente después de que se le ha perdido y reencontrado para darse una nueva oportunidad en el nombre del amor.

domingo, 22 de enero de 2017

Psicoanálisis del tatuaje.

Un trauma consiste en un suceso que produce una angustia exacerbada que desborda los recursos defensivos del sistema psíquico; por la naturaleza del acontecimiento el sistema no consigue producir una interpretación que reduzca la angustia e incorpore el trauma a un «simbolismo asociativo». Incapaz de interpretar adecuadamente el suceso e integrarlo, el psiquismo se escinde y lo conserva inalterado e inconsciente y con su interpretación en suspenso en una de sus partes.
El trauma nos produce una sensación y es la que nos atormenta porque no se logra ubicar dentro del mapa de los sentidos que disponemos. Para librarnos del malestar que nos causa este extrañamiento nos vemos forzados a descifrar la sensación desconocida, y entonces lo transformamos en un signo, o mejor dicho en un tatuaje.
Ahora bien, el desciframiento que este signo (tatuaje) exige no tiene nada que ver con explicar o interpretar, sino con inventar un sentido que lo haga visible y lo integre en el mapa de la existencia vigente operando una transmutación. Con ello logra el sujeto disminuir la angustia asociada al trauma, ya sea de manera pasajera o permanente. Es así como, tal vez, podría entenderse lo que Paul Cézanne quiso decir al afirmar que «pintaba sensaciones»; esto se actualiza en «tatuar las sensaciones» para simbolizarlo y darle una salida al trauma, con esto se logra ajustar adecuadamente a nivel consciente, por decirlo de alguna manera.
Ahora bien, podemos tomar como ejemplo los sujetos que deciden tatuarse un colibrí y para eso hay que remontarnos a la mitología para conocer su posible significado.
Los mayas cuentan que los Dioses crearon todas las cosas en la Tierra y al hacerlo, a cada animal, a cada árbol y a cada piedra le encargaron un trabajo. Pero cuando ya habían terminado, notaron que no había nadie encargado de llevar sus deseos y pensamientos de un lugar a otro. Como ya no tenían barro ni maíz para hacer otro animal, tomaron una piedra de jade y con ella tallaron una flecha muy pequeña. Cuando estuvo lista, soplaron sobre ella y la pequeña flecha salió volando. Ya no era más una simple flecha, ahora tenía vida, los Dioses habían creado al «x ts’unu’um» (colibrí).
El colibrí simboliza muchos conceptos diferentes, debido a su velocidad, se le conoce como un mensajero, o guardián del tiempo. Esta ave es capaz de volar hacia atrás, y nos enseña que podemos recordar nuestro pasado, sin embargo, esta ave también nos enseña que no debemos insistir en nuestro pasado y tenemos que seguir adelante. El colibrí se la pasa bebiendo el néctar de las flores, lo que significa que debemos saborear cada momento, y apreciar las cosas que amamos.
El colibrí tiene un significado espiritual muy poderoso en los Andes de América del Sur que lo relacionan con la «resurrección». Parece morir en las noches frías, pero vuelve a la vida de nuevo al amanecer. Esta pequeña criatura nos habla del corazón, nos dice que aunque el dolor nos provoca cerrar nuestro corazón, es para brindarse la oportunidad de sanar, y una vez que se vuelve abrir retoma su libertad.
Para el pueblo Mapuche el colibrí (pinsha, picaflor) predice la muerte, además es un pajarito que vive inquieto y triste. No se posa en las ramas ni roza con sus alas el follaje como los otros pájaros; tiembla de miedo constantemente y, como si esperara un castigo, se esconde en cavernas oscuras o se aferra con desesperación a los acantilados.