Algunos sueños son la ‹‹representación directa›› de la satisfacción de un deseo. Soñamos que triunfamos en un proyecto a menudo contrariado, que superamos con éxito un examen difícil, que nuestros padres difuntos viven de nuevo, que somos ricos, atractivos, geniales, poderosos, prestigiosos oradores, que nos pertenece la mujer más atractiva de la oficina, etcétera; en general, justo lo que la realidad nos obliga a renunciar, o lo que hemos deseado en vano.
El cumplimiento de deseos también ocurre en las ensoñaciones diurnas que se apoderan de nosotros cuando vamos por la calle o cuando desempeñamos una ocupación monótona y poco absorbente. Sigmund Freud —fue el primero en elaborar esta antigua cuestión— señalando acertadamente que las ensoñaciones diurnas de la mujer tratan ante todo de éxitos femeninos, aspectos estéticos, seducciones, conquistas; y los de los hombres de ambiciones satisfechas —económicas, sociales, deportivas, etcétera—y de victorias sexuales: son también muy frecuentes las ensoñaciones diurnas en las que escapamos de un peligro o nos vengamos de un enemigo.
Estas fantasías oníricas diurnas o nocturnas que representan directamente la satisfacción de un deseo tienen un carácter tan evidente que no precisan explicación suplementaria. Sin embargo, lo nuevo y sorprendente en la teoría de los sueños de Freud, y hasta increíble, es que todos los sueños, incluso los indiferentes o desagradables, puedan reducirse a este tipo fundamental y, tras el psicoanálisis, aparecer como la satisfacción camuflada de un deseo.
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