El término “falo”, rara vez utilizado en los escritos freudianos, es empleado en ocasiones para nombrar el “estadio fálico”; momento particular del desarrollo de la sexualidad infantil durante el cual culmina el complejo de castración. Sigmund Freud utiliza con más frecuencia el término “pene” cada vez que tiene que designar la parte amenazada del cuerpo del varón y ausente del cuerpo de la mujer.
Fue Jacques-Marie Émile Lacan quien elevó el vocablo “falo” al rango de concepto analítico y reservó el vocablo “pene” para denominar sólo el órgano anatómico masculino. No obstante, en muchas ocasiones, Freud ya había esbozado esta diferencia que Lacan se esforzará por acentuar, mostrando hasta qué punto la referencia al falo es preponderante en la teoría freudiana. Es así como Lacan puede escribir: “Este es un hecho verdaderamente esencial (…) cualquiera sea el reordenamiento que Freud haya introducido en su teorización (…) la prevalencia del centro fálico nunca fue modificada.” (Lacan, El Seminario, libro III, Las Psicosis).
La primacía del falo no debe ser confundida con una supuesta primacía del pene. Cuando Freud insiste en el carácter exclusivamente masculino de la libido, de lo que se trata no es de libido peniana sino de libido fálica. Es decir que el elemento organizador de la sexualidad humana no es el órgano genital masculino sino la representación construida sobre esta parte anatómica del cuerpo del hombre. La preponderancia del falo significa que la evolución sexual infantil y adulta se ordena según la presencia o ausencia de este pene imaginario —denominado falo— en el mundo de los humanos. Lacan sistematizará la dialéctica de la presencia y de la ausencia en torno al falo a través de los conceptos de falta y de significante.
¿Pero qué es el falo?
Si retomamos la totalidad del proceso de la castración tal como fue estudiado en el niño y en la niña, podemos deducir que el objeto central en torno al cual se organiza el complejo de castración no es, a decir verdad, el órgano anatómico peniano sino su representación. Lo que el niño percibe como el atributo poseído por algunos y ausente en otros no es el pene sino su representación psíquica, ya sea bajo la forma imaginaria o bajo la forma simbólica. Hablaremos entonces de falo imaginario y de falo simbólico.
Falo imaginario
La forma imaginaria del pene, o falo imaginario, es la representación psíquica inconsciente que resulta de tres factores: anatómico, libidinal y fantasmático. Ante todo, el factor anatómico, que resulta del carácter físicamente prominente de este apéndice del cuerpo y que confiere al pene una fuerte pregnancia, a un tiempo táctil y visual. Es la “buena forma” peniana la que se impone a la percepción del niño bajo la alternativa de una parte presente o ausente del cuerpo. Luego, segundo factor, la intensa carga libidinal acumulada en esta región peniana y que suscita los frecuentes tocamientos autoeróticos del niño. Y para finalizar, el tercer factor, fantasmático, ligado a la angustia provocada por el fantasma de que dicho órgano podría ser alguna vez mutilado. A partir de todo esto se hace fácilmente comprensible el hecho de que el término “pene”—vocablo anatómico— resulte impropio para designar esta entidad imaginaria creada por la buena forma de un órgano pregnante, el intenso amor narcisista que el niño le confiere y la inquietud extrema de verlo desaparecer. En suma, el pene, en su realidad anatómica, no forma parte del campo del psicoanálisis; sólo entra en este campo en tanto atributo imaginario —falo imaginario— con el cual están provistos solamente algunos seres. Vamos a ver que a su vez este falo imaginario toma otro estatuto, el de operador simbólico.
Falo simbólico.
El falo simbólico es un objeto intercambiable. La figura simbólica del pene, o para ser más precisos, la figura simbólica del falo imaginario, o “falo simbólico” puede entenderse según distintas acepciones. Ante todo, aquella que asigna al órgano masculino el valor de objeto separable del cuerpo, desmontable e intercambiable con otros objetos. Ya no se trata aquí, como en el caso del falo imaginario, de que el falo simbólico sea un objeto presente o ausente, amenazado o preservado, sino que ocupe uno de los lugares en una serie de términos equivalentes. Por ejemplo, en el caso del complejo de castración masculino, el falo imaginario puede ser reemplazado por cualquiera de los objetos que se ofrecen al niño en el momento en que es obligado a renunciar al goce con su madre. Puesto que debe renunciar a la madre, también abandona el órgano imaginario con el cual esperaba hacerla gozar. El falo es intercambiado entonces por otros objetos equivalentes (pene = heces = regalos =…). Esta serie conmutativa, denominada por Freud “ecuación simbólica”, está constituida por objetos diversos cuya función, a la manera de un señuelo, estriba en mantener el deseo sexual del niño, a la vez que le posibilitan apartar la peligrosa eventualidad de gozar de la madre. Queremos subrayar también que el valor de objeto intercambiable del órgano masculino en su estatuto imaginario (falo imaginario) se reconoce de modo notorio en esa tercera salida del complejo de castración femenino que caracterizamos como la sustitución del deseo del pene por el deseo de procrear: el falo imaginario es reemplazado simbólicamente por un niño.
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