El niño pequeño toma como modelos tanto al padre como a la madre en la construcción de su ideal temprano (Sigmund Freud, 1922) es necesario hacer algunas precisiones sobre este punto. La identificación a la madre —en tanto objeto de la supervivencia vital, condición que posibilita que por apoyo se convierta en objeto libidinal— es una condición de estructura, el Yo sólo adviene y se organiza como Yo imaginario, como Yo-Otro (Jacques-Marie Émile Lacan).
El padre, en tanto proveedor de cuidados, es más oscuro y difícil de captar por el niño pequeño, y se requiere un mayor desarrollo cognitivo para que esto suceda, de ahí la enorme relevancia que cobra la continuidad y la consistencia de su presencia para que se erija en objeto interno idealizado (Abelin, 1975).
¿A partir de qué referencias es el padre para el niño un ideal temprano, tal cual lo describió Freud como objeto de la identificación primaria?
En la literatura se ha puesto mucho énfasis en las experiencias ligadas al falicismo uretral: «Comienza a mostrar gran fascinación hacia el chorro de orina de su padre» (Tyson, 1982), y es a partir de esta comunión anatómica cuando el niño empezaría a mostrar un exhibicionismo y un orgullo extremo por su órgano viril, entrando en lo que algunos autores han designado la fase fálico-narcisista de la etapa fálica. Edgcumbe y Brugner (1975) y también Nágera (1975) describen un período preedípico de la etapa fálica, durante el cual el niño, si bien ya conoce la oposición fálico-castrado y el erotismo genital, sin embargo el exhibicionismo y las fantasías fálicas girarían alrededor de la valorización y la narcisización de su cuerpo, más que sobre el deseo sexual hacia la madre, ya que las relaciones de objeto siguen manteniéndose duales. Lo que resulta importante subrayar es que el niño presenta todo tipo de deseos relacionados con las capacidades y funciones de un cuerpo humano, tanto poseer un pene potente y grandioso como también senos y bebés (Kestenberg, 1956; Van Leeuween, 1966; Ross, 1975); también en el varón se ha observado envidia al pene, ya que éste es vivido como una posesión narcisista del padre (Bleichmar, H., 1981), que el niño desea para sí aun antes de haber desarrollado la comprensión cognitiva de su función en el intercambio sexual (Tyson, 1982).
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