Desde el punto de vista del psicoanálisis, la gravedad de la histeria radica en que el sujeto a través del fantasma inconsciente que lo manipula, establece como premisa en sus relación amorosas con el otro, que se sentirá sometido.
La histeria es ante todo el entretejido que el neurótico fabrica con el otro, sobre la base de sus fantasmas inconscientes, lamentablemente siempre impone ese tipo de lazo afectivo con cada partenaire.
Este fantasma provoca que se sienta en el papel de víctima desdichada y constantemente insatisfecha: ¡Todos los hombres nada más me desean para eso (coito)! Precisamente este estado fantasmático de insatisfacción marca y domina toda la vida del neurótico.
Pero, ¿por qué concebir fantasmas y vivir en la insatisfacción, cuando en principio lo que buscamos alcanzar es la felicidad y el placer? La razón es clara: el histérico es, fundamentalmente, un ser de miedo que, para atenuar su angustia, no ha encontrado más recurso que sostener sin descanso, en sus fantasmas y en su vida, el penoso estado de la insatisfacción. Mientras esté insatisfecho, diría el histérico, me hallaré a resguardo del peligro que me acecha. Pero, ¿de qué peligro se trata? ¿De qué tiene miedo el histérico? ¿Qué teme? Un peligro esencial amenaza al histérico, un riesgo absoluto, puro, carente de imagen y de forma, más presentido que definido: el peligro de vivir la satisfacción de un goce máximo. Un goce de tal índole que, si lo viviera, lo volvería loco, lo disolvería o lo haría desaparecer. Poco importa que imagine este goce máximo como goce del incesto (inconscientemente hablando), sufrimiento de la muerte o dolor de agonía; y poco importa que imagine los riesgos de este peligro bajo la forma de la locura, de la disolución o del anonadamiento de su ser; el problema es evitar a toda costa cualquier experiencia capaz de evocar, de cerca o de lejos, un estado de plena y absoluta satisfacción.
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