El núcleo de la identidad de género se establece antes de la etapa fálica. Lo que no quiere decir que la angustia de castración en el niño o la envidia del pene en la niña no intervengan en la identidad del género, sino que lo hacen una vez que tal identidad se halla básicamente estructurada, para sellar su conformación definitiva.
La identidad de género comienza a partir del mínimo desarrollo cognitivo, suficiente para la percepción consciente o inconsciente de la pertenencia a un sexo y no al otro. En el curso del desarrollo la identidad de género se complejiza, de suerte que un sujeto varón puede no sólo sentirse hombre sino si es o no masculino, o afeminado, o un hombre que desea ser mujer.
La idea de Sigmund Freud sobre la bisexualidad siempre descansó sobre la bipolaridad del deseo, no del género. El niño freudiano «perverso poliformo y bisexual» nunca fue concebido sobre el modelo del transexual.
La madre constituye tanto para el varón como para la niña un ideal temprano del género, razón por la cual el desarrollo psicosexual es más complicado para el varón que para esta última, en lo que atañe al género.
Tan central como la estructuración de la oposición fálico-castrado para la organización del género, resulta la masculinización del pene y/o feminización de la vagina: investimento de valoración narcisista del género.
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