Las interacciones tempranas del infante permiten la satisfacción de los miembros que componen el núcleo familiar (padre, madre, hermanos), abriéndose el camino hacia un sistema de apego estable, esto es, basado en sentimientos de seguridad. El bebé experimenta entonces confianza y tanto la madre como el padre sentirán que mediante su sensibilidad y empatía son competentes para cuidarlo y satisfacerlo. La tríada se ve confirmada en su capacidad de cuidado y afecto mutuo por lo que el bebé experimenta bienestar, seguridad e incondicionalidad de donde emergerá el sentimiento de confianza. Si por el contrario, las figuras de apego resultan insensibles, ineficaces o rechazantes, se abre otro camino de desarrollo, al apego ansioso o inseguro, a un Yo deteriorado, esto es a formas patológicas del narcisismo y a una incrementada sexualidad autoerótica que resultarán en diversos desarrollos marcados por la frustración del deseo de apego que presentará cada individuo dependiendo de cada historia en particular.
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