Dentro del núcleo familiar el niño varón distingue claramente la diferencia del género de cada uno de sus padres. Sigmund Freud subraya esta diferencia que existe entre la identificación con el padre y la elección del mismo como objeto sexual.
«En el primer caso, el padre es lo que se quiere ser, en el segundo, lo que se quiere tener, la distinción depende de si el factor interesado es el sujeto o el objeto del Yo. La identificación es entonces ya posible antes de que cualquier elección de objeto sexual sea hecha» (St. Ed. Vol. XVIII, pág. 106).
Si el padre es su ideal y a él se quiere parecer es porque se ha efectuado un clivaje, clivaje que no se realiza por las líneas de fuerza de la sexualidad, sino del narcisismo, del doble, del igual al que se quiere imitar. O sea, que en la etapa preedípica se organiza un ideal del género, un prototipo, al cual se toma como modelo, y el Yo tiende a conformarse o construirse de acuerdo a ese modelo. Ahora bien, todo este proceso se realiza en un contexto prevalentemente ajeno al conflicto edípico, aun cuando conflictos de otro tipo pueden estar presentes.
El niño busca ser el preferido de cada uno de los padres, él los ha «elegido» para que lo amen, y a estos objetos poderosos e ideales el niño se identifica. Coexiste la catexis de objeto y la identificación sin que aún se haya efectuado una «elección de objeto sexual», pues el niño no se ha encontrado en la situación de tener que optar. Como dice Freud refiriéndose al vínculo del niño con su madre y con su padre en este período: «Estos enlaces coexisten durante algún tiempo sin influirse ni estorbarse entre sí». A partir del momento en que el niño conciba la sexualidad de sus padres, y ubique al padre en una posición imposible de igualar, es que tanto la fantasmática como la estructura de las relaciones en el sistema —ahora sí triangular y no sólo triádico— se modificarán; el niño no sólo deseará ser como el padre, sino que se dará cuenta de que su padre es el objeto de amor sexual de su madre, a la que él desea ahora no sólo oral, anal, sino también genitalmente. Este cambio conmueve la dinámica de la relación con el padre: si éste constituía un ideal al cual el niño trataba de imitar en todas sus formas identificándose a él, ahora esta identificación no sólo sostendrá la ambivalencia propia de la naturaleza narcisista de tal identificación, sino un plus adicional correspondiente a la posición de rival edípico.
Se desprende claramente que, como resultado de los avatares del Complejo de Edipo, el niño establecerá en el mejor de los casos una definida orientación hacia qué sexo dirigirá su deseo, es decir, que establecerá los cimientos de su futura hetero u homosexualidad. Pero tanto una como la otra descansan sobre un núcleo que no se ha cuestionado, el género del niño y el de sus padres. El puede dudar entre el deseo de penetrar a su madre o ser penetrado por su padre, pero no duda que él es un varón que será penetrado por otro varón o penetrará a una mujer.
La idea freudiana de la bisexualidad siempre descansó sobre una bipolaridad del deseo, no del género. El niño freudiano «perverso polimorfo y bisexual» nunca fue concebido sobre el modelo del transexual, el niño varón puede desear jugar al doctor indistintamente con una nena o con un varón, pero no duda, ni le es indistinto ser un varón o una nena.
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